Categoría: Conferencias

  • David MateoDavid Mateo

    El arte cubano y las paradojas del mercado

     

    44° Congreso AICA, Asunción, Paraguay, 19.10.11

     

     

     

     

    Las dos últimas décadas han traído cambios importantes para el contexto de las artes plásticas en Cuba. El interés internacional en el arte cubano hacia finales de la década del 80 y la apertura que se generó a partir de la fuerte crisis económica que vivió el país a inicios de los 90, introdujeron el tema del mercado del arte. Para nosotros era un fenómeno aparentemente nuevo, fue incluso en un período dado de nuestra historia, un tema casi irreconciliable con las concepciones políticas y culturales del proyecto social. Y digo aparentemente nuevo, porque siempre ha existido en Cuba un mercado del arte subrepticio, furtivo, sostenido por unos pocos coleccionistas y comerciantes residentes en el país y en el extranjero, solo que un momento coyuntural el estado se vio en la necesidad de reconocerlos, de lidiar de manera abierta con ellos y con el fenómeno que representan.

    El mercado del arte fue una opción necesaria, ineludible para Cuba en un momento de profunda crisis económica. Desde finales de la década del ochenta el estado estimuló algunas iniciativas de inserción en el ámbito internacional, fundamentalmente a través de una institución denominada Fondo Cubano de Bienes Culturales. Pero fueron los artistas, de manera independiente, favorecidos por la descentralización que compulsó la crisis económica de los años noventa, quienes primero comenzaron a mostrar una dinámica y efectividad en el ámbito mercantil. Por esa fecha se establecieron vínculos muy estrechos con galeristas o coleccionistas radicados en países como México, Panamá, Venezuela, República Dominicana y Estados Unidos, entre los que sobresalieron por su gestión y capacidad de acaparamiento Nina Menocal y Ramis Barquet. Específicamente a través de la figura de Nina Menocal varios artistas cubanos, algunos de ellos conocidos hoy internacionalmente, lograron dar a conocer sus obras más allá de las fronteras nacionales. Esos vínculos se fortalecieron como resultado del éxodo que protagonizó una parte significativa de los artistas cubanos en el periodo de transición entre los años ochenta y noventa. Coleccionistas como el alemán Peter Lugwig, los norteamericanos Alex Rosemberg y Sandra Levinson, vinieron a sumarse a ese proceso de inserción en el mercado con el respaldo de las instituciones y el Ministerio de Cultura, supeditados esencialmente a las expectativas del denominado arte conceptual. Pero hay que aclarar que en un primer momento fueron los propios coleccionistas, sus asesores o curadores adjuntos, quienes trazaron el rumbo de los intereses, las estrategias de precios, los procedimientos de compra, y no los artistas o el estado cubano.

    El sector institucional trató de moderar a toda costa la lentitud de su inserción en el mercado internacional y de compensar la gestión por cuenta propia emprendida por los artistas, y lo hizo de una manera extremadamente fácil, conveniente: priorizando la promoción de la obra de artistas reconocidos dentro del contexto nacional, creadores que se habían legitimado como figuras representativas del sistema político y cultural cubano, algunos de los cuales habían tenido ciertos privilegios dentro de la gestión del Fondo Cubano de Bienes Culturales en los años ochenta, me refiero, por ejemplo, a creadores como Nelson Domínguez, Roberto Fabelo, Pedro Pablo Oliva, Zaida del Río, Manuel Mendive, Flora Fong, entre otros. Pero con ellos no se alcanzaron resultados con la celeridad que se esperaba. Mientras artistas como José Bedia y Tomás Sánchez, figuras representativas de la gestión individual en esa época, emigraban de Cuba y recorrían de manera escalonada y rápida circuitos relevantes de promoción y mercado, alcanzando precios elevados, comparables a veces con los de figuras desaparecidas de la llamada “modernidad o vanguardia cubana”, solo los dos artistas aún radicados en la isla y pertenecientes a esa nómina del Fondo Cubano de Bienes Culturales: Pedro Pablo Oliva y Nelson Domínguez lograban introducir sus obras hacia principios del noventa en la subasta Christies, con cotizaciones bastante discretas, casi intrascendentes. El hecho incluso de que ellos y otros artistas contemporáneos, pertenecientes básicamente a la generación del setenta, sean hoy de los pocos creadores que posean galerías arrendadas en espacios urbanos céntricos y de alta concurrencia del turismo, es un indicio de esa voluntad de respaldo gubernamental de que fueron objeto en un momento inicial. El Estado cubano pensaba que esta iniciativa de inserción en el mercado iba a crear toda una resonancia alrededor de los maestros de la plástica cubana, y al no ser así, trató entonces de atraer a los artistas más jóvenes dedicados al arte conceptual que se estaban promoviendo por vía individual y que mantenían una presencia activa en el mundo visual cubano, como por ejemplo Carlos Garaicoa, Esterio Segura, Roberto Diago, Sandra Ramos, el Grupo Los Carpinteros, Carlos Quintana, Agustín Bejarano, Joan Capote, Rigoberto Mena, entre otros, y junto a ellos fue reforzando gradualmente el trabajo con algunas figuras de los sesenta, setenta y ochenta, en la medida que comenzaban a llamar la atención en determinados circuitos internacionales y a alcanzar resultados económicos.

    Con la llegada del mercado, también algunos funcionarios pensaron que las instituciones que existían no tenían una infraestructura legal y un mecanismo lo suficientemente operativo como para lograr interactuar con él. Fue así como surgió el proyecto Génesis Galerías de Arte, que es la empresa que actualmente dirige toda la gestión comercial en Cuba a nivel oficial. Esta fue una iniciativa liderada por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas –una especie de viceministerio que controla a las instituciones y rige las políticas culturales dentro de las artes plásticas cubanas- pero su implementación tuvo un carácter rudimentario, poco objetivo. Génesis Galerías de Arte fue concebida para acortar la distancia entre la gestión privada y la gubernamental, y de compensar en cierto modo la fuga de obras y capital que se estaban experimentando de forma generalizada. Desde mi punto de vista, Génesis Galerías de Arte trajo consigo una estructura de supervisión y control demasiado compleja, ambigua. Promovió a nuevos directivos por sobre otros ya existentes, creo mecanismos controladores que coartaron la funcionalidad de otros ya creados, todo lo cual vino a perjudicar la capacidad de gestión comercial y la autonomía de las galerías históricas en Cuba, a disminuir su nivel de convocatoria e iniciativa. En varias oportunidades afirmé públicamente que el Consejo Nacional de las Artes Plásticas no debió nunca haber creado un proyecto como Génesis Galerías, con una marcada estrategia intervencionista, acaparadora. Lo que se debió haber hecho era haber flexibilizado, descentralizado aún más los mecanismos de gestión de nuestras galerías tradicionales, haberles otorgado mayor apoyo económico y responsabilidad, estimular el trabajo de sus especialistas haciéndolos partícipes de los beneficios económicos, reforzar sus perfiles por medio de potestades legales, y readecuar sus estrategias y procedimientos a las nuevas circunstancias del mercado.

    Galería Habana, por ejemplo, siempre fue un espacio en el que el arte joven se legitimaba, al que se arribaba con enormes expectativas después de una progresión natural, espontánea, y debió seguir siendo así, no él espacio excluyente, y un tanto elitista que es hoy. Es cierto que en ella se han obtenido éxitos comerciales, es incluso la galería que más dinero tributa a las cuentas del Ministerio de Cultura, pero en ella hay muy poco margen para el riesgo y la apuesta por nuevos valores, por artistas con obras renovadoras y sin un centavo en el bolsillo. Es la única galería en Cuba que posee todas las potestades para participar en las grandes ferias y bienales que se desarrollan en el mundo.

    Galería La Acacia es otra institución que estuvo destinada siempre a artistas más consagrados, y ahora es una mezcla de autores, generaciones, y estilos… Ni hablar de otros espacios que antes contaban con una magnífica reputación y asistencia de público, en los que se protagonizaron hechos significativos en la historia de la plástica cubana durante los años setenta y ochenta, y hoy son apenas visitados o nombrados, como la Sala Talía de la Universidad de La Habana o la galería Galeano ubicada en el mismo centro de la capital. Ese ha sido uno de nuestros errores a nivel de políticas culturales: solemos crear nuevos mecanismos, generamos nuevos puestos, nuevas figuras, y no perfeccionamos y ampliamos los márgenes de flexibilidad de lo que tenemos y ha dado evidencias de que puede ser efectivo. La lógica, el sentido común, indica que lo que ya existe y ha demostrado que es eficaz hay que darle valor, consolidarlo. La realidad es que algunas instituciones importantes y algunos funcionarios cubanos de alto rango han actuado con absoluta indiferencias a las observaciones y reclamos de la crítica en este sentido.

    Como resultado de la pérdida de perfiles y potestades que hoy viven las galerías cubanas, se aprecia un nivel de reiteración de artistas y proyectos en todo el complejo galerístico. Muchas veces ocurre que un mismo artista –casi siempre exitoso comercialmente- tiene acaparado durante el año varios espacios importantes del sistema promocional, y cuando un artista joven graduado de escuela o empírico intenta sugerir algún proyecto nuevo, interesante, entonces se topa con una programación cerrada, acaparada de antemano por figuras conocidas y rentables. Eso sin contar que en Cuba –como no existen galerías privadas- si un artista no está inscrito en lo que se conoce estatalmente como Registro del creador, no tiene derecho a incluir sus obras en galerías y hacer convenios de promoción y comercialización con ella. Llegan a las galerías y sencillamente les dicen que hasta que no estén incluidos en el registro no pueden valorar sus obras… Suele suceder también que galerías o espacios improvisados, sin mucho o ningún crédito dentro del sistema promocional cubano, son capaces de organizar muestras con un alto presupuesto dedicado a montaje, catálogos, brindis y publicidad, porque cuentan con un auspicio que no poseen las galerías estatales de mayor reputación.

    Hace unos 20 o 25 años existía en Cuba un recorrido promocional en escala que el artista debía transitar de manera natural. Había sitios importantes en el país que el artista tenía que conquistar para que su obra se diera a conocer y se legitimara. Si era una obra conceptual, el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales era un lugar imprescindible, porque había en él investigadores que generaban alrededor del artista y su obra una serie de reflexiones y curadurías que los favorecían. Estaba el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam que constituía la máxima aspiración de todo artista cubano, el cual organizaba la Bienal de La Habana, un espacio legitimador, consagrador, y al que le deben todavía muchos artistas plásticos en Cuba.

    Ese recorrido escalonado, de niveles, se ha perdido por completo. Porque como casi todos los espacios del estado están enfrentados a la contingencia de la venta, el artista puede saltar todos esos niveles de ascenso y legitimación y alcanzar un estadio promocional que a veces resulta ambiguo o falso. Ahora, en estas nuevas circunstancias, hay artistas que han logrado legitimar su obra por los valores conceptuales y técnicos que encierra, pero hay otros que lo han conseguido solo por el capital que su obra ha sido capaz de acaparar, en círculos incluso no especializados, entre compradores no entendidos en arte o de una rancia consideración estética. Vemos converger en un mismo espacio a artistas que son genuinos, auténticos, que han vendido muy bien, y a artistas que no lo son tanto, pero que tienen suficiente dinero y que al Estado le interesa tener en su nómina porque constituyen una garantía económica. No hay incluso un parámetro estable, un sistema homogéneo de precios que contribuya a sopesar el comportamiento de las compras y ventas en la red de galerías cubanas o en los estudios particulares de artistas. Las cifras bajan y suben con celeridad pasmosa, los artistas llegan a la cúspide de un valor determinado y luego caen en picada según sean las circunstancias y necesidades. Un artista consagrado puede verse obligado a vender su obra a precios irrisorios y uno desconocido puede alcanzar de súbito cifras inimaginables, todo depende del comprador y la circunstancia… El mercado nos tocó a la puerta, penetró nuestro patético aislamiento, nuestra ilusoria privacidad, pero no hemos sido capaces de asimilarlo bien, de estructurar sistemas auténticos, verdaderamente prácticos, que se adapten a esa nueva situación de correspondencias. Y los artistas, el público y el espectador están siendo los mayores perjudicados con esa circunstancia.

    Recuerdo que a principios de la década del 90 el artista Ernesto Leal y yo hicimos una encuesta muy amplia entre creadores y especialistas relacionadas con el mercado, que pretendíamos publicar en la revista manufacturada Loquevenga, que ambos también editábamos. En aquel entonces se mencionaban problemas que todavía hoy existen. Por ejemplo, se afirmaba que las galerías no estaban en condiciones de ofrecer garantías a los artistas en materia promocional dentro y fuera de Cuba, no tenían buenos montajes e iluminación, no podían desarrollar catálogos bien diseñados e impresos, hacer publicidad en los medios, encargar críticas complementarias… A veces la galería y los proyectos institucionales cubanos creen, ilusoriamente, que la aproximación de los artistas hacia ellos, o el mantenimiento de algunos de ellos en el trabajo que generan, es parte de una voluntad del todo objetiva y sistemática, cuando realmente de lo que se trata es de una estrategia personal, una maniobra un tanto simuladora con relación al espacio y su capacidad oficial de aceptación y movilización.

    O sea, es el artista el que está marcando hoy –con no poca suspicacia- las pautas de la promoción comercial en Cuba. Es quien está forzando a la institución a que se supedite a sus propuestas, a sus contactos, y no al revés. Las instituciones sencillamente se están reacomodando a esa intención, sin generar iniciativas propias, sin apostar por lo nuevo, por lo renovador.

    Este tema introduce el problema también del encarecimiento de la producción del arte contemporáneo. En nuestro país no existe un programa de becas o ayudas económicas para el financiamiento del arte, además de que nuestro retraso tecnológico es innegable. Las galerías, los centros de exposición, incluso el Museo Nacional de Bellas Artes, no disponen de un presupuesto para la promoción de las obras, para la edición de catálogos, y muchas veces tampoco la infraestructura necesaria para sus funciones elementales de servicio.

    Las alternativas más utilizadas por los artistas cubanos en la actualidad para poder viabilizar sus proyectos son: la inversión personal, el patrocinio de instituciones internacionales como fundaciones, bancos, empresas, centros de arte. También existe el auspicio de firmas o agencias extranjeras radicadas en el país. Muchas de ellas, aunque con pequeños montos, han estado apoyando proyectos de muestras colectivas e individuales, aunque esta opción está siendo desautorizada por el estado y podría desaparecer en breve tiempo. El canje de obras por impresiones o recursos para producir una exposición, es otra de esas opciones. La participación en concursos internacionales y becas de proyectos ha sido también una alternativa viable.

    La Fundación Ludwig fue una de las mediadoras oficiales y efectivas para adentrarnos inicialmente en el mercado internacional, era un proyecto que vinculaba el capital extranjero con la gestión estatal. Pero, aún con todo el vuelo conceptual y la convocatoria que llegó a tener la Fundación, quien estaba detrás de ella, respaldándola financieramente, era Peter Ludwig, un coleccionista y comerciante Alemán de chocolate. Fue un coleccionista que vino a Cuba a comprar arte en el momento que Cuba necesitaba abrirse al mercado, e incluso, vino a comprar a precios bastante bajos. Ludwig había hecho ya una colección muy buena de arte ruso de la llamada Perestroika y se dio cuenta que había un ambiente de reflexión, debate e impugnación igualmente trascendente en la plástica cubana de los noventa.

    Al Ministerio de Cultura cubano le pareció oportuno crear esta Fundación que, de manera muy suspicaz, ha dirigido hasta hoy día el historiador de arte Helmo Hernández. Todos sabemos que una institución se define, en buena medida, por la figura que la preside. Helmo propició una serie de actividades alrededor de la Fundación: encuentros, talleres, exposiciones. Pero el presupuesto económico con el que antes contaba desapareció con la muerte de Ludwig, y el alcance de su gestión mermó considerablemente, aunque no así su capacidad de convocatoria. La Fundación Ludwig continúa generando actividades, pero más vinculadas al ámbito teórico, a los talleres o coloquios, eventos que no necesitan mucho presupuesto para materializarse. Me parece que a la Fundación Ludwig le ha ido pasando un poco lo que al Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, mermaron su capacidad de gestión y sustento económicos, a partir de la ausencia de presupuestos estatales y de auspicios foráneos.

    Aunque el respaldo económico es cosa imprescindible, no siempre constituye el único motivo de compulsión. Yo sé lo que es hacer una Bienal porque me formé como promotor y crítico de arte en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam y trabajé en una de sus ediciones, la del año 1994. Al cabo del tiempo me he ido dando cuenta que Lliliam Yanes, su directora y fundadora, era una mujer con muchas influencias, muchos contactos nacionales e internacionales en los cuales se apoyaba para recabar ayuda financiera; y por supuesto con suficiente pujanza y mano dura para encaminar el trabajo del Centro. Se trataría de poner en esa institución y en otras de alcance similar a personas que reúnan esas características o similares y que tenga además un alto crédito intelectual. Pero la pregunta sería: ¿Cuántas de ellas estarían ahora en la disposición de ocupar cargos directivos en las instituciones cubanas, con la crisis de recursos, de nivel de operatividad y trascendencia real que están atravesando?

    Hay una notable apatía en cuanto al vínculo de los artistas con el espacio institucional. Si los artistas comienzan a tener éxito fuera de Cuba y encuentran galerías, museos, firmas, entidades que viabilizan su vida y su trabajo, y la gestión estatal no tiene como contrarrestar esa situación, entonces, lógicamente, se empieza a experimentar un desinterés por interactuar con las instituciones.

    Pero no sólo se está perdiendo el pensamiento, también las obras. Muchos artistas, por esos problemas de infraestructura y de producción que ya comentábamos, realizan y exponen sus piezas en el extranjero, obras que jamás llegan a exhibirse en el país. Algo que se agrava con la situación que experimenta hoy el Museo Nacional de Bellas Artes. Recuerdo que a raíz de su reapertura en el 2001, una de sus curadoras principales, quien tiene a su cargo la colección de arte contemporáneo, Corina Matamoros, comentaba acerca de la dificultad para hacer crecer la colección debido al aumento de los precios del arte contemporáneo, la competencia de los coleccionistas y galeristas extranjeros, y los escasos fondos con que cuenta el Museo.

    Hay varios artistas cubanos que estarían dispuestos a hacer ciertas concesiones en sus precios con tal de que su obra esté presente en el Museo. Sé que hay muchos, incluso, que quisieran reconsiderar la obra patrimonial que poseen dentro de sus colecciones, adicionar otras piezas a las ya existentes, o renovar las que están porque no son del todo representativas de su trabajo.

    Ahora, habría que ver cuál es el nivel de disposición de los especialistas del Museo para ir al estudio del artista a negociar compras con esas condiciones un tanto desfavorables, que algunos juzgan –no sin razón- como vergonzosas y de extrema caridad. Quizás deban forzar mucho más a la dirección de la institución o al Estado para que les acabe de asignar el capital necesario para estos menesteres. Pero el tiempo va pasando y es cierto que esas obras que el Museo no logra atesorar se van perdiendo. Ese acervo se está dispersando por el mundo, está yendo a parar a lugares insospechados, y esto hace que el público no pueda interactuar con él y con las concepciones o presupuestos que sustenta.

    Hay un obstáculo de índole material, eso es innegable, pero también se trata de ser más arriesgados, más innovadores, más flexibles en nuestra capacidad de iniciativa para asimilar los tiempos que corren. Por ejemplo, pienso que el dilema fundamental del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam es de concepción. La Bienal de La Habana está pasando por un anquilosamiento en sus presupuestos curatoriales. Con un mínimo presupuesto, pero con ideas frescas, renovadoras, con otros temas, otras perspectivas para encarar las curadurías, se pudieran lograr Bienales de mejor calidad y trascendencia. Quizás no una Bienal de excelencia, pero al menos lúcida, representativa. Y, ¿de quién es la responsabilidad de que esto no suceda: del contexto, de la crisis económica, del mercado? Aparejado a esta crisis de infraestructura y de recursos, se está viviendo en las artes plásticas de mi país –a nivel institucional- una crisis de iniciativa, de improvisación.

    Soy del criterio de que el Centro Wifredo Lam, La Bienal de La Habana, están en un momento en el que deberían revisarse sus postulados curatoriales, la manera de registrar con mayor objetividad los nuevos postulados teóricos, tendencias y anhelos que está viviendo el arte de las regiones del Tercer Mundo. También podría convocar, por ejemplo, como hacen otras entidades internacionalmente, a especialistas o curadores de crédito de Cuba o el extranjero. Eso podría dar un nuevo aire a las ediciones partiendo de temáticas específicas. Buscar especialistas con un vasto conocimiento de lo que ocurre a nivel internacional que le impriman nuevas ideas para el desarrollo y la confrontación del arte del llamado Tercer mundo. Pero conocemos que para muchos dirigentes o funcionarios del ámbito artístico cubano esa posibilidad es impensable, sería algo así como “pactar con el diablo”. Ello nada tiene que ver con la infraestructura, sino con un problema de confianza, de apertura mental. Es posible incluso que haya especialistas dentro del Wifredo Lam con mucho interés por coordinar, dirigir, pero lo preocupante es que cuando se les sugiere que ocupen cargos de dirección apenas duran en ellos un breve lapso de tiempo.

    Quiero pensar -a riesgo de ser considerado excesivamente optimista- que este es un período de crisis que a la larga rebasaremos. Como dice un buen amigo arquitecto: “En Cuba estamos atravesando un momento histórico de riesgo y oportunidad”, en el que deberíamos re-pensar los vínculos dialécticos entre el arte y la sociedad, entre el creador y el ámbito de la institucionalidad; analizar nuevas formas de readaptación de nuestros mecanismos legales a esa circunstancia de beneficio y tensión que estamos experimentando con el mercado del arte; no temerle a la experiencia comercial y al hecho de tener que afrontar sus consecuencias útiles o perniciosas; convocar más a los críticos, escuchar más sus opiniones, pedirles asesoría en las estrategias o políticas promocionales, y no seguir pensando, prejuiciadamente, que en cada comentario crítico que hagamos hacia la gestión institucional hay implícito un crítica malsana, una voluntad disidente, una reserva de índole personal, un antagonismo de principios. Pero sobre todo tenemos que trabajar urgente, y con sentido común, para poder acortar esa peligrosa distancia, esa disparidad de conceptos y perspectivas que existe hoy entre el artista cubano y las instituciones creadas para su desarrollo y legitimación.

     

    © David Mateo

     

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  • Emma Dwan O’ReillyEmma Dwan O’Reilly

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    “What matter who’s speaking someone said, what matter who’s speaking” [1]
    Contemporary Art Writing in Ireland
     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 19.10.11

     

     

     

     

    “Where would I go, if I could go, who would I be, if I could be, what would I say if I had a voice, who says this saying it’s me?” [2]

     

    Art Writing is a relatively new and emergent practice, a practice which still defies complete definition. A practice in the margins in some respects, as Kim Levin states, “[f]or some years now, much of the interesting advanced art has come from the so-called peripheries rather than from the art-world’s so called centres.”[3] This idea of practices developing outside of the centre is one which is encompassed by aspects of Gilles Deleuze and Felix Guattari’s notion of ‘minor literature’: “[a] minor literature does not come from a minor language; [they write] it is rather that which a minority constructs within a major language. But the first characteristic of a minor literature in any case is that in it language is affected with high coefficient of deterritorialization” [4] – something they themselves consider to be present in Ireland’s history and writing (mentioning Joyce and Beckett in particular), although their main subject is Kafka.

    I will in this short paper juxtapose a number of conceptions of art writing and then go on to see how they might go together with several contemporary positions on Irishness. In this patchwork, I hope will emerge an understanding of art writing as a contemporary practice and how it as a practice might naturally be integrated into Irish cultural production.

    American art critic David Carrier touches accurately upon the nature and definition of art writing, “[n]ow and then [he suggests], texts revealingly fall in between this division between artcriticism-writing and arthistory-writing.” [5] From Carrier’s description we envision a fragmentation, a crack upon the surface into which texts fall, and subsequently generate a new language, a new medium. Belfast-born Director of the Masters of Fine Art in Art Writing at Goldsmiths University in London, Maria Fusco, describes ‘Art Writing’ as a “monstrous body made up of lots of little bits.” [6] In her essay ‘Don’t Say Yes, Say Maybe! Fiction Writing and Art Writing’, she notes that “[c]ontemporary art criticism […], may be observed to be assembling an inauthentic absolute object or teratological corpus, through rationalist grafting of interpretation from scrappy parts – criticism depending to be read of itself, whilst simultaneously calling for a reading or comprehension of something which is outside of itself.” [7] As Jennifer Higgie, art critic and co-editor of contemporary art magazine, Frieze, suggests, fragments are indicative of a whole [8] and this suggestion of a fragmented contrived body, one composed of other pieces, or as Fusco suggests a body with abnormalities to its traditional organic development, is, in effect, a body whose malformation with respect to established practices redefines it completely.

    Curator and Writer David Dibosa, in his essay entitled ‘Fatal Distraction. Art-Writing and Looking at Art’, also revisits this idea of art writing as something altogether different from traditional modes of writing about art or criticism.

    Dibosa suggests that, “[w]riting on art; reviews, criticism, history, theory has its place in such exchanges – [he finds however that] the issue remains […] as to what role it can be assigned. Is such writing there to clarify direction, to define certain trends [,…] to make suggestions, [or] to explore possibilities [,…] as a role for writing on art that may appear elliptical, troubling, confusing? […] The aim [he concludes] is not to be definitive but rather to propose a range of possibilities concerning what we could choose to look for in writing about art.” [9] Additionally Dibosa proposes that “[p]erhaps the problem with reading about an art work is the way that the knowledge one attains makes one feel secure only by securing the artwork in turn, by neutralising its effects, by making it safe.” [10] Writer and artist Simon O’Sullivan too addresses the traditional modes of criticism and writing about art and asks, “[w]hy write about an object – or experience – which, in itself, is alien to discourse? What could motivate such a project besides a desire for colonisation, or, more specifically, a desire for meaning?” [11]

    How then, we must ask, is art writing different? What is the working definition we can assume for the practice of art writing? Simon O’Sullivan’s questions fuel the argument for a different kind of writing other than that of the traditional descriptive. His audible cynicism with regard to traditional descriptive methodologies, concedes that “there might be a way of lessening this inevitable friction – not only through celebration of the latter as a productive friction but also by appreciating the work the art object is already doing – and somehow paralleling this work, which means by writing in a different, seemingly tangential manner […] and on an apparently unrelated subject […]” [12] This methodology proposed by O’Sullivan suggests an evolution away from traditional practice towards an alternative reading. “Rethinking the art object”, O’Sullivan writes, “means rethinking the subject […]. Indeed, art looked at […] in this way implicitly calls for a new kind of subject – or proto-subject; in fact, in this place, discrete boundaries are blurred – between object, writing and subject.” [13] “A kind of writing – or intervention – which does not reduce or seek to limit the art experience, but rather opens it up to further adventures.” [14] A writing with the object rather than about the object as proposed by Maria Fusco. [15]

    She proposes “[r]e-imagining the art object as sharing a number of basic ontological qualities with the riddle, […she envisages it as a way to] write round the art object: to illicit; to unlock; to induce its essential obscurity with essential obscurity.” [16] Fusco views art writing as writing informed by methodologies, specifically perhaps, the methodologies of the art work and this style of writing she stresses demands a certain proximity, and “being a reader and a writer at the same time.” [17] This dualism Fusco alludes to is “a challenge to comprehension” [18], where the object will speak to you, [one has to] listen very carefully and also learn a language.” [19] This engagement or reengagement with an object amounts to as Fusco aptly suggests an “interest in how one sharpens ones tools.” [20]

    So what might this all mean in the specificity of an ‘Irish’ context or in the context of ‘Ireland’?

    In the introduction to the ROSC exhibition catalogue in Ireland in 1984, writer Dorothy Walker observes that, “[n]ationality […] can be confused with nationalism; national characteristics and skills can be exploited for quasi-political nationalistic marketing […] In terms of negotiable art pursuits, the most marketable Irish commodity on the international market has been the flair for writing. We still rely on the genius of Joyce, Yeats, and Beckett to establish our art credentials and to give a character reference to our Celtic tribe.” [21]

    Writer Declan Long in a roundtable discussion of ‘Contemporary art and the matter of Ireland’ in The Irish Review, asks “[h]ow do the particular social and cultural conditions of Ireland today shape the styles of artistic, critical or curatorial activity that […have developed]? How does an Irish ‘background’ affect the way […] work can be perceived and positioned internationally? And, […] how does the experience of working in Ireland, North or South, influence […a] view of a much wider art world?” [22] Though impossible to answer all of these huge questions here, in such a short time, I can but scratch the surface and underline the presence of these questions around contemporary artistic production in Ireland.

    Artist and writer Sarah Pierce observes that “[t]here are artists who make work about Ireland about the context […], but most often, [Pierce notes] this work implicates someone else, someone other than those looking at the work, or writing about it, or making it. What if [Pierce asks] we begin to see ourselves in the politics we are so critical of? For instance, when do we, despite ourselves, desire cohesiveness and a kind of reformed national identity and when does that desire reform an idea of Ireland through what it means to work within a specific geography?” [23] Declan McGonagle argues that, “[a]rtists are living beyond these questions of nationalism. The task for artists in general [he writes] and Irish artists in particular is to create third readings.” [24] This reinstates the idea of deterritorialization, allowing culture a freedom from the binds of place.

    In his 1874 poem, The Hunting of the Snark, Lewis Carroll conceives of a blank map to lead “the impossible voyage of an improbable crew to find an inconceivable creature.” [25] This blank map to my mind at least is representative of the ‘third reading’ called for by Declan McGonagle, it also calls for the tight restraints of place and nationality to be loosened and embraces the methodological approach championed by Fusco.

    “Other maps are such shapes, with their islands and capes! But we’ve got our brave Captain to thank, (So the crew would protest) “that he’s bought us the best– A perfect and absolute blank!” [26]

    “[A] text [Maria Fusco writes] is ultimately a self-referring structure, an entity without significant connections with the external world” [27] In her essay, ‘Say who I am. Or a Broad Private Wink’ in Irish art magazine Circa’s online edition ‘On Criticism’, Fusco asks that we look “to less orthodox modes of criticism to examine the dissolution or again dissemination of the absolute object, in the same way as we look to fiction to lead us on an aporetic procedure; enacting critical judgements through question after question rather than answer after answer [For as Jennifer Higgie suggests there is not much room for play with answers. [28]] Criticism [Fusco concludes] can cajole objects to speak.” [29]

    “What matter who’s speaking someone said, what matter who’s speaking.” [30]

    “The mark of the writer,” Foucault writes in ‘The Author as Gesture’, “is reduced to nothing more than the singularity of his absence; he must assume the role of the dead man in the game of writing.” [31] Giorgio Agamben working through Foucault’s text suggests that there is a “paradigm of presence”, [and] “absence of the author in the work.” [32] This suggestion of both presence and absence suggests a suspended proximity. A closeness that is at once a singular absence, a duality that reinstates the boundaries of presence, a practice in motion, a ‘becoming’.

    Gilles Deleuze states that, “[w]riting is a question of becoming, always incomplete, always in the midst of being formed, and goes beyond the matter of any liveable or lived experience. It is a process, that is, a passage of Life. That traverses both the liveable and the lived. Writing is inseparable from becoming.” [33]

    Dorothy Walker captures this becoming, this movement in the context of Ireland when she writes, “The Irish mind, in its artistic activities, seek[s] always the fluid rather than the static, the continuing option rather than the problem resolved […Irish arts] have neither beginning nor end but have their being in the present moment, in the perpetual movement and in eternally recurring cycles. […] The structural rhythm is one of the most profound elements in the Irish turn of mind.” [34]

    Jennifer Higgie, in her paper entitled ‘Ghost-writing’ given at the Whitechapel’s art writing symposium in June 2009 envisaged writing as “to engage with the dead” and “to read [,…] to allow slippage and uncertainty, [and as with Carroll’s ‘blank’ map …an] incursion into unchartered territory.” [35]

    Where writer Eugene O’Brien writes of Yeats and Heaney in his essay, ‘Derrida, Heaney, Yeats and the Hauntological Re-definition of Irishness’, we could propose that in Ireland, artists too are “attempting to further a progress of serious engagement with a modern, and even postmodern, sense of Irishness that while taking account of its past, refuses to be bound by that past.” [36] O’Brien sees “ghostly hauntings as traces of possible meanings.” [37] [And concludes that, t]hrough the presence of spectral alternatives, or hauntological aspects of different traditions that have been inherited from the past, [there can be an] attempt to redefine Irishness in terms productive of an engagement with notions of modernity.” [38] This idea of modernity filtering through to the present is further discussed by Francis Halsall in his essay ‘Strategic Amnesia’, he proposes “that to write about art in Ireland (whether one knows it or not) means to write in a context that is directly shaped by the dialectic of modernity and Modernism. [he suggests that] further strategically forgetting the problems of the unfurling of this dialectic in Ireland can invigorate the contemporary practice of writing about art.” [39]

    While writer and critic Thomas MacGreevy wrote, “[i]t is only by learning to fully understand the past that we can most easily come to realise the significance of the present”, [40] writer Ciarán Benson concedes that, “Modernism has impelled us to understand how signs of all types work, and how meanings are made, unmade and remade.” [41] This making, unmaking or remaking of meaning suggests a motion or movement which translates in identity and suggests the embodiment of a becoming, one which invites a re-looking and a rethinking, inviting emergent practices such as art writing to represent Ireland in new, less traditional ways. “Ireland [Fintan O’Toole writes] may be reaching a point at which it is comfortable with the knowledge that its distinctiveness does not lie in any one way of imagining itself, but in fact that it is a place forced from moment to moment to imagine itself. It is beginning to understand that movement itself, and not anything fixed or intact, is its identity. It is beginning to enjoy the freedom of knowing that what is important is not the triumph of any one way of imagining the country, but of imagination itself.” [42]

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    © Emma Dwan O’Reilly

     

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  • Paul ArdennePaul Ardenne

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    AtrásLiberté d’expression du critique d’art et industrie culturelle

     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    Cette conférence, en premier lieu, veut rendre compte du phénomène de la globalisation artistique, dont les grandes expositions internationales (Documentas, Manifestas, biennales du Nord et du Sud…) sont le vecteur essentiel. Second point abordé : l’homogénéisation culturelle qui découle de l’organisation de ces grandes expositions, dont l’Occident est – sauf très rares exceptions – le maître d’œuvre. L’exposition internationale, on va le voir, peut être en conséquence perçue de deux manières : comme une offre esthétique généreuse recyclant la diversité de formes d’expression plastique d’origines diverses ; comme une entreprise de régulation esthétique, au bénéfice de l’Occident.

    Une donnée à préciser d’emblée, avant même de persévérer dans notre propos : les grandes expositions d’art contemporain de niveau international ne sont pas un phénomène récent. Les plus anciennes datent de la fin du 19ème siècle, de concert avec la mise en place de la première des biennales d’art historiques, la biennale de Venise, en 1895. Toutes, aussi, ne sont pas institutionnelles. C’est le cas de l’Armory Show, peu de temps avant la première Guerre mondiale, qui voit des artistes de l’avant-garde française et européenne faire un circuit en Amérique du Nord, une initiative qui doit à différentes sources : mécènes, marchands, les artistes eux-mêmes. Toutes, encore, ne sont pas homogènes, c’est-à-dire ne sont pas portées par le désir de montrer dans sa globalité « l’art en train de se faire » (ce qu’est l’art contemporain au sens strict ), leur intention pouvant consister au contraire à faire valoir un courant esthétique ou une option ouvertement partisane : Dada Messe de Berlin en 1920, contre-exposition à l’Exposition coloniale de 1931 organisée par les surréalistes, exposition surréaliste internationale de Londres en 1938, « Quand les attitudes deviennent forme » de Harald Szeemann à Berne, en 1969, etc.

    Ce qui est encore notoire tandis que se développe l’histoire des expositions internationales d’art vivant, c’est l’homogénéisation croissante de ce modèle de médiation grand format. Dans quel sens ? 1, La part prépondérante de la vision institutionnelle occidentale, censée valoir pour l’art mondial tout entier – malgré quelques révisions durant les années 1990, tandis qu’éclôt le multiculturalisme. 2, La restriction de l’offre, tandis que le phénomènes des listes de type « Top Fifty » s’intensifie. 3, La concentration accrue des grandes manifestations artistiques internationales dites « consacrantes » (avec sa conséquence inévitable, l’homogénéisation de l’offre, qui suit de près sa concentration), grandes manifestations que l’on peut hiérarchiser comme suit, en matière d’art contemporain : Documenta de Kassel, en Allemagne, créée en 1955 sous les auspices des forces d’occupation américaines, une manifestation qui a lieu tous les quatre, puis tous les cinq ans ; grandes biennales d’art contemporain de calibre continental ; manifestations spécifiques, mettant l’accent sur la création plastique nationale (art indonésien, art chypriote, art slovène…) ou envisageant celle-ci en fonction de grandes aires géographiques (art asiatique, art africain, sud-américain, etc.).

    Le meilleur exemple permettant de comprendre comment se structure le pouvoir consacrant des grandes expositions d’art internationales est fourni par les biennales d’art contemporain, qui ont véritablement essaimé depuis vingt-cinq ans. C’est d’abord à partir de l’exemple des biennales que je développerai mon propos, dans cette optique : signifier comment la médiation de l’art vivant, phénomène d’essence culturelle, s’avère inséparable d’une volonté politique évidente faisant de l’art, plus qu’une simple production esthétique, un agent efficace des relations internationales.

    *

    Au nombre d’une cinquantaine aujourd’hui, les biennales d’art contemporain forment un des pôles d’attraction aujourd’hui bien établi du tourisme géoculturel. Tantôt vitrines de l’art local, tantôt relais des tendances globales, leur développement accompagne celui de la mondialisation. Si quelques biennales optent pour la résistance régionaliste, d’autres, toujours plus nombreuses et stéréotypées, travaillent en revanche à homogénéiser styles, conceptions esthétiques et regard critique. Les biennales, simples produits d’une culture industrialisée ? Le vecteur clé, plutôt, d’une normalisation en cours, d’esprit « cross-culturaliste », de la création artistique internationale.

    Une biennale d’art, de quoi parle-t-on ? Autant dire un salon au contenu aligné sur l’offre du présent, où l’on présente « de l’art » pour le mettre en valeur. Une exposition flexible, donc, échappant à la sclérose. Cette capacité d’adaptation de la biennale d’art explique en large part le succès du genre, depuis la création, pionnière, des biennales de Venise (30 avril 1895) et du Whitney Museum de New York (1932). Années cinquante : une création (São Paulo) ; années 1960-1980 : dix (dont La Havane et Sydney) ; depuis 1990 : une trentaine au moins, sur tous les continents – jusqu’à la Biennale d’art polaire d’Ushuaia, en 2007, aux portes de l’Antarctique…

    Plate-forme de visibilité, une biennale d’art est, comme telle, un outil de légitimation. La mise en valeur peut y favoriser l’art local : ainsi des biennales « nationales » du Whitney Museum à New York, pour l’art américain, et « régionales », de Dakar, Le Caire, Buenos Aires, Lima, Sharjah (Émirats Arabes Unis) et de la zone Caraïbe. Ou y valoriser l’activité artistique d’une aire géographique élargie, parfois au nom de revendications tiers-mondistes : biennale « civilisationnelle » de La Havane. Ou l’art international, sans cadre géographique autre que planétaire, une tendance aujourd’hui dominante.

    Une autre caractéristique des biennales est leur irrépressible tendance à l’expansion : toujours plus d’œuvres, d’artistes, de sélectionneurs. La première biennale de Prague (juin 2003), plastronne la publicité, « s’annonce cette année comme l’événement majeur du monde de l’art, avec vingt curators internationaux et environ deux-cents artistes originaires du monde entier ». Toujours plus, aussi, de lieux d’exposition. En 2002, la biennale du Whitney Museum s’offre une section en plein air. La biennale de Lyon, à sa création, se déploie sur un site ; cinq éditions ans plus tard, sur cinq. La Havane comme Istanbul s’atomisent dans des bâtiments classés du patrimoine local, cadre touristique s’il en est… Noble désir d’amélioration de l’offre visuelle que ce maximalisme ? Classique stratégie d’épate, plutôt, développée dans ce but : asseoir la crédibilité et ajouter à la valeur déjà ajoutée de la biennale.

    Venise, la plus ancienne des biennales, fournit le modèle achevé d’une telle mutation, jusqu’à l’hyperpuissance symbolique. Au départ, des pavillons nationaux, que financent des États désireux d’une représentation en territoire vénète. Second temps, un élargissement de l’exposition au profit d’expressions artistiques se moulant mal dans les pavillons nationaux : les sections aperto, à compter des années 1980. Troisième temps, l’option attrape-tout : la grande exposition thématique ritualisée qui scande bientôt chaque édition, les innombrables propositions in-off, off-in et off-off surajoutées pour finir aux sélections nationales.

    Ce dispositif d’ensemble a cette triple raison d’être : faire tenir à la biennale le rôle de baromètre des styles ; lui permettre de légitimiser artistes ou courants en vogue ; last but not least, se légitimiser elle-même.

    *

    L’utilité des biennales, ceci posé, ne fait pas de doute. Leur multiplication, plus que la mégalomanie ou le caprice, signale de la part des États concernés — en général excentrés — une volonté d’intégration, dans ce double dessein : affirmation de soi et représentativité internationale.

    Sortir d’un contexte isolé ou répulsif, dans une perspective de désenclavement : cette démarche, trois ou deux décennies plus tôt, fut celle de La Havane, de Sydney ou de Pusan. Elle est dans la foulée celle de Berlin comme de Cetinie, de Vilnius comme de Fortaleza (Brésil) ou Iassi (Roumanie). Avec, pour Iassi et Fortaleza, et comme souvent autre part, cette nuance signifiante : les organisateurs, pour susciter l’intérêt de la communauté artistique, y font appel à un curator étranger, d’origine occidental. Au registre de la méthode, on tend en effet à « internationaliser », comme le montrent la plupart des biennales duites « Noccident » : une sélection locale plus des artistes occidentaux reconnus.

    Au registre des projets singuliers – et « politiques », incontestablement – on citera Manifesta, biennale itinérante dont l’objectif, depuis 1996 (première édition à Rotterdam) est de rendre compte de la création européenne dans toute son étendue, ouest et est cumulés. Rien d’original à ce choix de la supranationalité, certes, reprise du modèle des biennales « civilisationnelles », attachées à une aire de culture élargie mais homogène. Si Manifesta revêt un intérêt propre, toutefois, il réside au moment de sa fondation dans son souci de briser la logique culturelle des blocs alors encore sensible, en prospectant d’ab ord de l’autre côté de l’ex-rideau de fer, puis de façon élargie en Europe et jusqu’en Afrique du nord, comme vient d’en témoigner la récente édition espagnole de Manifesta, à Murcie et Carthagène, qui s’ouvrait à la création plastique de l’Afrique du nord.

    Cette stratégie du maximum de visibilité possible est évidemment légitime : la survie des biennales en dépend. Le maximalisme signalé plus avant, les effets d’annonce (publicité intensive), le souci, aussi, du prestige (sollicitation de commissaires reconnus et de journalistes ciblés) acquièrent ici presque autant d’importance que le contenu proprement dit. En fait, la quête de l’optimum de représentativité n’est pas sans engendrer ce travers dérangeant : le principe tactique du Esse est percipi, du « être c’est être perçu ». Les biennales, du coup, y perdent, devenant moins intéressantes, non d’ailleurs d’être plus nombreuses mais d’être moins prospectives, et plus convenues – à un point parfois inquiétant et consensuel : en font foi les dernières biennales du Whitney Museum of American Art, d’une sagesse troublante, où l’on peinera à trouvera des images de sexe, de violence ou de provocation. Leçon à retenir : ouverture internationale égale normalisation, les biennales devenant un circuit d’exposition complémentaire des artistes internationaux et leurs mentors, tandis que la position prospective ou à la marge des débuts s’est dissoute.

    L’habitué des biennales le constate sans peine, tandis qu’il passe d’un continent à l’autre à un rythme toujours plus rapide : à côté de quelques artistes inconnus, une biennale présente souvent les mêmes noms, qu’il s’agisse des artistes ou, tout autant, de leurs sélectionneurs, des « super-animateurs » culturels intégrés, cooptés et souvent solidaires les uns des autres. La critique qui est faite à ces derniers est la suivante : soucieux de montrer la diversité, l’hybridité et le métissage, bref, la qualité et le destin « cross-culturaliste » de la création artistique contemporaine, ces activistes — pour certains d’entre eux acquis aux thèses anti-impérialistes ou autonomistes de Toni Negri, Hohmi Bhabha, Hakim Bey ou Édouard Glissant… — ne feraient en réalité que renforcer la puissance de l’« Empire » en termes de sélection, donc de contrôle. Bref, autant d’agents néo-coloniaux de la mise au pas occidentale du monde, subtils récupérateurs de la Périphérie aux fins d’asseoir le pouvoir du Centre.

    La culture et, en elle, les biennales comme continuation de la politique par d’autres moyens ? Cela ne fait pas de doute.

    *

    Ceci énoncé, il convient d’éviter d’être abstraits, et de faire sa part au personnel, aux personnes qui font que la situation a pu évoluer de la sorte, dans le sens de l’homogénéisation culturelle et de la normalisation. C’est là qu’il convient d’évoquer les « commissaires », les « curateurs » en art contemporain, devenus les figures-clés du système.

    Toujours plus de biennales, de musées, de centres d’art, d’événements consacrés à la création vivante en arts plastiques : mathématiquement et sans surprise, en besoin de personnel qualifié, cela veut dire plus de commissaires d’exposition. La création en arts plastiques enregistrant dans le même temps une poussée vertigineuse, il y avait fort à parier que le « commissaire » – le curator des Anglo-saxons – devînt de concert une figure incontournable, sommitale, du milieu de l’art vivant. Une création profuse et hétérogène, voilà en effet qui impose un minimum d’ordre, que des sélections soient faites, des thématiques répertoriées. Le règne des commissaires, prévisible, pouvait advenir. Il advint.

    Nulle déception dans le constat de cet avènement. En matière de conception d’expositions, le commissariat est et demeure une nécessité. Exposer « en vrac », n’importe comment, sans structurer a minima le propos artistique, c’est risquer de faire prendre ce vrac pour la nature même de l’art vivant – funeste erreur d’appréciation, en l’occurrence. Où y a-t-il risque, cependant ? En cas de « dérapage » de la fonction commissariale. Lorsque cette dernière, dépassant le mouvement de l’art, en vient à constituer généalogies ou configurations douteuses au nom de positions qui ne sont pas d’abord redevables de la réalité de l’art vivant mais celles de commissaires partiaux. Médiatiser est un bien. Médiatiser à des fins intellectuellement invertébrées, partisanes ou par trop personnalisées est en revanche sujet à contestation.

    La croissance, en nombre comme en importance, des commissaires en art contemporain est logique. L’industrie culturelle, à l’instar des univers de la marchandise et de la communication, s’est « globalisée », comme on vient de le voir avec l’exemple des biennales d’art contemporain. L’espace consacré aux expositions, par voie de conséquence, s’étend, en se ramifiant. Le nombre accru d’artistes rendus « visibles », celui, dans son sillage, des « tendances » impliquent organiquement la contribution des commissaires.

    Monde complexe, réalité complexe, création en arts plastiques se voulant le décalque de cette complexité : rien ne s’avère plus délicat que conjuguer à son rythme, frénétique, l’art tel qu’il se fait au jour le jour et en tout lieu. Le « curateur », pour ce faire, est le plus qualifié des experts. Spécialiste en art contemporain, familier des biennales d’art et des manifestations « thermomètre » (Documenta de Kassel, biennale de Venise, biennale itinérante européenne Manifesta, notamment), il incarne la figure idéale en terme de Think tanking esthétique. Le plus souvent, il se recrutera dans l’institution elle-même : tel(le) directeur(-trice) d’un centre d’art, sans surprise, y conçoit les expositions qu’il(elle) programme. La fonction de commissaire a aussi ses « indépendants », toujours plus nombreux ces deux dernières décennies. Ces personnalités freelance, autant que faire se peut, vivent du métier d’exposer, après soumission de leurs projets d’exposition aux structures à même de les développer. Gage de leur crédibilité, elles font valoir leur formation, aujourd’hui académiquement formalisée. Fin du règne des autodidactes qui avait dominé les années 1980. Sorti de lieux d’études curatoriales réputés tels que le Royal College de Londres, les Bard College Upstate et Whitney Program de New York ou le Wattis CCA de San Francisco, le « curateur » des années 2000 peut encore se prévaloir d’une affiliation à l’IKT, association internationale actuellement basée au Luxembourg et qui fédère quelques dizaines de commissaires en art contemporain cooptés en fonction de leur parcours, le plus souvent brillant. Autant de compétences et de références, entre connaissance de l’art, de son « système » et de son économie matérielle comme symbolique, promptes à asseoir la légitimité de la fonction.

    Les années 1950-1960 avaient consacré le modèle du commissaire conceptuel, dans la lignée du XIXe siècle et des débuts du XXe siècle. Pierre Restany, Harald Szeemann, Germano Celant en sont les ultimes archétypes : autour d’eux et par eux se voient réunis des artistes que lient un fil rouge créatif, une même sensibilité poétique et esthétique, qu’ils élaborent et raffinent intellectuellement.

    Les années 1970, en droite ligne, créent le commissaire partenaire. Parfois bien installé dans l’institution artistique, souvent directeur d’un musée ou d’une structure d’exposition influente, celui-ci soutient avec énergie la création vivante : Rudi Fuchs, Eddy de Wilde, Jan Hoet, Jean-Louis Froment… La théorisation n’est pas le fort du commissaire partenaire. Lui importe en premier lieu une relation d’exception, solidaire et fraternelle, avec l’artiste. La génération « partenaire », chez les créateurs qui furent ses contemporains, conserve un fort capital de sympathie – pour eux, elle s’est battue sans relâche, malgré les coups reçus, dans un but respectable : faire « entrer » au musée une création souvent dissidente jusqu’alors exclue de cette structure de prestige et de reconnaissance.

    Marquant une continuité qui est aussi une rupture, les années 1980 et 1990 intronisent dans la foulée un nouveau type de curateur – appelons-le, faute d’un autre terme synthétique, le « Cultural Industry Curator ». Celui-ci devient de plus en plus influent avec le renforcement de l’industrie culturelle, tandis que cette dernière, sur fond de « mondialisation », étend son réseau de manière universelle (biennales en augmentation, musées d’art contemporain toujours plus nombreux en zone occidentale ainsi qu’en « Noccident »). Le « Cultural Industry Curator » se définit tant par ses compétences en art que par son potentiel de communicant. Jamais désintéressé, il se met au service de l’art vivant sous condition d’en retirer un prestige propre. Spécialiste des listes, des palmarès et des regroupements artistiques de circonstance, cet animateur utilise la création artistique à son profit comme un bras de levier carriériste. Une de ses excroissances monstrueuses est représentée par le « curateur artiste ». Celui-là, sans hésitation, se présente au monde de l’art moins comme un commissaire artistique que comme un sur-artiste élaborant une esthétique personnelle en détournant à son profit la création d’artistes instrumentalisés (un reproche fait déjà, pour la première fois, par Daniel Buren à Harald Szeemann, en 1972, lors de la Documenta V). Spécialiste de l’exposition collective à fort penchant égotiste, il se proclamera diversement « auteur d’expositions » ou « commis d’artistes », manière détournée de ne pas décliner sa véritable nature – celle avant tout d’un individu narcissique. Collins & Milazzo, qui officient à New York à la fin des années 1980, sont les pionniers du genre, celui de l’autopromotion et du buzzing. Leur manière fera école. Revendiquant une « vision » de l’art, le « curateur artiste » réalise des expositions collectives aux intitulés en général mal cernables qui équivalent à une appropriation aussi singularisée qu’arbitraire. Son expression commissariale, qui s’appuie sur un réseau médiatique constitué et hautement sollicité, n’entend pas moins valoir comme prescription. De cette inflexion résultera, outre celle de « starlettes » en nombre, l’apparition d’une génération de curateurs « stars », triomphante autour de 2000 (Viktor Misiano, Rosa Martinez, Okwui Enwezor, Catherine David) mais qui, parce que trop sollicitée, se discrédite rapidement par le caractère médiocre de ses propositions, plus bâclées que pertinentes (Francesco Bonami, Daniel Birnbaum).

    Triste devenir que celui-ci ? Oui, si l’on considère que le « curating », dans certains cas demeurés fameux, peut devenir un genre artistique à part entière. Lors de l’édition 2007 de la Biennale de Lyon, chaque artiste dont on expose le travail a l’obligation d’être représenté – chaperonné – par un commissaire, le tout sous la férule de deux commissaires-chefs. Le résultat est risible : il y a là, dans l’exposition, plus de commissaires que d’artistes… Et que dire de la dernière édition de Manifesta, à Murcia et Albacète (automne 2010), où un pléthorique « board » commissarial impose aux artistes invités, en amont de l’exposition, un plan de travail minutieux – ceci, au point de susciter à Murcia même une contre-exposition contestataire d’artistes… Le détail des faits ? Après sélection des artistes participants par trois cellules curatoriales improvisées, les curateurs réunis pour « Manifesta 8 » se donnent pour mission de concevoir ensemble un projet. Chaque cellule au travail (ACAF – Alexandria Contemporary Art Forum [Égypte-Etats-Unis], CPS – Chamber of Public Secrets [Italie, Moyen-Orient, Scandinavie, Royaume-Uni] et tranzit.org [Autriche, République tchèque, Hongrie, Slovaquie]), aux artistes retenus, propose ensuite plate-forme de travail et cadre de réflexion et d’action avec pour objectif des productions spécifiques. Tranzit.org, de la sorte, intime aux artistes de concevoir un musée temporaire collectif né d’une réflexion en commun sur ce que pourrait être aujourd’hui l’exposition, aux règles fixées par une Constitution for Temporary Display (« Constitution pour une exposition temporaire »). ACAF incite les artistes à décliner, sur le modèle de l’expression parlementaire, leur point de vue sur l’art et sur l’exposition, ou à faire revivre l’esprit « multi-culti » de l’éphémère MoCHA (Museum of Contemporary Hispanic Art) de New-York, ouvert de 1985 à 1990…, entre autres programmations impératives. N’en jetez plus ! Pour l’artiste embedded, enrôlé sur cette galère commissariale à son corps défendant, difficile de développer son projet personnel. Cadre dirigiste à l’excès.

    Ce type de dérive n’est pas mineur, se serait-il banalisé à ce point, au tournant des années 2010, qu’on le considère dorénavant légitime (principe des « cartes blanches » données à tel ou tel curateur). Ce qu’en pensent les artistes ? Contester, les choses étant ce qu’elles sont (comprendre, institutionnalisées), revient d’office à s’exclure, à rejoindre la longue cohorte minée des mis-sur-la-touche. Dieu merci, toute société constituée, par souci de contrepoids et de contre-pouvoir, produit ses marginaux, rejetés ou conspirateurs. Et toute réalité en crise, sa reprise en mains volontariste par des individus autonomes, à l’action correctrice. Faut-il y insister ?, le monde des curateurs, en dépit de son apparente nature nomenklaturiste, se révèle tout sauf homogène. Il convient ainsi d’y louer, séditieuses mais constructives, les initiatives commissariales alternatives, nombreuses à partir des années 1980. Celles-ci vont mettre l’accent sur divers aspects de la création artistique n’intéressant guère ou pas prioritairement structures institutionnelles et affidés de ces dernières. Nombre d’expositions montées dans les artists run spaces, dans des espaces d’art ou des musées non institutionnels souvent sans grands moyens matériels se consacreront ainsi à point nommé à la valorisation des cultures « Noccident » ou à celle des minorités, politiques comme sexuelles. Une compensation opportune.

    Cette action compensatoire, qui a laissé trop peu de traces dans l’histoire de l’art (moins, en tout état de cause que les productions de l’officialité, toujours « historicisées » par la publication d’un catalogue servant de mémoire et d’archive), est exemplaire. Esprit d’ouverture, accroissement de la visibilité artistique, celle en particulier des exclus du système de l’art… Les curateurs, pour l’occasion, prennent le relais des artistes revendicatifs en conflit avec les institutions (les Guerrilla Girls on Tour, par exemple). Le territoire de l’art en sort élargi, le serait-il selon des voies dissidentes. Autre conséquence bénéfique : lorsqu’il passe dans le champ institutionnel, le personnel activiste formé à l’école de la résistance y répercute tout ou partie de ses positions. Nombre d’expositions organisées dans les années 2000, à rebours de l’esprit narcissique des années 1990, se consacreront de la sorte aux grandes questions et aux débats d’idées qui agitent le monde plutôt qu’à valoriser les options nombrilistes de curateurs au point de vue autocentré. Qu’on pense ici aux expositions collectives ayant traité ces dernières années de l’art dans son rapport à la question homosexuelle (In a Different Light ou The Eight Square, à San Francisco et Cologne), des dérèglements psychiques contemporains (Niet Normaal, Amsterdam) ou de l’écologie (Moral Imagination, Museum Moisbroch, Leverkusen), entre autres sujets de premier plan et d’actualité. Retour en force de la proposition thématique, qui cible une problématique, contre la proposition personnalisée, qui la noie au bénéfice de la posture d’orgueil, vaniteuse au possible.

    Parallèlement à un star system curatorial aux pratiques souvent contestables, il existe donc bien des commissaires moins suspects d’ambition personnelle. Une catégorie trop peu représentée, sans nul doute, où l’on trouvera néanmoins les « fourmis », au rôle essentiel : celles et ceux qui s’affairent d’abord pour mettre en vue la création au nom de ce qu’elle est, et ce, sans contraindre jamais l’artiste aux impératifs de leur carrière, du buzz mondain et du spectacle.

    Un tel exemple d’action curatoriale positive est illustré par l’expérience inédite de la « Biennale de l’Urgence », création, en 2005, d’Évelyne Jouanno, curatrice basée alors à Paris (dans un premier temps avec l’artiste Jota Castro). La « Emergency Biennale », qui honore le combat démocratique, vise au départ deux objectifs : d’une part, faire pièce à la nouvelle Biennale de Moscou, dont les autorités russes se servent comme d’un paravent culturel garant d’une image d’ouverture quelque peu discutable ; d’autre part, mobiliser un maximum d’artistes pour la Tchétchénie alors en butte au rouleau compresseur russe. Problème intense : comment exposer à Grozny ? Jouanno, dans la lignée de Calder (son cirque) et de Duchamp (sa Boîte en valise) retient le principe fort pratique de la valise. Elle sollicite nombre d’artistes qui vont créer gracieusement pour la « Emergency Biennale » des œuvres de petite taille facilement déplaçables et aisées à exposer avec peu de moyens. La valise, en cinq ans, fera le tour du monde (Grozny, Bruxelles, Bolzano, Milan, Riga, Tallinn, Vancouver…), chacune de ses étapes fournissant l’occasion de multiples ateliers ou débats, et sur la question politique de la Tchétchénie et de son sort, et sur celle de l’exposition artistique solidaire et engagée à l’heure de la mondialisation. Évelyne Jouanno : « J’ai imaginé une nouvelle forme d’exposition : susciter le soutien d’artistes solidaires faisant le don d’une œuvre pouvant loger dans une valise qui pourrait voyager jusqu’à Grozny. Un projet véritablement international, auquel ont répondu favorablement, d’emblée, une soixantaine d’artistes de toutes nationalités. La première présentation publique de la Emergency Biennale a eu lieu conjointement au Palais de Tokyo, à Paris, ainsi qu’à Grozny, en 2005, en plus du recours à l’Internet, au moyen d’un site diffusant de l’information. En Tchétchénie même, les œuvres ont été montrées dans un véritable contexte de guerre, avec un certain impact, même si l’art contemporain n’est pas toujours facile à s’approprier culturellement. Rien à voir en tout cas avec une exposition classique. Là, on colle vraiment à la réalité, on ne peut rien planifier à l’avance (…) Cela permet d’ouvrir une brèche dans le mur, d’un côté comme de l’autre. De témoigner, aussi, sur les atrocités qui se commettent là-bas, tout en stigmatisant l’attitude des Occidentaux, plutôt portés à ménager la Russie pour des raisons d’intérêt économique. »

    *

    Et l’artiste, dans tout cela, demandera-t-on en toute légitimité ? Car l’artiste, en principe, est libre, il n’a que faire de toutes ces combinaisons, de toutes ces tactiques.

    Concernant l’artiste, le premier constat à faire est que tous les plasticiens, de part le monde, ne sont pas représentés par l’offre internationale : trop d’artistes, si l’on peut dire, par rapport au nombre de places qui donnent de la visibilité. Si la plupart des artistes acceptent cette réalité (quoi faire d’autre ?), certains, a contrario, vont tendre à faire évoluer leur travail artistique de manière à le rendre plus facilement intégrable par les biennales ou les centres d’art de haut rang et ce, en s’acoquinant avec ces acteurs essentiels qu’on a dit être les commissaires, les curateurs. Il en résulte en tendance un art officiel d’un nouveau genre, international, transculturel, codifié, dont il s’agit à présent de dire quelques mots.

    L’artiste contemporain, comme ses prédécesseurs, demeure assujetti aux circonstances dans lesquelles il crée. Il ne saurait en être autrement. Tout un « système de l’art » avec ses acteurs, galeries, musées, critique, avec aussi ses lubies esthétiques, sa propre gestion du goût public, ne gravite-t-il pas autour de lui, l’accompagnant parfois dans son travail ? Il y a problème, ici, lorsque l’artiste, à l’égard du « système » qui gravite autour de lui, va faire preuve de faiblesse. Faiblesse compréhensible, avérée chaque fois que ce dernier, pour soutenir sa carrière, en arrive à souscrire à ces fort déterministes comportements-type que sont le suivisme, l’entrisme, la collusion avec la critique ou l’institution…

    Autant que la création en soi, en vient en somme à importer, dans certains cas, le ballet réglé des différents acteurs du « système de l’art », l’artiste certes mais encore, avec lui et autant que lui, le critique d’art, le marchand, le collectionneur, le responsable institutionnel tous plus ou moins liés à l’artiste par fonction. Les effets d’un tel ballet entre ces différents acteurs peuvent s’avérer « structurants ». Dit autrement, l’artiste doit affornter dans cette partie l’équivalent d’un Wargame où s’activent autant de « non-dupes » dont le jeu tactique fait de l’« art », plutôt qu’un univers de formes nés d’expressions singulières, un jeu de rôles déterministe où le pouvoir, se devant censément de revenir à l’artiste, ne lui échoit pas forcément. L’artiste, alors, peut faire ce choix, carriériste : s’humilier devant le système de l’art et créer dans son ombre, en esclave. Dans ce cas malheureux, on l’aura compris, l’artiste cesse d’être ce qu’il devrait être instamment, l’incarnation de sa propre institution.

    L’existence d’un système artistique tout-puissant (les « trois M », « Musée, Marché, Milieu »), sans nul doute, n’est pas sans engendrer de multiples effets pervers, avec le soutien des cyniques, des aigris et des technocrates. Nier ces effets serait malhonnête : ils existent, ils se révèlent même parfois déterminants, au point de fausser le paysage de l’art. Le plus éclatant de ces effets pervers est l’incitation à produire cet art officiel déjà évoqué plus avant dans cette conférence, conforme à l’attente des acteurs institutionnels. Médusés par la puissance instituée, quelques artistes tacticiens ne vont pas manquer de concevoir leurs œuvres en fonction des attentes de cette dernière, un assujettissement qui en dit long sur leur conception du lieu où siége le pouvoir artistique, lieu dont eux-mêmes s’auto-excluent. Lors de l’édition 2005 de la biennale d’art contemporain d’Istanbul, Jakup Ferri, jeune artiste originaire des Balkans, présente ainsi une série de vidéos toutes basées sur le même thème : sa réussite artistique. On y voit l’artiste, seul ou en famille devant la caméra, s’adresser aux commissaires de la biennale et leur demander d’être compréhensifs et bons avec lui, et de l’aider dans sa carrière : « Maybe some day I’ll be choosen by some curator or by any other important person », dit Ferri. Dans ce même esprit de sujétion de l’artiste à ses maîtres présumés, Tanja Ostojic enfonce le clou, jusqu’à l’obscène et l’exhibitionnisme, dans son cas. Lors du vernissage de la biennale d’art de Venise 2001, cette artiste serbe s’applique avec méthode à apparaître le plus souvent possible aux côtés du directeur artisitique de cette dernière, Harald Szeemann. Toujours vêtue avec classe, souriant constamment, Ostojic donne le change au point que certains peuvent alors la croire la maîtresse attitrée du célèbre curator suisse. Intitulée I’ll be Your Angel, cette performance vaut à Ostojic une célébrité immédiate. La même Tanja Ostojic, à Rome cette fois, quinze jours plus tard, se distinguera de nouveau par une invitation équivoque lancée au commissaire d’une exposition qui débute dans la Ville éternelle : un dîner aux chandelles en tête à tête, le soir du vernissage et sur le lieu même de celui-ci, avant un bain relaxant pris en commun dans un jacuzzi installé pour l’occasion dans l’espace d’exposition (Be My Guest). Le commissaire acceptera le dîner mais déclinera le bain, où se glissera un de ses collègues, le critique d’art Ludovico Pratesi, ainsi qu’un technicien, après que l’artiste, plongeant dans la baignoire entièrement dévêtue, a commencé à se masturber…

    Ce genre d’œuvres relève d’une poétique indéniablement victimaire. L’artiste, avec éclat, y signifie jusqu’à l’« esthétiser » sa propre aliénation. Seraient-elles à considérer au second degré, comment nier que de telles « créations » ne marquent au fer une dépendance au système, plus en tout cas que l’indépendance à son égard ?

    *

    Au terme de cette conférence, on conçoit bien mieux, je l’espère, combien la légitimation de l’art vivant est aujourd’hui, plus que jamais, un mécanisme complexe mais aussi, pour l’artiste proprement dit, souvent désespérant. L’artiste, en effet, se retrouve au croisement d’un faisceau de tensions et de quêtes pour le pouvoir qui peut en venir, pour lui, à l’obligation de choisir son camp. Quel camp ? Celui de la liberté, qui peut impliquer la solitude et l’abandon, ou celui de la sujétion, qui peut quant à lui scandaleusement impliquer l’élection institutionnelle.

    Ce constat est paradoxal, cruel, et injuste. Il est en vérité à la mesure de l’iniquité globale qui s’est emparée plus largement, à ce jour, de la conduite des affaires humaines.

    Je vous remercie.

     

    © Paul Ardenne

     

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  • Franck Hermann EkraFranck Hermann Ekra

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    AtrásMéta-critiques : itinéraires transafricains
    Mounir Fatmi, Nermine Hammam, Ananias Léki Dago

     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    Pour aborder la question sensible et d’une actualité permanente de « la critique en temps de crise », il me paraît utile d’emprunter les regards détournés de Mounir Fatmi, Nermine Hammam et Ananias Léki Dago, trois artistes qui incarnent des points de vue singuliers du champ sociopolitique transafricain. Soit, un plasticien rompu à la scénographie, une productrice d’image (comme elle se définit elle-même), fleuron de la « nouvelle photographie narrative » et un photographe presque à l’ancienne, poète du détail. Chacun d’eux féconde sa création en s’engageant sur des chemins de traverse. Les trois partagent la particularité de méditer le tabou, l’interdit du regard.

    Les mutations sociales en Afrique et au Moyen-Orient ont vu les projecteurs se braquer sur cette région du monde au cours de l’année qui passe, les « printemps arabes » le disputant dans l’agenda médiatique du tumulte, au psychodrame postélectoral ivoirien dont l’épilogue a impliqué l’ancienne puissance coloniale la France, sous le couvert de la communauté internationale. C’est la trame de ce digest de l’actualité critique transafricaine.

     

    Mounir Fatmi : Nettoyage de saison…

    Mounir Fatmi a présenté lors de l’édition 2011 de la foire Art Dubaï « Les Printemps Perdus », une œuvre censurée, avant de trouver toute sa place dans la première exposition panarabe de la programmation officielle de la Biennale de Venise : « The futur of a promise ». À titre de comparaison dans les mêmes proportions, en 2004 le plasticien avait créé une installation quasiment similaire « G8 les Balais », affublant d’un balai-brosse les 8 emblèmes nationaux (étasunien, canadien, britannique, allemand, français, italien, russe, et japonais), représentant les puissances économiques planétaires. Montrée dans de nombreux musées, l’œuvre n’avait pas suscité la moindre controverse de la part des gouvernements mis à l’indexe. À ce compte- là, la liberté d’opinion pourrait passer pour un luxe en option. Pour donner la mesure de l’impact d’un cas de censure dans le cheminement d’un artiste comme Mounir Fatmi, je m’autoriserai à citer un extrait de notre correspondance puis à situer l’œuvre en contexte :

    « «Les Printemps Perdus» [écrit-il] ont été censurés pendant les deux premiers jours de la foire Art Dubaï, ce qui est beaucoup pour une foire qui dure quatre jours. Par peur de choquer la sensibilité de la délégation officielle et de quelques responsables. Mon galeriste Eric Hussenot a préféré montrer l’installation censurée plutôt que d’enlever toute l’installation et cela après des longues discussions et négociation avec les responsables et le comité de censure. […] malheureusement ce n’est pas la première fois que je subis ce genre de traitement, mais je continue à faire mon travail et je laisse les censeurs faire le leur. Maintenant je me demande vraiment si je continue à montrer mon travail dans ce genre de manifestations. […]C’est vrai que la situation du monde est très critique, mais cela ne doit pas nous empêcher de faire notre travail. »

    « Les printemps perdus », sont une installation minimale, portée par une scénographie sobre, légère, poétique, qui met en scène les 22 drapeaux en berne des pays de la Ligue des États arabes. Sous les pavillons tunisiens et égyptiens se dressent deux balais-brosses de 3 mètres de haut en référence aux soulèvements populaires qui ont mené à la chute respective de Zine El Abidine Ben Ali en Tunisie et de Hosni Moubarak en Égypte. L’humeur contestataire au Maghreb, au Machrek et dans la péninsule Arabique en proie à la remise en cause violente de pouvoirs néo-patriarcaux, inspire cette œuvre évocatrice, subtile et percutante.

    La symbolique du drapeau est forte d’identité et d’attribution du point de vue de l’anthropologie de l’État. Totem moderne, il peut virer au fétiche en raison d’un surinvestissement affectif ou d’une dramatisation des passions politiques. Il participe d’une liturgie profane qui institue un espace sanctuarisé du sacré-politique. Mounir Fatmi semble l’avoir saisi avec cette remarquable intuition d’un dispositif iconique à mi-chemin entre l’autel et la dramaturgie protocolaire universalisante. Ce faisant, il touche au cœur même de la représentation démocratique c’est-à-dire à la capacité de catalyser métaphoriquement le lien civil, d’opérer un transfert de transcendance en même temps qu’un partage solidaire de culture, de valeurs, de souveraineté. Les emblèmes nationaux renferment toujours une charge signifiante émotionnelle, rituelle, protectrice, voire performative à vocation fédérative. Ils rassemblent le peuple-enfant qui se drape sous leur égide telle une grande fratrie.

    L’oblitération collective du père-chef recèle une dimension analytique, œdipienne, au sens de la fable freudienne de la horde primitive (Totem et tabou). Le ménage nécessaire suggéré par Mounir Fatmi ne porte pas sur la communauté des frères, mais sur les potentats qui se rêvent en ses démiurges castrateurs au risque de verser dans la tyrannie. L’absence de balai interroge sur l’inertie de citoyens qui hésitent à se faire agents de salubrité dans leur propre foyer national. Elle ordonne, à la manière d’un planning, l’échéancier des tâches de ce vaste projet d’émancipation, de rénovation et de dégel sous les 20 bannières restantes. Les brosses indiquent ironiquement une dynamique et un effet d’entraînement euphorisant. À qui le tour ? Que reste-t-il à épousseter ? Où se cachent les ordures ?

    Il y a dans cette héraldique contemporaine un caractère domestique qui souligne l’investissement civique de la sphère publique, l’espace national étant réapproprié par les peuples invités à l’agir-créatif en se saisissant de tous les manches à balai de leur Histoire pour − comme dit l’adage − balayer chacun devant sa porte.

    Mounir Fatmi porte ici témoignage par l’esthétique du coup-de-balai, d’un printemps intemporel. Le plasticien se fait porte-étendard de ce revivalisme révolutionnaire panarabe à l’utopie enchanteresse, rompant avec la monotonie ambiante de lendemains qui toujours déchantent. L’artiste mobilise les ressorts de la connivence, procède par allusion suffisante, mêle indistinctement roman familial et romantisme populaire de bon aloi, avec une irrévérence et une impertinence critique coutumières. Il dématérialise son objet en lui assignant une fonction symbolique cardinale, comme s’il s’agissait d’asséner à l’envie que tous les symboles donnent à penser.

     

    Nermine Hammam : revolution@placetahrir.com

    Portant sur un cas particulier de ces révolutions arabes, la série « Uppekkha » de Nermine Hammam offre un portrait à front renversé des projections bienpensantes sur l’armée égyptienne, sa place dans l’imaginaire collectif et son rôle dans la révolution de la place Tahrir en même temps qu’elle pointe la tendance contemporaine à lire le réel sur un mode fictionnel, celui du storytelling d’inspiration hollywoodienne. Impatiente de rejoindre son pays pour échapper à la fabrique médiatique de la « révolution 2.0 », dont elle a elle-même vécue les premières heures à Paris, les yeux rivés sur l’application Facebook de son smartphone, Nermine Hammam a rejoint en urgence dans l’après-coup, l’antre révolutionnaire cairote pour saisir les restes d’une mémoire collective et d’une mythographie en train de se forger.

    Ses photos soulignent la transfiguration du banal par le discours médiatique et font à leur tour fictionner le réel. Elles prolongent son interrogation des marqueurs sexuels et de la discipline corporelle (au sens ou l’entendait Michel Foucault), initiée dans ses travaux sur la plage d’Alexandrie et l’asile psychiatrique du Caire. À la brutalité des engins de guerre et des hommes en arme, elle oppose comme en une série d’oxymores : la « tendresse militaire », la «virile coquetterie », la « fragilité masculine ». Elle affirme ce faisant, son désir de documenter l’autre, l’à côté, la marge, le hors-champs de l’histoire cathodique.

    Aux poncifs sur le monde arabe perçu comme monde phallique, lieu d’expression paroxystique de la virilité, elle répond par un savant brouillage de l’identité de genre mettant en crise des représentations à l’équilibre instable. Derrière l’armée se cache les mythologies patriarcales, l’héroïsme préfabriqué des comics, ou du cinéma relayé par l’univers des jeux-vidéo qui diffusent en haut-débit les projections de l’imaginaire militaire occidental. Au regard de la sacralisation de l’institution militaire en Égypte, Nermine Hammam se met au risque en dépeignant une armée juvénile de soldat efféminés, d’enfants perdus, qui tranchent avec la projection virile née de l’imagerie des forces de l’ordre, plus spécifiquement d’une certaine brutalité policière familière. C’est le spectacle médiatisé des populations communiant avec les soldats qui fournit l’ancrage de cet effacement de la distinction super-héros versus homme-ordinaire. Sa critique en creux vise l’intrusion de la soldatesque dans l’environnement urbain et son enracinement après le départ du chef d’État déchu issu de ses rangs.

    À défaut d’évacuer manu militari de la ville le vert-de gris et les bottes de cuir qui menacent d’y établir à demeure leurs quartiers, Nermine Hammam transborde ces soldats dans des, hors-lieux, lieux de villégiatures plus conformes au tourisme-révolutionnaire planétaire auquel invite en flux tendu la sarabande médiatique ambiante. Elle accentue les traits de féminité en les travestissant par une touche de peinture potentielle en jouant des effets de mascarade de sa palette graphique. Aux premières heures du soulèvement le récit télévisuel magnifiant le rôle des réseaux sociaux et exaltant le taux de pénétration d’Internet de l’ordre d’un habitant sur cinq donnait, en Europe et en Amérique du Nord, le sentiment d’une révolution par procuration. L’évènement assurait de fait pour le téléspectateur des sociétés des anciennes démocraties libérales une fonction cathartique de substitution aux conflits de pouvoir réel qui les hantent. C’est cette toile de fond que Nermine Hammam reprend à son compte. Les paysages kitch de ces cartes postales dé-temporalisées en même temps que dé-spatialisées sont abusivement colorisées ce qui leur confère un soupçon d’onirisme, d’utopie. La plasticienne y introduit des objets qui renvoient à l’univers ludique, comme des circuits électriques par exemple laissant imaginer que ces soldats-là jouent à la guerre avec l’insouciance de bambins qui joueraient au petit-train. La critique porte donc simultanément ici et là-bas, dans les deux directions d’un regard en miroir.

    Dans un texte de présentation de cette série destiné au catalogue de la prochaine Biennale de la photographie africaine de Bamako, Nermine Hammam ose le rapprochement avec Guernica, en revendiquant la guerre comme communauté d’objet avec le maître catalan. Il semble que plus qu’une variante d’expression de l’horreur de la guerre, « Uppekkha » porte témoignage de sa passion pour les libertés publiques.

     

    Ananias Léki Dago : l’incrusté.

    Avec « Embedded », Ananias Léki Dago touche frontalement à la question politique et à la photographie documentaire à la façon de Salgado, presque absente de son approche quasi ethnographique aveugle à la couleur. Cette série porte témoignage de son regard sur la crise sociopolitique ivoirienne qui l’a contraint à la situation de migrant alors qu’il entendait jusque-là contribuer à l’émergence d’une « jeune photographie » dans son pays en animant les « Rencontres du Sud » en 2000, puis 2002. C’est alors qu’éclate le 19 septembre 2002, une rébellion armée qui partitionne la Côte-d’Ivoire en « zone libre » et en « zone assiégée ». Le photographe vit cette douloureuse expérience d’écartèlement national avec le sentiment d’une amputation géographique, d’une mutilation. Le refus de la Croix-Rouge ivoirienne de le laisser faire son métier en lui permettant un libre accès au-delà de la « zone dite de confiance » matérialisée par la présence d’une force d’interposition française et onusienne augmente sa frustration puisque ses collègues européens y étaient habilités. Ironie du sort, il envisageait de photographier la cohorte de déplacés de guerre, condamnés à l’exode et à l’errance dans le quadrilatère ivoirien.

    En 2008, l’exil parisien lui offre l’opportunité tardive d’une rencontre avec un officier général français qui exerce alors le commandement de la Force Licorne, détachée en Côte-d’Ivoire pour séparer les belligérants sous mandat onusien. La discussion qui s’engage entre les deux hommes, lui permet de soigner la blessure narcissique inaugurale. Le commandant de la Force Licorne est un ancien des Beaux-arts piqué de photographie. Il s’intéresse de près à la réflexion du photographe ivoirien et en particulier à un de ses aspects philosophiques qui consiste au rejet du sensationnel, à l’interdit de représentation du sang qu’il s’impose, à sa préoccupation de la trace comme tous les chasseurs. Le général lui propose de l’accompagner en Côte-d’Ivoire où l’armée française a une conscience forte d’une dégradation de son image depuis les évènements critiques de novembre 2004 qui ont occasionné le départ massif d’à peu près 8 000 expatriés français. Suite au bombardement d’un cantonnement français à Bouaké en « zone Centre, Nord, Ouest » (zone dite CNO), les troupes françaises ont détruit les aéronefs des Forces Armées Nationales de Côte-d’Ivoire et réprimé brutalement des manifestations populaires faisant de nombreux blessés et des morts civils par balles dans une opération de « maintien d’ordre ». Pour atténuer le ressentiment qui s’en est suivit, l’armée française se constitue en ONG et mène sur la base du volontariat des actions militaro-civiles pour apporter de l’aide dans les villages (construction de puits, réparation d’écoles endommagées, ravalement d’habitats, etc.).

    Ananias Léki Dago est intégré dans le cadre de cette opération de séduction qui revêt tous les atours d’une communication institutionnelle post-crise. Son statut d’immigré ivoirien revenant dans son pays pour y travailler sous protection militaire française ajoute à l’ambigüité. Il relève au moins deux niveaux d’instrumentalisation. L’une consentie : la sienne. L’autre subie du fait d’un rapport d’assistanat naturalisé par une relation de domination multiséculaire : celle des villageois. Pour ce qui le concerne le double jeu et la convergence d’intérêt en dépit des apparences est clair et l’illusion de maîtrise des termes de l’échange partagée. Il s’agit pour l’officier général pris au piège de la représentation de soi sur fond de culpabilité, d’un jeu de pouvoir. Et pour le photographe hanté par une inclinaison compulsive à la subversion par l’image, d’un jeu de construction esthétique. Cet observatoire privilégié ne manque pas de soulever des questions sur la possibilité d’un regard critique dès lors qu’on est placé dans un environnement balisé contraignant jusqu’au champ de perception.

    Ce vis-à-vis, comme celui qu’on retrouve en continue sur ces clichés habités par l’impensée de l’inégalité mise en exergue par le photographe, rappelle l’histoire en crypte de la relation d’indocilité de la rencontre coloniale. Le quadrillage de l’espace par les soldats pose quant à elle, la question centrale de l’appropriation territoriale. Ce qui frappe dans l’ensemble de la série en forme de parabole c’est d’une part : la sophistication et la démesure des moyens matériels et techniques, rassurant pour les soldats français ; d’autre part : les lignes de démarcation entre nature et culture, sauvage et civilisé, enfance et maturité. La position des sujets et des objets dans l’espace, leurs tailles, leurs postulations, tout fait signe, tout fait sens. La charge symbolique est plus violente qu’il n’y paraît à première vue, même s’il se dégage paradoxalement un regard attendri.

    Ananias Léki Dago aborde cette mission, lucide sur le rapport de force insidieux qu’elle suppose et pétrit de scepticisme sur les bons sentiments de l’aide humanitaire désintéressée. Il installe d’emblée le trouble en induisant un climat de tension qui réveille des réflexes paranoïaques au sein de la troupe. Il vit l’expérience sur le mode de la performance artistique naviguant librement entre officiers et homme du rang. Il déambule d’un mess à l’autre, voyage en Transall, affiche des signes de connivence avec la hiérarchie, suscitant de ce seul fait la jalousie et la méfiance de la deuxième catégorie. Il arbore ostensiblement le carnet de note dans lequel il consigne le relevé de son observation participante, en jouant de l’étiquette intellectuel au milieu de ces hommes empêtrés dans l’action de terrain. Armé de son appareil, il singe avec un sens consommé de la provocation les mimiques de ses hôtes astreints au rituel quotidien du soin porté à leur armement. Son arme raille t’il, « tire pour conserver » tandis que les leurs « tirent pour détruire et tuer ». Lui-même éprouve un certain malaise étant donné le double rejet auquel il est confronté de la part des populations, comme des soldats, en raison de sa posture ambivalente d’outsider du dedans revendiquant son statut d’ivoirien. Traître pour les uns, il passe pour espion aux yeux des autres. Le photographe suscite en tous cas l’interrogation des militaires ivoiriens et des soldats français originaires d’outre-mer dont sa présence met l’identité en question. Il pousse à son comble la mise en crise du nouveau contrat de civilité qui se noue sous ses yeux entre gens d’ici et gens d’ailleurs dans une Côte-d’Ivoire inquiète, angoissée, hallucinée.

    Ces trois itinéraires artistiques imbriqués montrent que la visée critique est consubstantielle à la démarche d’art contextuel pourvu qu’elle soit dénuée de toute ambition de duplication du réel. Elle impose au critique attitré une fonction plus descriptive que théorique dans un effort d’interprétation qui fait coïncider explication et compréhension. C‘est ce jeux en miroir que j’entendais résumer par l’emploi du barbarisme : méta-critique.

     

    © Franck Hermann Ekra

     

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  • Alban Martínez GueyraudAlban Martínez Gueyraud

    Arte y ecología: una renovada relación

     

    44° Congreso AICA, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

     

    La modernidad que hemos conocido nos aniquila por su enorme cantidad de vacío,
    por la espantosa secuencia de acontecimientos insensatos,
    y sin embargo cotidianos y continuos, en la que se presenta.
    Pero al mismo tiempo, esta dura conciencia libera en nosotros la potencia de la imaginación.
    Toni Negri.
    La vida imita el arte mucho más que el arte a la vida.
    El gran artista inventa un tipo, que la vida intenta copiar.
    La naturaleza es una creación nuestra.
    Las cosas existen porque las vemos, y aquello que vemos y cómo lo vemos
    depende de las artes que han ejercido su influencia en nosotros.
    Oscar Wilde.

     

     

     

     

     

     

     

     

     

    La mayor crisis de nuestra sociedad, y también de las ciudades contemporáneas, es, posiblemente, la que emana de la falta de diálogo entre el ser humano y la naturaleza. Nunca antes la humanidad había desarrollado un potencial tan intenso de transformación y destrucción de la naturaleza, ni se habían percibido de forma tan clara los límites de este planeta. Quizá por esto se ha globalizado también la preocupación por el medio ambiente y se ha fortalecido el compromiso ético con la sustentabilidad.

    Es así que el fortalecimiento de la ecología como disciplina científica y la crisis ecológica global como acontecimiento histórico han contribuido a desacreditar el paradigma tecnológico de la moderna sociedad capitalista, reemplazándolo por un nuevo paradigma ecológico. Pero, sobre todo, han sido los nuevos movimientos sociales surgidos en los años sesenta y setenta del siglo XX los que han dado el impulso político e intelectual a este nuevo escenario sociocultural y ambiental[1].

    El empuje del movimiento ecologista exigió a los partidos políticos tradicionales “reverdecerse”, y dio lugar, en los últimos tiempos, a diversas iniciativas internacionales[2]. Pero este “reverdecimiento” obliga a hacer algunas distinciones. Primeramente conviene distinguir entre el “ambientalismo”, que plantea una mera corrección de los excesos o efectos secundarios colaterales (vía impuestos y costes de producción), y el “ecologismo”, que propone una revolución pacífica pero radical que conduzca del actual crecimiento desmedido a un desarrollo sustentable, es decir, a una sociedad ecológica y solidaria[3]. Seguidamente, dentro del propio “ecologismo”, es oportuno diferenciar entre la “ecología profunda”, que defiende un cambio personal orientado al ecocentrismo (la naturaleza concebida como un orden eterno e inviolable al que hemos de someternos), y la “ecología política”, que promueve un cambio social orientado a un nuevo antropocentrismo (la supervivencia y el bienestar de la humanidad se hacen depender de la preservación de la biósfera terrestre).

    El ecologismo político se ha propuesto evitar una falsa disyuntiva: o la continuación del moderno humanismo tecnológico, una especie de “antropolatría” que intenta mantener la idea prometeica del hombre como un soberano demiurgo, capaz de recrear la naturaleza a su antojo, o la vuelta al viejo naturalismo teológico, una suerte de “ecolatría” que pretende unir la ecología científica con las tradicionales religiones de salvación. Frente a esta falsa disyuntiva, el ecologismo político ha llevado a cabo una crítica histórico-política de la modernidad –capitalista y tecnocientífica–, y ha propuesto como alternativa una nueva forma de cosmopolitismo ecológico[4]. Esta situación nos demuestra que no son separables los medios y los fines, los conocimientos y los valores, la técnica y la ética, y pone en marcha una nueva forma de convivencia que estimula una auténtica “democracia cognitiva”, ya anticipada por Edgar Morin, de la que el arte debería ser partícipe con sus variadas contribuciones.

    Es preciso, por tanto, que esa democracia epistemológica se dé por tres vías simultáneas: 1) promoviendo en los ciudadanos una cultura científica, sobre todo a través de la educación y los medios de comunicación; 2) promoviendo en los científicos una cultura política, un sentido de responsabilidad cívica; 3) promoviendo mecanismos institucionales de participación democrática, es decir, nuevas formas de encuentro, deliberación y acuerdo entre expertos y organizaciones ciudadanas, en todas las escalas de la vida social, en todos los temas relacionados con la política de investigación e innovación y en todos los campos de la cultura y el arte.

    En este marco nos parece pertinente mencionar la trilogía del artista paraguayo Marcos Benítez, conformada por las instalaciones Hacer y deshacer la vida cotidiana (1999), elaborada a partir de botellas de vidrio y fotografías; Metamorfosis (2000), montaje con neumáticos recuperados por los recicladores, y S/T (2000), video VHS en blanco y negro, proyectado sobre bolsas de plastillera cosidas, que muestra escenas cotidianas de los recolectores de basura. Sobre estas piezas, Ticio Escobar señaló: “Marcos Benítez no registra la miseria de los basurales en cuanto posible insumo de un impacto publicitario: aunque lance al sesgo una mirada socialmente crítica, trabaja la plastillera como un material convertido diariamente en factor de sobrevivencia. Y la sobrevivencia humana, aunque fuera obligada a ocurrir sobre el fondo de la miseria y de la opresión, requiere siempre un gesto poético”[5]. Por ende, podríamos decir que aunque para algunos teóricos del conocimiento el arte no es, estrictamente hablando, conocimiento, puede proporcionar cierto pensamiento, crear valores y estimular la reflexión, al tiempo de representar una forma de simbolización y revelación del mundo[6].

    . . .

    En 1961, el cosmonauta ruso Yuri Gargarin[7], tras regresar del espacio, dijo que “la tierra es un hermoso planeta azul”. Después de esta declaración, el artista francés Yves Klein (1928-1962) se hizo retratar, astutamemte, por Harry Schunk (dentro de un fotomontaje), mirando un globo terráqueo totalmente pintado en azul[8], que parece levitar, desprendiéndose de sus soportes, gracias a su mirada. Una audaz y poderosa mirada del “artista de lo espiritual”, que ha denominado a toda esta construcción conceptual La tierra es azul. Esta fotografía pasa a sintetizar el discurso y la poética de la obra de Klein, ya que une la idea de vacío/inmaterialidad con su característico azul saturado y traslada esa fusión a la representación más corriente y conocida de nuestro planeta: la esfera terrestre.

    El mismo año, el italiano Piero Manzoni (1933-1963), como “artista de lo material” y, por ende, con una argumentación paralela y contrapuesta a la de Klein –con quien mantenía, sin embargo, un cruzamiento artístico–, concibe también su obra más extrema titulada Zócalo del mundo. Esta obra consiste en un cubo de hierro que lleva grabada esa inscripción, pero puesta boca abajo, de manera tal que ese mínimo elemento, a modo de base o peana, pareciera soportar todo el planeta. Así, la tierra –y todo lo que en ella hay– pasaría a ser, gracias al ingenio de Manzoni, su obra artística material por excelencia, una suerte de megaescultura viviente.

    Con estos gestos que se mueven entre imagen y concepción del mundo, Klein y Manzoni han promovido, premonitoriamente –y acaso sin pretenderlo–, nuevas maneras de plantear la conexión del arte con el mundo, proyectando sus planteamientos discursivos sobre el mismo. Maneras mayormente pensativas que abrirán las puertas para que algunos artistas posteriores puedan participar, a través de sus obras, de una vigorizada correspondencia con los diversos y cambiantes problemas que irá afrontando la naturaleza a partir de entonces.

    Si bien la relación del arte con la naturaleza tampoco es reciente, puesto que nace con el arte mismo, la cuestión importante no es tanto establecer la genealogía de esta relación, sino más bien ver cómo el arte –y sobre todo el contemporáneo– podría resultar una vía sensible para cambiar nuestra percepción y relación con el ambiente que nos rodea. Edgar Morin afirmaba con rotundidad, a fines de los ochenta del siglo pasado, que “la ecología se delinea como la primera ciencia nueva, una ciencia entre el hombre y la naturaleza, capaz de poner en relación múltiples dimensiones, aisladas hasta este momento en campos disciplinares diversos”[9]. Al arte contemporáneo le correspondería, pues, un papel importante dentro del nuevo paradigma ecológico.

    Y aquí podríamos recordar a dos pensadores. El primero, Arthur Schopenhauer, uno de los primeros en querer integrar la cultura oriental con la occidental, quien ya en el siglo XIX, y respecto a la cosa-en-sí kantiana, atribuía al arte la facultad de establecer una relación más directa y esencial con entidades inaccesibles al pensamiento racional o realista. El segundo, Nelson Goodman, filósofo estadounidense fallecido en 1998, quien afirmaba que los mundos que construye el arte, si bien pueden considerarse imaginarios, son, al mismo tiempo, reales. Y aquel inabarcable “real”[10] que muchas disciplinas tratarían por separado, podría ser abordado integralmente por el arte contemporáneo.

    En este contexto podemos citar algunas obras del artista catalán Jaime Pitarch. Mediante sencillas intervenciones, Pitarch transforma objetos y rituales de trabajo mundanos en instrumentos para una reflexión crítica. Con frecuencia su obra consiste en acciones obstinadas que conducen a resultados aparentemente absurdos, improductivos, invisibles o inimaginables. Sin embargo, este aparente absurdo cuestiona las relaciones identitarias, socializadoras y de conducta entre el ser humano y el mundo. La serie Pangea, por ejemplo –con la que trabaja desde el 2003–, ha sido realizada a partir de mapas que el artista manda a diferentes sucursales de bancos para ser fragmentados en las máquinas destructoras de documentos. Con las tiras de papel resultantes teje nuevas cartografías replicando, en su entramado, el sistema de producción manual (telares artesanales), propio de países con economía “en vías de desarrollo”. Así, cada nuevo mapa nos muestra una superficie fragmentada, un estrenado paisaje constituido por pequeñas partículas semejantes al píxel en el cual ya no es posible reconocer el viejo orden establecido. Otra serie contundente es Chernobyl, realizada en 2008. Pitarch ensaya una nueva representación de la muñeca tradicional rusa después del accidente nuclear: una matrioshka mutante que ha integrado los efectos de la radiactividad.

    Ahora bien, resulta necesario recordar que el desarrollo del arte occidental se halla muy ligado a la ciudad, y hasta puede ser considerado una consecuencia directa de sus procesos de crecimiento y urbanización –correspondencia reconocida ya por Platón y que posteriormente fuera estudiada por teóricos diversos–. Para los creadores, las ciudades conjugan, al mismo tiempo, la más rica fuente de inspiración y el máximo exponente de nuestras contradicciones. Actualmente, más de la mitad de la población del planeta vive en áreas urbanas. En las ciudades se concentran población y actividad, producción y consumo, como lo demuestran los fabulosos encuadres del fotógrafo alemán Andreas Gursky. Las ciudades del siglo XXI necesitan más que nunca la innovación y la creatividad para diseñar su futuro. Por un lado, la dispersión, la polución y el caos son ya una advertencia (su huella se verifica en el consumo energético y en el incremento del efecto invernadero). Por otro, el impacto de las nuevas tecnologías. Hasta hace poco, la vivienda, la fábrica, la oficina, los comercios, la universidad, las galerías de arte y los museos tenían fronteras claramente definidas; hoy la revolución digital está transformando los flujos y los nodos de nuestro territorio y permite pensar la sociedad de forma más intensa y más permeable.

    Las ciudades –en las que encuentran mayor espacio y producción las expresiones artísticas– parecen una amenaza para el medio natural, pero constituyen también importantes expresiones del desarrollo humano, en las cuales se podría encontrar las soluciones viables a los problemas existentes. La heterogeneidad característica de toda sociedad urbana hace de la vida en las ciudades un colosal caleidoscopio donde es imposible encontrar zonas completamente cerradas, como tampoco configuraciones socioculturales fijas. Este rico y complejo escenario ha propiciado el surgimiento de planteos artísticos de carácter activista en favor de la ecología; por ejemplo, el proyecto Loop de Roman Ondák, presentado en el Pabellón Checo-Eslovaco de la Bienal de Venecia en 2009. El artista dejó entrar el jardín externo dentro del espacio expositivo, creando una continuidad entre el afuera y el adentro, un continuum amorfo que se reterritorializa en el espacio de representación. Era una intervención bucólica y, al mismo tiempo, una posición precisa con respecto a la función de los pabellones y de las representaciones nacionales.

    Otros tres ejemplos significativos. El primero: las acciones, ponencias y movilizaciones realizadas en varias ciudades por el colectivo artístico Fallen Fruit, radicado en Los Ángeles (EE.UU.) y conformado por David Burns, Matias Viegener y Austin Young. Utilizando la fruta como referencia principal, Fallen Fruit indaga sobre el espacio urbano y las posibles formas de crear comunidad y ciudadanía. El segundo: la intervención urbana de Paule Kingleuer realizada recientemente en un barrio de París, en colaboración con Paris Label, organización de arte urbano y ecológico. La obra, titulada Potogreen, consistió en un montaje comunitario de flores y vegetales en los postes antiestacionamiento de algunas aceras del barrio. El tercero: el inglés Richard T. Walker, quien, con una fuerte referencia hacia los períodos románticos europeo y americano, cuestiona cómo percibimos la naturaleza y cómo imaginamos que la naturaleza nos percibe. Utiliza escritos, música, performances, fotos y videos para facilitar el análisis contemplativo. La obra origina un diálogo continuo que desafía nuestras percepciones sobre el paisaje y la naturaleza, haciendo que nos preguntemos sobre el modo en que nos relacionamos con el ambiente contemporáneo y, consecuentemente, con nosotros mismos y el entorno.

    Existen muchas interpretaciones sobre la correspondencia arte/ecología. Algunos autores proponen un concepto radical de “arte sustentable” tanto social, psicológica, filosófica como políticamente. Este es el caso de Maja y Reuben Fowkes, ambos críticos y curadores, de origen croata y británico respectivamente, que viven y trabajan en Budapest. Otros autores prefieren hablar de “artes de la sustentabilidad”, como Sacha Kagan, investigador y ensayista alemán. Están también los que conciben la práctica artística como fuerte compromiso ambiental, que se manifiesta tanto en el uso de materiales reciclados y/o de desechos, como en la logística, el montaje y las repercusiones de las muestras y ferias de arte. Hay, por otra parte, quienes hablan de “trabajos artísticos que nos inspiran a pensar en sustentabilidad”. Otros, en cambio, creen que cualquier obra reflexiva contribuiría a la sustentabilidad. Y, en contrapartida, están los que piensan que el arte debe ser libre. El arte contemporáneo ya no es una apariencia para engañar. Es una apariencia liberadora.

    Resulta pertinente rememorar que la sustentabilidad ecológica es una variable dependiente de la sustentabilidad socioeconómica y cultural. En este apartado podemos mencionar al artista mexicano Damián Ortega, quien en algunos trabajos retrata la sociedad capitalista y sus repercusiones. El humor incisivo y la crítica social urden toda la práctica artística de Ortega. Esto es evidente en la torre de barriles de petróleo rotantes de la instalación Movimiento en falso, estabilidad y crecimiento económico (2004), que alude al desequilibrio producido por la dependencia de la economía mexicana (y la de otros varios países) del petróleo. Asimismo, en casi todos sus planteamientos creativos hace uso de objetos cotidianos que él mismo desmantela y reconfigura en estructuras inusitadas y lúdicas. Por ejemplo, la instalación urbana Spirit and Matter (2004), construida a partir de materiales reciclados y que apunta no sólo a espacios semihabitables y a la arquitectura informal de las grandes ciudades latinoamericanas, sino también a la esponjosidad entre el espacio público y el privado, a la supervivencia de los recicladores de basura y a que el “entorno” en el que habitan los seres humanos no es la naturaleza ni la cultura, sino un medio híbrido. Esta obra de Ortega revela, paralelamente, que la relación de los seres humanos con el mundo que les rodea no tiene lugar de forma directa e inmediata, sino de forma indirecta o mediata, a través de esas dos grandes mediaciones constitutivas de la experiencia humana que son el lenguaje y la técnica, es decir, los códigos de comunicación y los procesos de conocimiento, manipulación y transformación del medio físico y de los otros seres vivos.

    Para el hombre antiguo el mundo era la obra de arte más sublime, fruto de un poder creador divino. El artista se esforzaba por imitar esa obra y, según se alejaba de ese patrón, perdía inspiración. Hoy el artista está solo, sin referencias, y se podría pensar que su mayor conflicto es, quizá, su separación de la naturaleza. La tierra aparece enferma, de valores y de salud, a causa de su habitante más “inteligente”. Aquí, podemos mencionar los trabajos de Damien Hirst en torno a la enfermedad y la muerte, que reflejan el estado doliente del hombre contemporáneo. Sus series Cuadros con medicamentos y Anaqueles de medicina, nos recuerdan la fenomenología de la adicción o lo que se ha dado en llamar la «experiencia secuestrada»; esto es, el modo en que los psicotrópicos –y fármacos en general– se presentan como un modo de suplir la ausencia de experiencias existenciales genuinas y gratificantes, tal como lo concibe Peter Sloterdijk en su libro Extrañamiento del mundo[11]. Pero ese hombre vulnerable no es tan diferente de los animales ni de los otros seres, por lo que el paradigma ecológico ha puesto en marcha una “política de la cohabitabilidad”, al decir de Sloterdijk, que implica una múltiple solidaridad: entre los pueblos, entre las distintas generaciones, entre los humanos y el resto de los seres de la Tierra. En este contexto, podemos decir que el nacimiento de un nuevo arte no se realiza, en cierta manera, sin dolor, tormento ni contradicciones. Experimentamos impotencia ante una realidad desnaturalizada e incomprensible, sometida a las reglas del mercado. Nos sentimos incapaces de hacer frente a un mundo dominado por un saber tecnocientífico (como ya lo advertía Heidegger), guiado por la razón utilitaria y supeditado al control de la información y el poder de las imágenes.

    Con reflexiones como ésta tenemos la sensación de habernos dejado doblegar por una realidad alienante de la que, aparentemente, somos incapaces de escapar. Sin embargo, precisamente de esa angustia debe originarse el sentimiento que libere nuestra imaginación. Toni Negri nos dice: “El sentido de lo sublime no puede ser impotente; al contrario, nos arranca de la impotencia. Reconociendo como humana esa realidad absolutamente humana en la que estamos inmersos, podemos filtrar con la imaginación la indeterminación absoluta de lo existente”[12]. Si estuviéramos de acuerdo con Negri, nuestra imaginación, estimulada por el sentimiento de lo sublime, nos permitirá ofrecer una respuesta a la incomprensibilidad de la realidad contemporánea o rastrear una explicación ante la imposibilidad de enfrentarla en algunas de sus situaciones.

    En este contexto podemos mencionar la performance Área protegida (2007) de la artista paraguaya Mónica González, realizada mediante sombrillas intervenidas por la propia artista con tul verde a modo de microambiente individual cubierto. Esta obra –que también tendrá derivaciones objetuales y audiovisuales– surgió en un momento en que todo el Paraguay vivía consternado por una tenaz epidemia de dengue, originada por la picadura de un mosquito (Aedes aegypti). Así, su “área protegida” sobrepasa el medio ambiente e incluye a uno mismo como área a salvaguardar de los diferentes insectos que están arremetiendo actualmente contra el ser humano, quizá, como resultante de su propio maltrato al ecosistema.

    Sublime, efectivamente, es la capacidad de resistir ante las potencias y circunstancias que nos desbordan. Y esta resistencia, a través de la creación, puede adquirir, sin lugar a dudas, una dimensión política y educativa. Pero esa moda de “ser un ejemplo de sostenibilidad” tiene sus inconvenientes y puede representar algo engañoso, ya que, como señalan Maja y Reuben Fowkes, “el capitalismo, escondido en su nuevo disfraz de verde, ha demostrado, una vez más, su extraordinaria capacidad para absorber las ideas y la energía de sus oponentes, que ya han sido alistados para contribuir a la creación de nuevos mercados para los productos ecológicos y lucrativas eficiencias económicas”[13].

    Si bien la inquietud de algunos artistas contemporáneos por la ecología y la sustentabilidad ya no parecería una actitud valiente, sino más bien una suerte de esnobismo, también es cierto que la función social y reflexiva del arte contemporáneo –como lo replantean la teoría y la crítica más recientes– se encuentra en un devenir evolutivo: experimentando la libertad de soñar futuros razonables, ensayando renovados planteamientos creativos y favoreciendo desarrollos comunitarios y participativos.

    Pensamos que el arte no es un accesorio del que se puede prescindir. Es un elemento esencial de la vida. No se trata sólo de buscar contenido ecológico en la obra artística, sino de encontrar una actitud vital. Ese rol del arte es como un pacto de amistad con el mundo. Nuestra civilización se vuelve más humana. No sacrificaríamos nuestra vida al arte; al contrario, la sublimaríamos gracias a él. Esta nueva correspondencia “arte/vida/realidad” se da en el caso del artista paraguayo Ángel Yegros. En este contexto podemos mencionar su exposición titulada Tekoha [Time is out], presentada en el Centro Cultural de España Juan de Salazar de Asunción (octubre/noviembre 2010), de la cual fui curador. Las obras que componen Tekoha construyen espacios simbólicos a lo largo de su recorrido: recintos–moradas del Ser– que materializan la complejidad del hábitat interior en el cual se desarrolla la actividad del pensamiento, la introspección, el sentir y la memoria. Tekoha es un término guaraní que implica la estancia del Ser, el lugar donde estamos y podemos ser lo que somos; una construcción ideológica diferente a la de la tierra entendida como medio de producción económica y mera existencia. El Tekoha representa el sistema ambiental, sociopolítico y cultural en el que se dan las circunstancias de “posibilidad del modo de ser guaraní”. Esta concepción es verificable en la vida y el trabajo de Ángel Yegros y se revela como hilo conductor de su obra. Para Yegros, el arte es una práctica vital, como se manifiesta en las expresiones de la cultura guaraní o en las formas del Zen. Asimismo, el artista sabe que nada es perfecto en la naturaleza, al menos en el sentido geométrico-euclidiano en que concibe Occidente. Nada es permanente porque todo está en proceso. Y nada es completo porque la completitud tampoco existe en la naturaleza, es sólo una abstracción.

    ¿Pueden obras como ésta contribuir a un giro que nos aleje del antropocentrismo y del “progreso” insensato? Al arte le correspondería profundizar sobre los alcances que la ecología puede tener en territorios más vastos, abordando las esferas ambiental, social y mental; acompañando las ideas de Guattari –en Las tres ecologías[14]– para hacer patente la conexión e interdependencia de todo lo que nos rodea y conforma. No se trata, por tanto, de realizar el encomio de una obra de contenido puramente ecológico en todos sus planteamientos, sino de evidenciar la producción crítica y artística que dialoga con los principios y los valores del ecosistema.

     

    Notas:

    1. En un primer momento la crisis ambiental fue observada desde una perspectiva “neomalthusiana”, según la cual el crecimiento físico y demográfico conduciría, si no se aceptaba la imposición de ciertos límites, al agotamiento de los recursos. Al respecto, uno de los principales ejemplos lo constituye el siguiente informe: D. H. Meadows, D. L. Meadows, J. Randers, W. W. Behrens III. The Limits to Growth, New York: Universe Books, 1972; versión en español, Los límites del crecimiento, México: Fondo de Cultura Económica, 1972. Sin embargo, pronto será la perspectiva ecológica la que ofrecerá un marco de referencia más preciso, cuando trabajos como los de R. Carson (Silent Spring, Boston: Houghton Mifflin Co., 1962) y B. Commoner (The Closing Circle, New York: Knopf, 1971) explican que la crisis ambiental es consecuencia del modelo de desarrollo existente.

    2. Como las conocidas “cumbres” y conferencias mundiales.

    3. En estos cambios van a ser significativas las influencias de algunos filósofos como Edgar Morin y Arne Naess, o de científicos como Ilya Prigogine (con su planteamiento de las estructuras disipativas) y James Lovelock (con su notable teoría de Gaia). Paralelamente, estas ideas tuvieron sus proyecciones en ciertas manifestaciones artísticas conceptuales, así como en expresiones de Land Art y arte de acción (perfomances).

    4. Este nuevo cosmopolitismo ecológico se encuentra analizado por Antonio Campillo en Adiós al Progreso. Una meditación sobre la Historia. Barcelona: Anagrama, 1985. Este autor plantea una nueva filosofía de la historia y del sujeto que ya no pone en juego la idea de progreso, sino la de variación. Sería, pues, la idea de variación la que permita identificar una forma posmoderna de pensamiento. Pero, si esto es así, el pensamiento posmoderno tendrá que pensarse a sí mismo como una variación –no ya como un progreso o una superación– del pensamiento moderno. Desde 1985, Campillo se ha dedicado a desarrollar esta «filosofía de la variación», tomando como horizonte de su reflexión el actual proceso de globalización de todas las relaciones sociales y de todas las interacciones ecológicas entre la especie humana y la biósfera terrestre.

    5. Ticio Escobar, texto de presentación de muestra de Marcos Benítez, Asunción, 2001.

    6. En ese sentido fue Heidegger, quizá, quien planteó la posibilidad del arte como medio de conocimiento: “La obra, en tanto que obra, levanta un mundo”. Cfr. Martín Heidegger. “El origen de la obra de arte”, en Caminos de bosque, Madrid: Alianza Editorial, 1995.

    7. El primero en viajar al espacio a bordo del Vostok 1.

    8. El IKB (International Klein Blue), patentado por el artista. Según el mismo, es el color de la espiritualidad, y lo impregna casi todo.

    9. Edgar Morin. “L’Écologie généralisée”, en La Méthode, 1988.

    10. Desde el punto de vista lacaniano.

    11. Peter Sloterdijk. Extrañamiento del mundo, Valencia: Pretextos, 1998.

    12. Toni Negri. Arte y multitud. Ocho cartas, Madrid: Trotta, 2000.

    13. Maja y Reuben Fowkes. “Recuperar la felicidad: El arte y la ecología sin límites”, en Revista Artecontexto, No 27, 2010.

    14. Félix Guattari. Las tres ecologías, Valencia: Pretextos, 1990.

     

    © Alban Martínez Gueyraud

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  • Cinque HicksCinque Hicks

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    AtrásThe New Action Criticism: Restraining Authority Via Public Networks.

     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    In the United States, the so-called “crisis” in art criticism has taken the form of a profound anxiety over the current institutions in which art criticism is embedded: primarily daily newspapers, which have shed most of their art criticism staff in most US cities. But this anxiety also extends to university art history departments, the publishing industry as a whole, and even to the online realm.

    Meanwhile, the social effects of this crisis have gone almost entirely unexamined. That is, the crisis is framed in terms of a crisis of production rather than as a crisis of social meaning. Focusing on the precarious conditions of production has led to an increasingly timid art criticism establishment that cleaves to the powerful institutions of the art world—its museums, its art fairs, its galleries. Meanwhile, the edifice upon which the entire art establishment is built—the social substructure—is left intact and unperturbed.

    However, it is well within the historical role of the art critic to use critical tools to challenge not just cultural production, but the social order that led to such production. In so doing, the art critic has historically aided in the creation of a public sphere; the space in which a collectivity comes to understand itself as not just a society, but as a body politic, a people with expressible political autonomy and will; not just subjects of the state, but citizens of the nation.

    Shifting the focus to the effects rather than the conditions of art criticism has led me to the conclusion that what art criticism needs most is to get out from behind the its veil of objective, dispassionate evaluation. I question whether the exhibition review, the scholarly article and the catalog essay are valid forms, at least to the extent that these are not tied to some larger social program.

     

    A New Action Criticism is called for.

    Here, I will read a sort of manifesto for what I tentatively call the “New Action Criticism.” In short, the New Action Criticism perhaps resembles community organizing, political activism, and event production more than it does solitary practices of viewing and writing. It favors engaging with specific persons over addressing anonymous masses. It favors action in the world over disinterested contemplation of it.

    [From the statement of principles, in progress]

    The New Action Criticism is not concerned with producing definitive texts, as were the textual critics up through the opening of the 21st century. The New Action Criticism is the broad-based management of conversations. It organizes the babble of voices in a network society of indeterminate topology and creates a vehicle for the public creation of meaning by transforming audiences into publics able to speak back on their own behalf.

     

    The New Action Criticism (NAC)…

    • concerns itself with managing broad-based, public conversations, not with producing authoritative texts. The public forum is as crucial as the newspaper column, the resource database as central as the exhibition review.
    • is baldly political. It seeks to create publics for their express traditional purpose: to act as a check on power, in this case the atomizing effects of globalized capitalism.
    • rejects authority of all kinds. It does not seek to arrest art through the dictatorial foreclosure of meaning, but rather to allow art’s meanings and uses to proliferate uncontrollably in the public sphere. Although different voices may engage in the conversation with different levels of knowledge, the entry into the conversation itself is radically egalitarian.
    • rejects genius and virtuosity as other forms of blind authority. The NAC values skill, but regard virtuosity as valuable only in the conversations it catalyzes rather than in its ability to function in an autonomous realm of aesthetics.
    • regards the short-form review writing of the twentieth century to be merely the background research to a wider engagement. It is not the end of the critical process, but the start.
    • assumes that work is done collaboratively and in teams. Under the deluge of information and in light of the number of skills required to manage large-scale conversation, group critical work must be the rule rather than the exception. The lone, authoritative, genius critic is a relic of a bygone Romantic era.
    • assumes meaning is derived cooperatively. Rejecting the authoritative voice, critics must also reject the act of attempting to assign authoritative meaning. Meaning is emergent from the innumerable transactions over the interpretation of art.
    • allows art to lead the conversation. Criticism as conversation takes as its starting point the concerns, obsessions and insights of art work. It does not choose issues of general interest, but rather reacts to art work and regards it as an argument about the nature of reality and society, an argument that demands engagement on its own terms.
    • but also assumes that both artists and writers are fictitious. In the absence of authority, the artist’s intent as well as the writer’s are at best irrelevant and distracting at worst. What is real is emergent from cooperative interaction.
    • is radically platform agnostic. The NAC is prepared to engage not only in print, but in digital media, in live conversation and in other forms of social practice, such as community organizing and protests as necessary the advance the conversation at hand.
    • does not attempt to substitute for public sight. Recognizing that the review–or consumer-reports–format has become merely an appliance for bestowing market legitimacy, the NAC makes no attempt to recommend or favor. It assumes the autonomy of individuals to decide among themselves what to see. It rejects the preview and the private showing. It experiences art at the same time everyone else does. In its journalistic manifestation it makes no attempt to be «timely» or to give advance notice. It presumes the continuous relevance and valence of art.
    • does not presume to educate tastes. It is anti-connoisseurial. If it attempts to establish market value, it does so openly, not by covering its tracks with misleading assessments of quality.
    • creates for the public a voice by which the public can manage its own culture and symbolic order through means other than the market. It provides tools other than the purchase and the boycott for articulating an empowered relationship to culture.
    • in radically anti-modernist: the NAC recognizes that the purpose of writing about art is no longer to learn about art, but to learn about life

    I very briefly now present a few facts about Atlanta Art Now, a new organization in the city of Atlanta in which an expanded art criticism practice has already begun to redefine the social sphere in which it sits. Although Atlanta Art Now was not at all conceived as an exercise in New Action Criticism, through my involvement, we have begun to approach the project with some of the New Action tenets in the background.

    Atlanta Art Now is a serial book publishing program supported by a nonprofit arts foundation. Its first volume is to be release in November (2011), and I am both a co-author of the first book in the series and the creative director of the publishing program as a whole.

    The first book is called Noplaceness: Art in a Post-Urban Landscape and addresses artists who reflect or react to changing ideas of place and space in the era of globalization.

    With this book, we have sought not only to chronicle contemporary art being made in Atlanta, but have paired the book with a program of public talks, online discussions, and supplementary written materials. These auxiliary programs use the artwork as a platform from which to launch critical discussions about urbanism, globalization and social stratification. In the book, as well as in other fora, these issues are taken seriously as the lens through which we look at a subset of contemporary work. Gone is the formalist criticism of modernism. As critics, the authors of Noplaceness are convening physical and virtual audiences to catalyze broader discussions about issues of general importance. The goal here is an ongoing, continuous, city-wide conversation that starts with art but ends with life.

    In the United States platforms for a deliberative political discourse are few and degraded. I propose the practice I call the New Action Criticism as a revived formulation for creating reinvigorated spaces of social contact and discussion. Atlanta Art Now is a first and very partial attempt at this practice, a practice I hope will grow and become a model for general use.

     

    © Cinque Hicks

     

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  • Klara Kemp-WelchKlara Kemp-Welch

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    AtrásKrytyka Polityczna,
    Critical Art and Crisis of Criticism in Poland

     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    Five years after the fall of the Berlin Wall, at an International Congress on Culture of the Time of Transformation in Poznań, Polish art critic Dorota Jarecka observed: “Nowadays you can hear everywhere: “there is no criticism”, “there is no place to write”, “there has been no true criticism in Poland for forty years, and there will be none in the future”.i Under socialism, she explained: “criticism in Poland […] adopted a rather slavish tone [in which] reviews turn into flattery”.ii But the post-transition state of critical impasse to which she referred was also, she argued, a symptom of a general over-investment in the idea of a new, true, criticism in the wake of 1989. Excessive expectations, she reasoned, were producing a vicious circle and inducing “a state of torpidity”, according to the logic that “there will never be any “true” critics, if there are no true periodicals and true art market, and the latter will not come to be since there is no “true” capitalism etc.”.iii She argued that this sort of defeatism was motivated by a deep-seated dual historical fear grounded, on the one hand, in a tendency to dismiss criticism as simply pseudo – the legacy of communist-era “newspeak”, and, on the other hand, anxiety about Western postmodernism with its “tolerance” and “difference” and its ideology of “provisional, rhizomatic and nomadic” thought.iv Polish criticism, post-transition, was caught between “Polish emptiness” and “the emptiness of pluralism”.v How to break out of this vicious circle? How to recover from the usurping of criticism by Communist newspeak without slavishly emulating Western critical trends? Such questions remain highly relevant today, as we continue to our search for a critical language adequate to the challenges of the present European crisis of populism, nationalism and xenophobia, recently aggravated by the global economic downturn. In what follows, I address how these questions relate to the critical activities of “Political Critique”, one of the strongest voices to emerge on the Polish scene in recent years.

    The Political Critique Review was established as a quarterly periodical by a group of left-wing students from Warsaw University in 2002, and has grown exponentially Krytyka Polityczna, composed of journalists, scientists, writers, critics of art, film and literature, playwrights, artists, activists and students, claim to be “working on behalf of nearly 2,000 activists in Poland and abroad”, and describe themselves as a “left-wing think-tank and as a “critical university’”, comprising “Poland’s biggest intellectual magazine and team of regular social commentators who write for and appear in mainstream Polish media” as well as “a high-profile group of artists working in the visual arts, theatre, film, literature and music”.vi They collaborate with cultural foundations, museums, galleries, biennials, the press and other media, in a concerted effort to instigate public debate in actual and virtual space. Krytyka Polityczna now boasts a high traffic website (www.krytykapolityczna.pl), a network of clubs and cultural centres in cities throughout Poland, the most important of these being the Wonderful New World Club in central Warsaw, new branches in Kiev and London, and a major publishing house. The founding of a their publishing house, in 2007, has been warmly welcomed by a generation of young leftists in Poland, eager to fill their bookshelves with affordable, attractively packaged, critical literature. In addition to works of journalism, political philosophy, sociology, literature and literary criticism by Polish authors, the organization has translated and published work by writers and intellectuals such as Judith Butler, Jürgen Habermas, Chantal Mouffe and Ernesto Laclau, Wiktor Pielewin and Slavoj Žižek.

    The core members of the group, of whom Slawomir Sierakowski is perhaps the most prominent, describe themselves as reformist social democrats. Their stated aim? To revive the long-standing Polish tradition of oppositional writing and journalism that had played a key role in the rebirth of Polish civil society in the decades prior to the events of 1989. Krytyka Polityczna repeatedly declare their commitment to reinvigorating the Polish tradition of the engaged intelligentsia, arguing that the Polish socialist heritage “represented all the best things about Polish tradition: the ideals of democracy, social justice, freedom and civil rights, pluralism and tolerance, and finally, independence”.vii Deploying the full range of tools that have become available since 1989, they ultimately hope to overhaul the Polish intellectual landscape and “to produce new kinds of behaviour”.viii Uniting social science, culture, and politics around a common goal, Krytyka Polityczna’s goal is to impact social reality: “to prepare and introduce into the public sphere a project of struggle against economic and social exclusion” and to “spread the idea of deep European Integration”.ix How then, do these aims relate to the vicious circle Jarecka complained of in 1994? The short answer, I think, is that they refuse the binary terms of the dichotomy she outlined. Krytyka Polityczna refuse to dismiss all communist criticism as ‘newspeak’ and they refuse to label all western criticism ‘empty pluralism’. Instead, they seek to excavate an alternative critical tradition from between the fault lines of East and West. By seeking to reinvigorate leftist debate in a country where leftism has been discredited by the mainstream, the group appear to reinvest in the possibility of parallel cultural activity as a mode of political praxis, testing the viability of the working methods of former dissidents in relation to the specificities of the post-socialist situation. This, I think, is their primary accomplishment – their desire to work with past models and to adapt them to the present situation, introducing a new generation of political activists to the accomplishments of their predecessors, and to re-link a local history of activism with the global theoretical return to the left in the wake of the continued crisis of neo-liberalism.

    In 2005, the group set up the
Stanisław Brzozowski Association
to oversee Krytyka Polityczna’s activities, adopting as their patron a key Polish philosopher, writer, literary and theatre critic and historian, credited with having introduced Marxism to Polish thought at the turn of the century, and strongly committed to engaging artists in the shaping of society. Active in the Polish independence movement, Brzozowski found himself incarcerated in a Tsarist prison, where he contracted typhoid, of which he would die, aged 33. Among Poland’s leading intellectuals, those he inspired include Czesław Miłosz, Andrzej Walicki, Maria Janion, Leszek Kołakowski, Adam Michnik. Adopting him as their patron, and republishing several of his key works, Krytyka Polityczna hope that he will inspire a new generation of socially engaged intellectuals. Following in Brzozowski’s footsteps, Krytyka Polityczna are committed to forging a new solidarity between journalism and critical art. The periodical’s artistic directors are Yael Bartana and Artur Żmijewski, two artists who have produced key works exploring the specificities of the Polish political and ethical landscape. Bartana and Zmijewski engage in a range of collaborations with other Polish and international artists, thus bringing them into the fold of the Krytyka Polityczna project. With their help, the periodical regularly includes photo-essays by well known artists such as Tania Bruguera, Olga Chernysheva, Sanja Iveković and Santiago Sierra.

    The founding text for Krytyka Polityczna’s stance vis-à-vis art’s political potential is Artur Żmijewski’s ‘Applied Social Arts’ (2007), in which the video artist, sculptor and curator of the forthcoming 7th Berlin Biennale (2012), set out his arguments for critical art. x He identified the hidden enemy standing in the way of art’s “desire to be an active agent creating the social and political environment” as shame, recalling that artists’ historical complicity with totalitarian regimes has “compromised the very possibility of art becoming an instrument of politics”.xi “Shame”, he wrote, “has set in motion the mechanisms of repression and denial. Instead of drawing enjoyment from the outcome of their actions, the visual and performing arts are content merely to dream of such outcomes: fantasy has supplanted reality”.xii Żmijewski argued that, all too often, the political consequences of Polish “Critical Art” of the 1990s, were not the intended ones. Among others, he cites the example of “players from the realm of politics ‘learning’ how to use subversive strategies that had once been proper to art”, recalling the incident when “right-wing deputies to the Polish parliament Witold Tomczak and Halina Nowina-Konopczyna removed the stone (meteor) from the prone figure of Pope John Paul II in Maurizio Cattelan’s La Nona Ora during an exhibition curated by Harald Szeeman at Warsaw’s Zachęta gallery in December 2000”.xiii These sorts of “scandals breaking out over the topics art proposed to introduce into public debate” have generally failed to contribute positively to the development of critical discourse, says Żmijewski. In many ways, they have been counterproductive.xiv If “the continuing brutalisation of public debate has been attributed (by Gazeta Wyborcza journalist Anna Zawadzka) to the violent language used by art in the 1990s and the resulting media backlash”, then it now seems clear that “violating one set of taboos leads to the emergence of other taboos”.xv

    Żmijewski blames art critics rather than artists for the alienation of critical artists within contemporary Polish society. He argues that the artist must wrest back power from the critic, for what really prevents art from serving as an instrument of knowledge, science, and politics, is “the archaic, circular mode of communication where critics mediate between the artist and the viewer”, and “lack of knowledge on the part of critics ‘forces’ artists to simplify their message. (…) For what the critic cannot understand cannot be expressed and never makes it into the circuit of knowledge”.xvi He says that artists need to speak out, rather than leaving commentary to the reviewers, thus abandoning autonomy and running the risk of “dependence on other discourses: politics and science”. He concedes that this may “lead to an ideological reduction of content to what is useful from the standpoint of a group’s political interests”, but thinks the risk worth running if art is to become socially useful, and begin “producing useful tools: tools for the implementation of power and of knowledge”.xvii These are ambitious claims. To what extent have they been proved feasible by Krytyka Polityczna’s artistic collaborators, to date?

    Arguably, the loudest artistic collaboration by Krytyka Polityczna and the artistic establishment to date has been the making and screening of Yael Bartana’s Trilogy of films ‘And Europe will be Stunned…’ for the Polish Pavilion at the Venice Biennale this year. Bartana is the first non-Pole ever to have been offered the pavilion – a gesture designed to suggest a fresh wave of openness to new dialogues in artistic circles, challenging Polish self-identity, and striking at the roots of Poland’s current ethnic homogeneity. Krytyka Polityczna collaborated closely to make the three films, “Nightmares”, “Wall and Tower”, and “Assassination”. Sierakowski plays a key role in the first and third parts, among others from the circle. In Nightmares he delivers a carefully scripted “call for the return of three million Jews to Poland” in an empty stadium, surrounded by adoring young Pioneers. In Wall and Tower, the artist Wilhelm Sasnal and a group of enthusiastic Jewish settlers construct a kibbutz on the territory of the former Warsaw ghetto, to the consternation of local residents, taking the first steps to realise the ambitions of what they call the Jewish Renaissance Movement in Poland. In Assassination, Sierakowski becomes the martyr of the JRMP movement, and people flock first to the Palace of Culture in Warsaw to pay their respects at his open coffin, and then pay tribute to him in the portentously vast square in which John Paul II delivered a landmark address to the Polish people in 1979 galvanising social cohesion in the run up to the formation of the Solidarity movement.

    The films are committed to pluralism, while admitting that there are no easy solutions. The ambiguities riddling the Jewish Renaissance Movement in Poland’s story include the following: Sierakowski’s call for the return of the Jewish people to Poland is delivered to an orderly group of young pioneers, who hang on his every word in the least discursive manner imaginable; the kibbutz constructed by the new Jewish settlers in Warsaw resembles a concentration camp, alienating local residents with its Hebrew signage; a cult of personality develops around the head of the movement, following his assassination. Possibly in an effort to undermine the didacticism of their message, the trilogy compulsively anticipates and stages all the things that might go wrong. The nail in the coffin comes as part of Israeli journalist Yaron London’s address to the impossible multicultural crowd bearing English language banners at Sierakowski’s mock-funeral. London explains that Israel and its armed forces are the only guarantors that there can never be another holocaust, that Israel is the only fatherland of the Jews that can secure their future, and that it cannot be in the Jewish people’s interests to return. Strangely, these self-critical measures are delivered in such euphoric and solemn tones that it becomes difficult to distinguish between send-up and political fantasy. The trilogy’s narrative and aesthetic excesses become those of a bad propaganda film, as a result of which, I think, the political message, if there really is one, is lost.

    For all its noble intentions, it seems that Bartana’s material is so contradictory, its themes so sensitive, its history so unresolved, that it threatens to stifle rather than to inspire debate. After all, what educated leftist would disagree that Polish anti-Semitism is a scandal and that Poland should do so much more to tackle it? Surely, Bartana and Krytyka Polityczna are just preaching to the converted, mobilising internal inconsistencies to thwart the possibility of external criticism. What concerns me is that the ‘shame’ associated with assuming a didactic position, here manifested in a series of internal deconstructions, continues to cloud the trilogy’s potential to be taken seriously as an activist work, not least because of its excessive theatricality. It seems to me that Sierakowski, as head of Krytyka Polityczna. Has been the loser in this particular collaboration. The critic has been co-opted as an actor in an artistic project. Rather than assuming the traditional role of the critic, stepping back from Bartana’s project and assessing its applied social potential, Sierakowski has dived in head-first, hoping to deliver his own message via art. The collaboration, and its contradictions, in the end, tells us more about recent changes in the relation between art and criticism, than it does about the potential to deliver the ambitions of the Jewish Renaissance Movement in Poland, with the Trilogy itself sliding into a troubling parody of wish-fulfilment – an apocalyptic vision of becoming a martyred leader in an English speaking, united colours of Benetton Poland, with little hope of actively bringing this utopia any closer.

    Needless to say, one rarely finds any criticism of work by Krytyka Polityczna’s artists on the pages of the journal. However, in an excellent review, published in the periodical Dwutygodnik Sztuki, the young critic Karol Sienkiewicz has been among the few to take on the trilogy.xviii He observes that the film is uncritical of Zionism, particularly gallingly in view of its dedication to a martyred Palestinian activist. As Sienkiewicz points out, the slogan of the Jewish Renaissance Movement in Poland – “we will be strong in our weakness” – is a Zionist slogan legitimising the growth of the Israeli military complex. He also challenges the title of the Trilogy: “Why will Europe be stunned? Because it is less liberal than it thinks?”.xix After all, one needs only open a newspaper to discover this – there is no stunning secret. His hardest hitting point, however, concerns the absent ghosts whom Sierakowski addresses in Nightmares. He argues that those most immediately absent from the Warsaw stadium are not the 3 million Polish Jews exterminated or forced into exile by the Holocaust, but rather the immigrant stallholders who have brutally expelled by Polish Police force in recent years. Given the historical proximity of this violence, Sienkiewicz argues that if Krytyka Politycna are really serious about looking for a martyr around whom to rally, then rather than worshipping at the coffin of Sierakowski, they might do better to honour the Nigerian Maxwell Itoya, who was shot by Police at the stadium, highlighting the plight of politically unrepresented immigrants in Poland today. By choosing the empty stadium as a backdrop, without referring to the recent atrocities that took place there, Sienkiewicz implies that Krytyka Polityczna betrayed a tendency to project violence into the past, missing the opportunity to connect this history with the xenophobic policies in neoliberal Poland today. If the Bartana / Sierakowski collaboration represents Krytyka Polityczna in realpolitik mode, what does this tell us about their vision of criticism?

    Sierakowski is always well armed with answers: “Everything is spectacle”, he says, “we know that, we knew from the beginning; and that in this spectacle you can never be completely outside it and you cannot act like a virus within it. We want in a sense to build a second circuit within the first one – and this is our strategy for this system”.xx Sierakowski explains: “first you have to earn positive connotations for leftist ideas, build you own means and methods of communication, and then you have to try to instil the ideas of the left with the help of open politics. We are widening public debate in Poland to include the voice of the left, making space and the conditions for the possibility of the existence of a leftist politics in this country”.xxi Whether Krytyka Polityczna can succeed in carving out a space for their voice in the political sphere as they have in the worlds of art and publishing will be interesting to see. Sierakowski recently wrote a widely debated Open Letter to the Party, published in the mainstream newspaper Gazeta Wyborcza, declaring that party politics in its current, globalised, neoliberal form, in which artificial cultural debates and ‘public relations’ are fired by the mass media to produce a semblance of ideological difference between parties whose economic policies are identical, is not the pluralism for which people hoped in 1989. Recalling the legacy of Polish solidarity, he asked: “Is populism really the greatest threat to democracy, or is it the virus of cynicism that paralyses all action left of centre right?”.xxii The message is clear – cynicism and refusal to rally behind a cause are the real enemy – not populism. The trouble is that Krytyka Polityczna may, in the end, prove more cynical than populist.

    Indeed, I think we would be hard pressed to find a better illustration of the cynicism Żmijewski sought to target in his ‘Applied Social Arts’ (“Instead of drawing enjoyment from the outcome of their actions, the visual and performing arts are content merely to dream of such outcomes: fantasy has supplanted reality”).xxiii The Trilogy breaks certain taboos, but in doing so, produces new ones. Ultimately it addresses the converted crowds of art-goers in Venice, rather than the Polish population. Krytyka Polityczna’s open hostility to the Catholic church is likely to prove a practical impediment to the popularisation of Leftist ideas that forms the core of their fantasy. After all, even the spectacular success of Solidarity in Poland was in part due to its endorsement by John Paul II. But perhaps this anxiety is also a symptom on cynicism, this time on my part. For now, it is interesting to watch Krytyka Polityczna continue to wrestle with leftist newspeak, the fantasy of pluralism, and the trappings of cynicism. If they eventually form a political party, as people have begun to urge them too, it will be interesting to see what their policies will be and whether their spectacular version of leftism can withstand the pressures of globalised neo-liberalism in crisis.

     

    © Klara Kemp-Welch

     

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  • Miguel Ángel FernándezMiguel Ángel Fernández

    Arte, crítica y contexto histórico

     

    44° Congreso AICA, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    Nací en un tiempo de angustias, desastres y esperanzas, y en un espacio devastado por una guerra de exterminio en el siglo XIX y por otra en que poderosas transnacionales arrojaron a dos pueblos al infierno de hambre y sed de un desierto que ocultaba un mar de petróleo, según estimaban los amos del mundo de la época. Y sobrevivo en otro siglo en que los señores de la economía y la guerra, pueden ordenar, como hace el presidente Obama, el asesinato de cualquiera que se oponga al omnímodo poder imperial y lanzar guerras genocidas conforme a su arbitrio. Un tiempo en que los tesoros de las culturas más antiguas son saqueados por los traficantes de arte de eso que llaman el primer mundo. Un tiempo en que se agotan los recursos naturales del planeta, arrasado por la codicia de monstruosas empresas trasnacionales y sus agentes políticos.

    Pero nuestra época es también la de Agustín Barrios y Augusto Roa Bastos en el Paraguay, y de Picasso, Malévich, Duchamp, Joyce, Kafka, César Vallejo, Schönberg y Webern en el mundo occidental: un tiempo de creadores radicales y visionarios.

    Menos visibles, algunos críticos de arte como Herbert Read y Giulio Carlo Argan han acompañado el devenir del arte moderno en su condición problemática y su dimensión social. Hoy apenas se los menciona. Pero la crítica del arte no pasa solamente por una práctica inmediatista sino también por un contexto teórico más amplio, un terreno en el que se debaten ideas contradictorias y a menudo fugaces. Pero en este ámbito han dejado ya su marca los grandes semiólogos de nuestro tiempo y el pensamiento crítico de Pierre Bourdieu y Edward Said, así como las líneas teóricas menos volubles del pensamiento artístico actual.

    Hablar del arte y del pensamiento artístico desde una burbuja aséptica hoy, sobre todo, no tiene sentido. Prefiero hacerlo desde la condición problemática ―desde la crisis permanente― de una esfera de creación y crítica que ha conocido el desaliento pero no se resigna a la banalidad y la cobardía intelectual del todo vale.

    Pues no, en este campo restringido y un tanto extrañado del mundo que en estos días acoge a los críticos más destacados del planeta, se han dado sin embargo expresiones significativas a partir de un entrecruzamiento de líneas estéticas y formas de vida y pensamiento diferentes.

    Comenzaré recordando a un artista paraguayo acerca de quien no muchos escuchan hablar hoy. Me refiero al pintor, grabador, escultor y ceramista Julián de la Herrería, cuyo verdadero nombre era Andrés Campos Cervera. Se marchó del Paraguay en 1912 para buscar en Europa una mejor formación y se quedó en París durante toda la guerra europea del 14-18, después de pasar por Madrid y Roma. Cuando volvió a Paraguay, en 1920, hizo una exposición de pinturas que sólo tuvo un eco débil en la sociedad y en los diarios de Asunción. Crítica no hubo ninguna y hoy nos llama la atención que ni siquiera se diera en la prensa alusiones a las novedades del lenguaje pictórico, en un medio en que el gusto se hallaba aún asociado a un naturalismo de cuño académico. Poco después, Julián pasó a dedicarse casi exclusivamente a una técnica artística considerada menor, la cerámica, con la cual intentaba ganar una dimensión de sentido americano mediante la recuperación de motivos del arte prehispánico. Ya al final de su vida ―murió relativamente joven aún, a los 52 años­― volverá sus ojos a otra zona casi inexplorada, la de los temas y formas del arte popular, logrando obras de una gracia y un vuelo poético excepcionales. En su patria, el arte de Julián de la Herrería no halló eco en la crítica, simplemente inexistente todavía.

    Sería su esposa y discípula Josefina Plá quien reivindicaría tras su muerte la importancia de su aporte artístico. Ella también vendría a ser, a fines de la década del 30, la primera en sustentar los valores de la modernidad artística y literaria. Con su propia obra poética, narrativa y dramática, se convertiría en maestra de los jóvenes escritores, entre ellos Augusto Roa Bastos, a principios de la década del 40. Y unos años después, encabezará el grupo Arte Nuevo, que consolida los atisbos de artistas precedentes en el camino hacia las formas del vanguardismo artístico. No se ha hecho hasta hoy una evaluación abarcadora de su vasto trabajo intelectual, en particular en el campo de la crítica, la historiografía y el ensayo artísticos. A principios de la década del 60, ella funda, junto con Ramiro Domínguez y quien les habla, la sección paraguaya de la AICA. Su labor crítica, y en general la vida cultural del Paraguay, se dio en condiciones particularmente difíciles. Una sangrienta guerra civil había aventado en 1947 a las voces más calificadas del país, que desde 1940 sufría los avatares de varios regímenes fascistoides, que alcanzaría su peor y más larga fase con la dictadura de Stroessner. En aquellos tiempos oscuros ―¡treinta y cinco años!― tuvo lugar la producción literaria y artística más desconocida de nuestra América. En el exterior del país, los transterrados Gabriel Casaccia, Hérib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos y otros elaboraban una obra de notable valor. En el exilio interior, Josefina Plá y un grupo de artistas sustentaban, frente a la brutalidad autoritaria, los valores de la libertad y el pensamiento crítico. Algunos conocieron la cárcel y otros diversas formas de represión, como la exclusión de las aulas universitarias o el confinamiento en los márgenes de la vida social y cultural.

    A pesar de ello, se fue urdiendo poco a poco un tejido crítico como contraparte de una creación artística cada vez más pujante y partícipe de las luchas de contestación a los poderes. La larga noche de la dictadura paraguaya se extendería a otros países. Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Venezuela, República Dominicana, sufrirían también los horrores de regímenes sangrientos, que llegarían a extremos no menores que los del nazi-fascismo de la primera mitad del siglo XX.

    En estas circunstancias, la producción intelectual de Paraguay y de otras naciones del continente se asumió en su condición histórica problemática conjugando los signos de su expresión artística y social con la intensidad y altura de las grandes creaciones de nuestra época. ¿Necesito recordar que un gran compositor paraguayo, Agustín Barrios, es reconocido, décadas después de su muerte, como el mayor compositor de guitarra del siglo XX? ¿O que la novela Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, es considerada por muchos críticos y teóricos de la literatura como la culminación del proceso de la modernidad narrativa? ¿No habrá que desocultar, ante la crítica, en el campo de las artes plásticas, otros hechos igualmente relevantes?

    La crítica del arte y de la literatura, en nuestra América, no han estado ausentes a la hora de las grandes formulaciones teóricas. Recordemos los aportes de Ángel Rama y Marta Traba en Hispanoamérica, o Antonio Cándido y Mario Pedrosa, en Brasil, que anticiparon aspectos de la sociocrítica y el pensamiento poscolonial, o la casi monstruosa construcción híbrida de narratividad y universo semiótico en Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, discípulo de Josefina Plá.

    Esta crítica ha ido, en sus mejores expresiones, mucho más allá del divertimento erudito o estético para afirmar, desde su misma raíz problemática y agónica, frente a los señores de la guerra y la muerte de nuestra época, la dignidad del pensamiento crítico, en una apuesta por la supervivencia de la cultura de los hombres humanos (como decía el poeta César Vallejo).

    Así, conjugando voluntad de expresión y conciencia crítica, se han podido dar expresiones radicales tanto en el orden de la creación artística como en el del pensamiento crítico, en un juego de espejos que, sin negar la herencia de Occidente, revela las particularidades de una condición oprimida pero insurrecta, en una dimensión estética y cultural de profundas raíces.

     

    © Miguel Ángel Fernández

     

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  • Niilofur Farrukh Niilofur Farrukh

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    AtrásThe Narrative of Resistence
    (No Paradise in Sight)

     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    How did Islam and Terrorism get so deeply intertwined in the narrative of Terrorism in the mainstream media is an interesting story of engineered rhetoric in which words like crusades, jihad, ‘God is on our side’, Axis of Evil etc were used for emotive responses. In the beginning, this knee jerk reaction may have come from the political leaders of the US faced with the attacks of 9/11, but after ten years and two catastrophic wars, the fact that Islam is still in the forefront of this debate and has created a serious a trust deficit between the followers of the world’s two major religions and heightened anxieties around the world.

    Tarek Fateh, in his widely read book Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State, observes :

    “ The Right ( in the West) is all too quick to see fundamentalism as culturally determined or grounded in a distinctness of Islamic ‘civilization’ as opposed to a Western , rationalist one. The Left, on its part has been wedded to an economically determined notion of exploitation via globalization and underdevelopment, to explain recent events”. 1

    According to Tariq Ali, the well known author and social commentator “ Symbiotic and perfidious relationships between many Islamic groups were spawned and indulged by CIA and Imperialism ….for decades the United States had clandestinely helped jihadi groups squash pro-communist and nationalist Muslims inside the Muslim world . By the end of the 1970s, this covert practice was visible and US had become a covert supporter of international Jihad”. 2

    In the last ten years researchers and commentators, and Wikileaks documents, all point to a complex architecture of espionage built and patronized by neo- imperialists makes the claims of Huntington’s Clash of Civilizations, seem simplistic and uni-dimensional.

    My paper focuses on the emergence of a new discursive framework that addresses the ideological crisis within Pakistan created by the country’s geographical proximity to the Afghan War and its role as the training ground for the Mujahideen during the Anti-Soviet War in Afghanistan.

    This discourse is centered round moderate voices that espouse a personal and reformist Islam as opposed to the exclusivist and violent version created by extremists and un-questioningly picked up by the global media. As the mainstay of the War on Terror rhetoric, this has had an international implication that has turned a political confrontation into a religious one.

    Interventions by artists and art critics to re-contextualize Islam have taken place at a particularly difficult and dangerous time for despite the repressive environment they understand the urgency to turn the tide of politicization and militant-ization of Islam with an alternative narrative that represents the views of the peaceful majority.

    Pakistan, which was founded almost 65 years on the fault lines of tension between conservative religious groups and the moderate Muslim population of the Indian Sub-Continent. The independence of the new country was opposed by the leading seminaries for they distrusted Jinnah, who as a secularist lawyer envisioned a modern Pakistan. Most importantly they feared being relegated to the political fringe.

    Their fears were realized when the biggest political party with a religious agenda, Jamat-e-Islami, was never accepted for a political role by Pakistanis and continued to be rejected at the ballot box till the 1980s.

    The popular verdict of the Pakistani voter was discarded in 1980s when the frustrated zealots of Jamat-e- Islami got an advantage during the Anti-Soviet Afghan War. This was when the Western Powers entrusted them with the task of creating the Mujahideen or religious army, which was the ideological genesis of Al Qaida and Taliban.

    Throughout the 1980s when Pakistanis suffered under the extremely repressive regime of dictator Ziaul Haq, who connived with Western powers against his people and empowered Jamat-e- Islami to open jihadi madrassas (schools with emphasis on a curricula based on orthodox teachings ) to create nurseries for the Mujahideen.

    This historical chapter is aptly documented in the film Charlie Wilson’s War, A bi-product of this intervention which is lesser known is how the forced introduction of the orthodox interpretation of Islam through the national school curricula, a parallel religious judiciary (Federal Shariat Court) and religion based constitutional amendments undermined human rights. Not only did this alienate the population from its cultural moorings but the large scale infiltration of arms, fractured the nation with violence.

    The religious fundamentalism used by Ziaul Haq as a tool to entrench his power was rejected and actively resisted by writers, artists, journalists and civil society activists in a movement which was brutally crushed and protestors were beaten up, jailed and tortured.

    At the forefront of this resistance was painter A R Nagori whose subversive work was banned from official venues by the Zia Regime. Nagori was the first to take on the army by portraying it as a party to the state violence against the people of Pakistan. In this caricature like depiction that uses the totem pole to depicts the changing power structure under the dictator.

    His series of small paintings, the size of a child’s primer, phonetically connects the alphabet to instruments of violence and oppression allude to grassroots pedagogic change and erasure of history, introduced by the Zia Regime via text books and curricula. For the madrassah’s ( traditional schools), the lessons of violence started early and ‘… even the textbooks for the Jihadi madrassah’s came from United States. In these books , the alphabet consisted of jeem for jihad , kaaf for Kalashnikov , and tay for tope ( cannon).’ 3 Here a similar work by Kadim Ali, in the revivalist miniature genre creates a page from the primer in which , Alif the equivalent of A which once stood for Anar , the Urdu word for the pomegranate, mutates into a grenade, which the children after the Afghan War had became more familiar with as their gardens of pomegranate were being destroyed by ‘daisy cutters’ and cluster bombs.

    It was against this political and social backdrop of emerging extremism that artists began to introspect on challenges that pushed religion from a personal space into the public and political arena. This could only be done by breaking out of the prescribed space of Islamic Art and subverting the canon with fresh symbols. Their focus became issues of gender, freedom and knowledge, as these were the entry points of extremist manipulation.

    The attempts to impose Sharia or Religious Law to validate orthodox practices by declaring it as divine law was opposed by citizens who wanted this theoretical discipline to integrate the time-space factor into its system so it could be responsive to the realities of social change.

    According to progressives Muslims ‘ The Holy Quran’ lays down fundamental laws , and the working details are left out to be determined by the people according to specific circumstances’ .

    Ziaul Haq introduced two very controversial Sharia based ordinances, that violated the constitutional rights of women as equal citizens. With this began the thirty year long struggle for its reversal. Despite evidence of its extensive abuse, it still has not been completely revoked because of the powerful lobby that defends it in the Parliament.

    For the artists, writers and human rights activists there was no compromise on the social and political status of women and these discriminatory laws gave impetus to a home grown feminist movement that gave a strong voice to women in the national narrative.

    The artists, by subverting the veil, the very garment used by the orthodox clergy to objectify and control women, transformed it into a potent symbol of autonomy and insubordination.

    Aisha Khalid, since the 1980s has invested veil with new meaning in her exquisite miniature paintings. Employing the double meaning of the word purdah, that in Urdu means both the veil and curtain she has created a corpus of work that comments on social alienation caused by the forced segregation and veiling pushed into the social mainstream by the orthodox clergy. In her work floral and geometric patterns become a devise that optically expands and constricts the space around the ever present shrouded figure that sometimes becomes near invisible. Her art conveys the growing distance between societal expectation and personal freedom for a woman in Pakistan.

    For sculptor Jamil Baloch who hails from the conflict ridden province of Balochistan, presents a group of larger than life completely shrouded figures titled Silence. This work was banned from display in the front courtyard of the National Art Gallery, in the capital to avoid a backlash from extremists.

    His is a deliberate attempt to use scale to break the Silence. The pared down faceless forms reinforce their physical presence to all those who wish to banish unveiled women from public space. It also foregrounds the fact that any country that silences fifty percent of its population can have no hope of progress.

    This politically charged work became a banner outside the National Gallery that was inaugurated by General Musharraf , five years ago, as it questioned the violation of rights and freedom enshrined in the constitution for women as citizens of Pakistan.

    Mariam Agha’s installation ‘72 Virgins for my Suicide Lover’ deals with the link between sexuality and extremism. It underscores how radicalized youth are often enticed with pleasures in the afterlife. According to the training videos captured, the men brainwashed to become suicide bombers are often promised financial support for their impoverished families and a place in heaven, where according to a myth, 72 virgins await the martyr. Thus the extremists are not above bribing the youth with forbidden pleasures.

    The installation based on 72 swatches of cloth bear stitched line drawings of the vagina. Embellished with beads and sequins they evoke the garments in a bride’s trousseau that is invested with the dreams of a life that sharply contrasts with the objectification of her body.

    Mariam’s art questions the way extremist interpretation of Sharia denies women respect and treats them as sexual objects and points to the blatant contradiction of the women rights enshrined in Quran.

    Progressive Islamic scholar Hasan Mahmud emphatically states ‘No law that perpetuates injustice against our mothers and daughters can be considered Islamic . Sharia forces Muslims to turn away from Islam’s spirit of moral guidance, and instead make ordinary Muslims pawns in a manmade political power struggle’ 6

    Yet another law under the Sharia framework , against blasphemy has fueled violence and bigotry putting both Muslims and non-Muslims at risk.

    The most high profile victim of the Blasphemy Law was Governor Salman Taseer after he publically declared support to a poor peasant woman on death row after she was convicted under the controversial Blasphemy Law. Salman Taseer was gunned down in the street by his own police guard, a self-confessed fanatic incited by the hate rhetoric of his religious mentor. Amean J, in a memorial to Salman Taseer uses a montage of metal plates etched with bullets to convey the violence of his death which resulted from 29 bullet wounds according to the autopsy report. Shaped like a coffin reflected in mirror that echoes its shape. The visitor reflection in the mirror suggests vulnerability when death threatened everyone who spoke out against the blasphemy law.

    The murder in broad by a member of the police detail that was suppose to protect Governor Taseer, shook the nation. Even the priests who worked for the Governor House mosque were unwilling to lead his funeral prayer. The priest who finally did has had to flee the country in fear of personal safety.

    In October 2011 under tremendous pressure from activists the murderer finally received the death penalty after almost 11 months of the crime. This can be seen as a minor victory of the civil society as their efforts through protest marches and an anti blasphemy law campaign in the media, showed results.

    The work is a monument to Governor Taseer’s courage and to the courage of the activists who continue to struggle for the repeal of the blasphemy law.

    Muslim youth indoctrinated with de-contextualized Quranic quotations on Jihad, who were once fodder for the Anti- Soviet War and later for Taliban and Al Qaida, today form the nucleus of the suicide squad that have killed over 33, 000 Pakistani citizens by mid 2011. ‘ The death cult of the jihadis ‘ evolved into a form of a death cult where the highest level of Islamic worship is to die and leave this world to its satanic existence’ explains Tarek Fateh 7. According to Tariq Ali these terrorists have no social vision as “their goal is to seek paradise, not in life but in death” 8

    Artists who are a witness to this bloodstained history of bomb blasts, assassinations and drone attacks mediate with diverse aesthetic strategies. Durriya Kazi’s life size terracotta figure which was displayed in a grass patch to simulate bomb death at a roadside. Its face concealed in the grass and arms still clinging to the dead infant are a grim echo of a war fought by faceless combatants in the streets, bazaars, schools and places of worship. Made from unbaked clay and displayed in public unpaved sites, the artist’s objective it to allow it to disintegrate into the soil like the nameless victims of violence.

    Nausheen Saeed’s Baked Delicacies deals with issues of loosing human empathy through over-exposure to blood and gore as she presents a life size truncated body made from baked dough in wooden bakers trays. Her work emphasizes the way tragic deaths become as routine as serving bread and yet her life-size body has the power to shock the audience into introspecting on the brutalizing effects of violence.

    Inviting visitors to stand under a ‘flying carpet’ of drone like forms crafted from menacing box-cutters blades, Abdullah Syed, evokes the anxiety of a population that live under the constant threat of hovering un-manned predators. Misleadingly conveyed in the media as precise and clinical, these attacks, according to the interview of victims, are far from being so. The large number of women, elderly and children killed and maimed vastly outnumber the terrorists killed in drone attacks. This phychological scarred population has become the forgotten collateral damage of the Afghan War.

    Abdulla who associates the drones with the romantic legend of flying carpets explains “ Poetically viewed the flying rug conjure dark complexities that elicit serious thought on the part of the viewer , rather than the repetition of didactic certainties or so proclaimed in extremist propaganda and the populist media.” 9

    Imran Qureshi’s site specific work (Sharjah Biennale 2011) ‘Blessings Upon the Land of My Love’ covers the courtyard of a heritage building, with red pigment stains and splashes that seem to emerge from chrysanthemum like flowers painted in the same blood red pigment. Standing over the painted surface one is not sure if blood has drowned the flowers or flowers are emerging from the blood.

    Bizarrely evocative of a bomb blast site, it invites refection on how public carnage sites in the recent past have been washed to destroy precious evidence. His reference is to the death of public figures like Benazir Bhutto, Governor Taseer and others.The work also reflects the artist personal encounter with a blomb blast side on the way to his children’s school.

    The title Blessings Upon the Land of My Love , acts as a prayer in response to a trauma that the nation has deeply internalized.

    The Madrassah, which has been a source of affordable education to impoverished millions, before they were turned into nurseries for Mujahideens in the 1980s, in recent years have been demonized by the Western media, not unlike the harem by Orientalists in the past. The work ‘ God grows on Trees” by Hamra Abbas with its 99 portraits of children is the outcome of her time spent time with madrassah students. It can be read as a ‘ critique on the ambiguity and duality on the nature of her subjects , between spirituality , militancy and her own sense of identity’. 10

    Another work that mediates a space between perception, reality and stereotyping is her ‘Woman in Black’ with her aggressive posture with a stick and in a body hugging black veil deconstructs the myth of the docile veiled woman. This work is inspired by the women students of the Lal Masjid seminary who took over a neighboring Children’s library by force. When confronted by the State, hundreds appeared in black veil with sticks on the seminary roof. Later many of them died when their seminary was attacked by the army in a bid to close it down. The work combines the techniques of illuminated manuscript and stained glass, techniques identified with Christian and Islamic arts to point to osmosis of influences.

    Amin Rehman who lives in Toronto focuses on global perceptions of the war on terrorism. In his encaustic paintings words become the tool to mediate an identity that is increasingly identified with Islam. With textual statements layered and stylized to resemble classic Arabic Kufic script over functional san serif fonts Amin work communicates the double speak of what has been called the ‘rhetoric of aggression’ in the media. The works deal with ‘looking both ways’ which is also the title of a work.

    The artist overlays a Quranic verse that treats the killing of a soul as the killing of entire mankind with a suicide bomber claim that his act is a ticket to heaven. As one contradicts the other, the truth is lost in the propaganda of war. Perhaps the most telling is a sign stridently claiming in neon, ‘God is on our side – Allah on your side’. This unpacking of cultural, religious and political dichotomies quoted by the extremists and media to support their agenda. In the end his art calls attention to the power of language, its presentation and accessibility.

     

    Conclusion

    The contemporary art in conversation with Islam is personal, experiential and activist as it treads into a new territory previously closed to them by anti-ijtihad religious scholars that had closed the door on discussion on scholarly interpretation of Quran. The contemporary artists with this corpus of interventionist art, transcends the historical frames of reference that have connected art and Islam only through a precise and sanctioned format with little space for individual interpretation.

    The art critics provide the didactic to interpret the art that questions what, Tarek Fateh calls Islamo- fascism and provide the context of a nation’s splintered unity through systematic erasure of history and exploitation of religion. This re-thinking and re-visualizing prompted by the anti-tolerance, anti-humanist environment has made this art an important document of 21st century terrorism.

    Any serious attempt to study the ideological crisis spawned by terrorism in Islamic countries calls for a new theoretical framework free of interpretative limitations and one that takes into account cultural and religious sensitivities. It needs to be a discursive space free of ideological privileges so it can gain legitimacy outside the existing centers of power.

    Such a framework has begun to evolve in countries where artists and critics are working against extremism to further progressive Islam “By eliminating the spirit of imitation and obedience that is the hallmark of popular religion and replacing it with a critical revolutionary , aggressive spirit of independent reasoning ”. 11

     

    Notes

    1- Pg 300, Fateh, Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State Publisher : John Wiley & Sons , Canada, Ltd. 2008

    2- Pg 273, Fateh Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State. 2008

    Pg 300, Fateh, Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State Publisher : John Wiley & Sons , Canada, Ltd. 2008

    3- Pg 273, Fateh Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State. 2008

    3-Pg 269, Fateh, Tarek , Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State, 2008

    4-Pg 239, Fateh,Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State, 2008

    5- pg 122, Ali Amra, No Honor in Killing – Making Visible Buried Truth, NuktaArt, Vol 6, One 2011

    6- pg 249, Fateh Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State, 2008

    7- pg 272 Fateh, Tarek, Chasing A Mirage, The Tragic Illusion of an Islamic State, 2008

    8- pg 280 Arooj Zia, Learn from Latin America, The Daily Times, Lahore, Sept 5, 2007

    9- Pg 155, Artists Statement, Exhibition Catalog, The Rising Tide, New Directions in Art From Pakistan 1990- 2010,

    10- pg 45, Ali, Amra , The Pakistani Diasporas- A Home Perspective , NuktaArt Vol 5, Two, 2010. www.nuktaartmag.com

    11- Ali Shariati, Modernization and Islam: Refinement of Cultural Resources and from where we should begin? http:/ www. Ghazali.net/book4/ Appendix I appendix –i.html.

     

    © Niilofur Farrukh

     

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  • Aloyse NdiayeAloyse Ndiaye

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    AtrásLa création en Afrique et la crise mondiale: Une nouvelle revendication humaniste

     

    44th AICA Congress, Asunción, Paraguay, 18.10.11

     

     

     

     

    La mondialisation et la crise, qui l’accompagne, n’épargnent pas l’Afrique, fragilisée par de nombreuses difficultés : l’aggravation de la pauvreté, la famine, les pandémies, les conflits interethnique et interreligieux, auxquelles il faut ajouter les violations des droits de l’homme.. L’Afrique n’en a pas le monopole. Mais c’est en Afrique où la situation est la plus préoccupante. Nous sommes en présence d’une crise profonde des valeurs, une véritable crise morale caractérisée par le triomphe de l’individualisme et de l’argent, un renversement des valeurs qui résulte de l’abandon d’une logique communautaire basée sur la solidarité au profit d’une logique de l’individu qui conduit à l’indifférence.

    Un tel contexte ne peut être favorable au développement, à la démocratie, à la paix. La question qui se pose est donc de savoir si l’Afrique a la capacité de résister ou, pour parler comme HESSEL, de s’indigner. D’où peut-elle tirer l’inspiration, l’énergie nécessaire pour surmonter ces difficultés, si ce n’est de son propre fond, de ses traditions, de sa propre culture ? Mon intention est précisément de répondre à cette inquiétude et de montrer que malgré un environnement souvent désespérant et désolant, elle a pu trouver la force de faire face au destin, de résister et d’innover particulièrement dans le domaine de la résolution des conflits et dans celui de la création. C’est avec confiance et presque naturellement que s’impose aujourd’hui le modèle sud-africain de la fameuse Commission Vérité et Réconciliation. Mais, en même temps, l’on observe sur le continent une prodigieuse vitalité artistique qui se manifeste non seulement par la diversité et la richesse des productions culturelles mais par la participation des artistes eux-mêmes à l’effort de vérité, de justice et de paix, sur le continent et partout ailleurs dans le monde, contribution de l’Afrique à ce que Edgar Morin appelle la « nouvelle revendication humaniste. »

    J’articulerai mon analyse autour de trois axes que j’intitule :

    1) Tradition africaine de résolution des conflits : la Parole poétique

    2) Création artistique, Vérité, Justice et Réconciliation

    3) Les créations d’Ousmane SOW, un exemple, comme appel à la « nouvelle revendication humaniste ».

     

    I

    Il n’est pas exagéré de penser que de tous les problèmes que nous avons à résoudre aujourd’hui en Afrique, le problème de la vérité, de la justice, de la réconciliation et de la paix est le plus préoccupant. Ces dernières années le continent a été le théâtre de multiples foyers de tensions et de conflits internes. Ellen Johnson-Sirleaf, Prix Nobel de la Paix, Présidente de la République du Libéria, faisait remarquer que « quand la vérité émerge, l’humanité se rachète de la lâcheté et se libère des griffes de la violence ». La question de la vérité, de la justice et de la réconciliation ne concerne pas uniquement que l’Afrique. Le monde nous offre en effet un spectacle de discordes, de divisions ethniques, sociales, religieuses qui engendrent des guerres et la violence, favorisent la haine. Mais, c’est en Afrique que ce besoin de vérité, de justice et réconciliation est le plus pressant du fait de l’inculture grave en matière de politique des dirigeants , de leur mépris des droits humains qu’ils violent allègrement sans état d’âme avec un sentiment de totale impunité, quant à la religion et aux institutions religieuses, ils ne s’y intéressent que pour les instrumentaliser à des fins autres que spirituelles, incapables, par ailleurs, de concevoir que l’on puisse résoudre un différend autrement que par la force et la violence. Ils sont plus préoccupés de sauvegarder leurs intérêts personnels, leurs privilèges que de promouvoir la vérité, la justice et la réconciliation.

    Il est inutile de citer des pays, nous les avons tous en mémoire. Mais là où commence la difficulté c’est après la cessation du conflit quand on n’a pas su le prévenir. Comment reconstituer l’unité d’une nation dont les membres se sont violemment opposés. Quelle stratégie de résolution des conflits mettre en place afin d’assurer une paix durable qui repose à la fois sur la vérité, la justice et la réconciliation, qui puisse garantir la démocratie et le développement ? Nelson Mandela, à la fin de l’Apartheid, alors président de l’ANC, a été confronté à ce problème. Il lui a fallu de la volonté pour imposer à son peuple sceptique qu’il était nécessaire de faire table-rase de toutes les atrocités commises durant la période de l’Apartheid au profit de la paix. Si l’on voulait que le pays survive, il fallait nécessairement se réconcilier. La Commission Vérité et Justice a donc été créée et la présidence confiée à l’Archevêque du Cape Monseigneur Desmond TUTU.

    Le modèle sud-africain a été suivi, avec quelques variantes, partout où un processus de démocratisation a conduit à des traumatismes graves : en Sierra Leone, au Liberia, en Guinée-Conakry, en Côte d’Ivoire. Les autorités d’Abidjan ont dénommé la Commission « Commission pour le dialogue, la vérité et la réconciliation ». Dans le cas du Rwanda, c’est le Tribunal Pénal International qui a été chargé de juger les principaux responsables du génocide. Le gouvernement rwandais a cependant estimé utile de créer à côté du TPI une structure puisée au plus profond de la culture du peuple Rwandais : le GACHACHA qui donne une voie de recours au dialogue, à la rencontre entre bourreaux et victimes pour permettre une réconciliation pour le futur. C’est d’une certaine façon ce modèle ancestral, le GACHACHA, que reprennent implicitement les Commissions Vérité et Réconciliation dans leur différentes variantes. C’est parce qu’elles renvoient à la culture africaine qu’elles sont adoptées presque naturellement par les pays où elles ont été mises en place.

    Mais il faut préciser qu’avant les commissions vérité et réconciliation l’Afrique avait fait l’expérience dans les années 1980 d’une autre forme de stratégie visant la résolution des conflits. Il s’agit des Conférences nationales. La première fois qu’elle a été expérimentée, c’était au Bénin sous le régime du Président Kérékou. La particularité de la Conférence nationale du modèle béninois était de suspendre la constitution sans y toucher, sans l’abolir, et d’organiser le dialogue entre les parties, avec pour effet d’empêcher le recours à la violence. Au Bénin elle a permis une transition démocratique sans violence.

    Toutes ces formes de stratégie de résolution des conflits, de lutte contre la violence, initiées en Afrique et expérimentées dans plusieurs Etats, les conférences nationales, les commissions vérité et réconciliation, le Gachacha s’apparente à une pratique ancestrale de la culture africaine : la palabre qui se déroulait sous l’arbre à palabre. Il s’agit autrement dit de la proise de Parole, la Parole Poétique ou Poïétique, c’est-à-dire celle qui crée la culture. Les écrivains et poètes de la Négritude l’ont bien vu. Permettez-moi de citer deux vers d’un de ses amis que Senghor reprend dans son Dialogue sur la poésie francophone

     

    Rien ne subsiste que par la Parole

    Rien n’est créé que pour la Parole

     

    Notre analyse nous conduit à l’art par le biais de la Parole poétique. Il s’agit en effet d’instaurer le dialogue, de se parler, de réapprendre à se parler, en reconnaissant ses responsabilités dans les actes qui ont été commis, de solliciter le pardon faisant appel à l’intelligence et au cœur de l’autre. La force de la Parole c’est de réunir, de créer les conditions de la reconnaissance mutuelle des hommes comme hommes, comme personnes humaines, sujets libres. Tout art est poésie. La poésie, selon Senghor, est parole plaisante au cœur et à l’oreille. Pourquoi au cœur ? Parce qu’elle nous touche, elle crée une émotion. Précisément l’art, la création n’a pas pour fonction de transformer le réel ou de résoudre les problèmes, sa fonction est de nous toucher, d’éveiller et de réveiller en nous l’humain.

    L’on peut rappeler ici le témoignage de Jacques Derrida qui dans un entretien revient sur une exposition qu’il avait organisée en 1983 « Art contre Apartheid » avec des artistes dont les œuvres s’adressaient aux noirs victimes de l’Apartheid. L’exposition qui avait circulé partout en France lui avait été présentée, 13 ans plus tard, en 1996, lors d’une visite au Parlement du Cape. De son propre aveu il n’imaginait pas, au moment où il montait cette exposition, qu’il lui serait donné de la voir dans une Afrique du Sud démocratique et libérée de l’Apartheid. Cette exposition par les œuvres qui la composaient se voulait un témoignage d’artistes, contribution à la lutte contre l’Apartheid. C’est l’illustration de la double nature de l’art : « appel » et « dénonciation », appel à la conversion des cœurs, à « l’ indignation » et à « l’engagement ». Cette conviction est partagée par le danseur chorégraphe Burkinabé, Salia Sanou, qui l’exprime autrement : « Je persiste à penser, dit-il, que danser est un acte social et un acte politique et que plus largement, être un artiste c’est d’abord être à l’écoute de la société. »

    Il s’agit donc de redécouvrir notre commune humanité oubliée du fait des traumatismes vécus. Ce qui exige une véritable conversion, un retour sur soi. Hélène Cixous qui s’est intéressée au génocide cambodgien perpétré par les Kmers rouges et qui a consacré des études sur ce drame, nous éclaire sur le travail physique et psychologique indispensable à la reconquête de soi après un traumatisme de cette gravité : « Lorsqu’un pays a terriblement souffert, et par la violence qu’ont exercée sur lui les grandes puissances brutales, et par ses propres cruautés intestines, il a vitalement besoin de refaire connaissance avec lui-même par la mémoire, le récit, la réflexion, la rude vérité. Il a besoin de cultiver ses racines, bien et mal mêlés. » Ces propos qui se rapportent au Cambodge peuvent s’appliquer également à l’Afrique.

     

    II

    Est-ce la raison pour laquelle les arts se développent en Afrique avec autant de vitalité ? Il suffit de voyager à travers l’Afrique pour se rendre compte de la prodigieuse vitalité artistique du continent. Malgré la crise économique et financière qui a des répercussions en Afrique, les activités artistiques continuent à se développer. Des manifestations culturelles à vocation nationale, régionale ou internationale sont organisées régulièrement depuis plusieurs années : le Festival mondial des arts nègres dont la première édition à eu lieu à Dakar en 1966, a connu sa troisième édition, revenant à Dakar, en 2010, le FESPACO à Ouagadougou au Burkina Faso, la photographie à Bamako, au Mali, la Biennale de l’art africain contemporain de Dakar, le DAK’ART, qui en 2012 organisera sa 20ème édition, à laquelle le Président de l’AICA Internationale, le professeur Yacouba Konaté, a consacré un ouvrage fort utile. et d’autres manifestations dans le domaine de la Danse, de la Musique programmées dans chaque pays, constituent désormais des événements qui attirent les artistes du continent et d’ailleurs. Ce sont là des occasions de rencontres enrichissantes entre la jeune génération et les aînés, une opportunité pour les jeunes talents de se faire connaître. La circulation de nos artistes ne se limite pas à l’intérieur de l’Afrique, elle s’étend hors d’Afrique malgré les nombreux obstacles qu’ils rencontrent liés à la règlementation draconienne des services de l’immigration. Parce qu’ils ont foi en la création comme acte de témoignage, de résistance, de dénonciation, ils parviennent, pour certains, à participer au rendez-vous internationaux hors d’Afrique. Beaucoup, principalement parmi les chorégraphes, émigrent et s’installent à l’étranger en France ou au Canada. Plusieurs sont des ambassadeurs nommés par les organisations internationales et sillonnent le monde en participant à l’effort de vérité, de justice, de réconciliation, de la paix.

    Un événement mérite d’être souligné. En effet, au dernier Synode des Evêques pour l’Afrique, qui a eu lieu en 2009 au Vatican, consacré au thème de la réconciliation, de la justice et de la paix, l’on a pu remarqué parmi les invités du Pape Benoît XVI des artistes africains dont le célèbre artiste Congolais « Papa Wemba ». C’est la religion qui s’associe à l’art pour faire triompher la vérité, la justice, la réconciliation et la paix. Il y a de la noblesse dans l’art quand on ne le limite pas au simple divertissement, au futile. Ce n’est pas hasard si le Pape Benoît XVI, lors de sa dernière visite en France, a donné une conférence sur les arts et la culture, au collège des Bernardins, devant un public d’artistes et d’écrivains, des hommes et des femmes de culture. Les religieux s’aperçoivent en effet qu’ils ont une responsabilité dans l’avenir de la paix dans le monde.».

    On aurait pu citer d’autres artistes, le Reggaeman Alpha Blondy. Dans le domaine de la chorégraphie nous constatons un dynamisme qui ne s’explique que par le réseau de manifestations culturelles sur lequel elle s’appuie dont les deux maillons importants sont constitués par les Rencontres chorégraphiques de l’Afrique et de l’Océan Indien, initiées en 2995 par Alphonse Tiérou, un Ivoirien, historien et théoricien de la danse. La création à Dakar dans les années 1975 à la demande de Léopold Sédar SENGHOR, de Mudra Afrique, parrainée par Maurice Béjart et dirigée par la danseuse chorégraphe Germaine Acogny qui a créé à quelques kilomètres de Dakar sa propre école de danse « l’Ecole des Sables », à Toubab Dialaw. Les deux premières éditions des Rencontres chorégraphiques ont eu lieu à Luanda, en Angola, alors en guerre. Elles se voulaient porteuses de messages d’espoir et de paix, un appel aux hommes à vivre non au rythme des canons et des armes, mais au rythme des danses du continent. L’engagement de l’artiste en faveur de la paix demeure, on le voit, quelle que soit la situation vécue.

    Il n’ya pas lieu de procéder à une analyse détaillée de chaque œuvre d’artiste et dans tous les genres. Il nous suffit simplement, ici, à cette étape de notre réflexion, de remarquer que la plupart de nos artistes africains de réputation nationale et internationale tiennent à s’imprégner de leurs cultures, à garder de solides racines rythmiques africaines. Leur apport à l’effort de vérité, de justice, de réconciliation et de paix, qui est, me semble-t-il, l’enjeu majeur de ce début du XXIème siècle est à ce prix. La notion d’enracinement a quelque rapport avec la terre. Le déraciné est « privé de sol ». En d’autres termes : « être déraciné, cela veut dire n’avoir pas de place dans le monde, reconnue et garantie par les autres ». La formule est de Hannah Arendt que cite Soko Phay- Vakalis dans son article consacré à deux artiste Cambodgiens Vann Nath et Sera. Le danseur et chorégraphe Béninois Koffi Kôkô insiste sur « cet ancrage au sol », il constitue, selon lui, notre manière d’être sur terre qui explique que l’Afrique résiste encore. Nous reviennent comme en écho ces vers de Senghor :

     

    « Ils nous disent les hommes du coton du café de l’huile

    Ils nous disent les hommes de la mort.

    Nous sommes les hommes de la danse, dont les pieds reprennent

    Vigueur en frappant le sol dur. »

     

    Ce rapport au sol, à la terre , donc aux traditions ancestrales, aux cultures, est essentiel. Dans ce rapport il y a plus que de la physique. Il s’agit de faire corps avec la vie. Ce que les artistes d’Afrique apportent et témoignent à travers leurs productions, dans ce monde en crise, c’est le sens de la vie. C’est cette dimension que je voudrai davantage analyser en rentrant dans le détail de l’œuvre d’un artiste Sénégalais, un sculpteur, Ousmane SOW.

     

    III

    Ancien kinésithérapeute, il est devenu le sculpteur que nous connaissons aujourd’hui, après avoir exercé pendant plusieurs années son métier en France, plus exactement, à Montreuil-Sous-Bois, puis à Paris dans le 20e me.: « J’ai appris l’anatomie, dit-il, non dans le but de faire la sculpture, mais dans celui de soigner le corps humain ». Il fait remarquer, dans le même entretien, que « le corps humain est une architecture » avant de regretter que l’on n’étudie pas l’anatomie aux Beaux-Arts. Son œuvre porte la marque de ses racines africaines que nous rappelle les noms qu’il a donnés à ses créations : NOUBA, MASAI, ZOUOU, PEULH. L’analyse de ses créations, LITTLE BIG HORN qui met en scène les Indiens d’Amérique ou celle intitulée Victor HUGO, finit toujours par révéler le lien avec l’Afrique.

    Ce qu’il nous représente dans son œuvre c’est le corps. C’est par là qu’il m’intéresse. Il a une connaissance parfaite de l’anatomie, de la musculature. Il a une sensibilité tactile qu’il a acquise après plusieurs années de pratique de son métier de kinésithérapeute, ce qui a contribué, dira-t-il, à le « décomplexer », à le rendre libre par rapport au corps. Il précise lui-même sa pensée : « le fait d’avoir travaillé sur le corps humain m’a permis la liberté. Je sais jusqu’où aller sans faire un monstre, sans défigurer. Je connais les limites ». En d’autres termes, les personnages qu’il nous présente dans ses créations ne sont pas des monstres. S’ils nous paraissent démesurés, gigantesques, ils ne sont pas difformes ni laids, Il n’y a pas d’erreur dans les proportions, il n’y a pas de désordre. Il faut avoir vu ses œuvres pour se convaincre qu’elles sont le résultat d’un long travail et d’une longue réflexion, une méditation, sur le corps humain. C’est la médecine qui l’a mieux préparé à son métier d’artiste, à la sculpture, « l’art souverain » dont Senghor dira « qu’il est parmi les arts plastiques, l’art le plus typique ».

    Ces sculptures nous frappent au premier abord par leur étrangeté. Elles sont, en effet, énormes, monumentales, bien que de taille humaine, imposantes par leur volume, par la force, la puissance qu’elles dégagent. Ces personnages ont besoin d’espace. La vie a toujours besoin d’espace. Je les ai vues, lors de l’exposition sur le Pont des Arts, à Paris. Elles ont été exposées dans plusieurs pays, y compris à Dakar, partout où elles pouvaient être vues et même touchées, où on pouvait en faire le tour, grandeur-nature. Ce qui retient l’attention, c’est l’impression qu’elles nous donnent d’être en dialogue, d’être en mouvement. Pour le percevoir, il faut du recul, une certaine distance. L’artiste le reconnaît lui-même. Commentant l’attitude de l’un de ses personnages, la « femme Peulh » entrain de tresser un autre personnage, il fait observer qu’elle a les mains levées, le regard orienté, elle est ni debout, ni assise, et cependant ses mains travaillent. C’est qu’elle est en mouvement. Le mouvement est encore bien plus visible avec LITTLE BIG HORN, qui met en scène la dernière bataille livrée par les Indiens, tribus Sioux et Cheyennes rassemblées, contre les Américains, dernière bataille, mais victorieuse, gagnée par les Chefs, aux noms mythiques pour ceux de ma promotion, habitués des Westerns, SITTING BULL, CRAZY HORSE, Chief GALL. L’histoire nous apprend, par ailleurs, que les Indiens paieront très cher le massacre des soldats américains commandés alors par le Général CUSTER, qui lui-même sera tué au cours d’un corps à corps, seul combat, semble- t’il, digne de ce nom pour un Sioux. Comment expliquer qu’ils n’aient pas tiré profit de leur victoire ? Ils seront, quatorze ans plus tard, anéantis par l’armée américaine. Est-ce parce qu’ils n’ont pas tenu compte de la mise en garde de leur Chef SITTING BULL qui les avait pourtant prévenus en ces termes : « Tuez-les, mais ne prenez pas leurs fusils, ni leurs chevaux. Ne les dépouillez pas. Si vous fixez vos cœurs sur les biens des Blancs, cela provoquera une invasion de cette nation ». Ils ne l’ont pas écouté : « parce que vous avez pris les dépouilles, leur dira-t-il alors , vous convoiterez désormais les biens de l’homme Blanc, vous serez à sa merci, il vous affamera ». IL y a bien d’autres raisons que celles-là qu’il n’est pas nécessaire d’évoquer.

    Mais revenons à nos personnages, à la création, à la représentation de cette bataille qui fut un véritable carnage le long de la rivière Little Big Horn. Imaginez un véritable champ de bataille. CRAZY HORSE à cheval s’élançant vers un assaillant, ici, à terre, gisant. le Général Custer tué à bout portant, plus loin, un Indien écorchant un soldat, là une scène de scalp, des combats au corps-à corps, ou encore des soldats qui se battent dos à dos, à côté des chevaux morts qui s’empilent les uns sur les autres. Un peu plus loin, vous apercevez au centre, d’autres chefs Indiens, TWO MOON, Chief CALL, SITTING BULL.

    Il ne s’agit pas d’une représentation sur toile, semblable à GUERNICA de PICASSO. Ces personnages sont des êtres qui campent dans un espace réel, des êtres, certes sculptés, mais en mouvement, en action. Ils ne sont pas figés. Un soldat, ici, enlève la selle de son cheval blessé, plus loin encore des combattants blessés prennent la fuite. Que dire des traits de ces valeureux guerriers, de leurs regards, de leur énergie, de leur force, leur résistance, leur cris, leurs peurs, de leur angoisse, de leurs souffrances. Les soldats comme leurs chevaux passent par toutes sortes d’émotions. C’est presque comme un film qui se déroule sous nos yeux. La puissance évocatrice de ces sculptures est fascinante. Elles nous paraissent insolites, c’est-à-dire qu’elles nous surprennent, elles sont en rupture avec ce que nous avons l’habitude de voir. Comment de simples mains d’homme peuvent-elles, modelant la matière, la terre, la triturant, la déformant, la transformant pour la dompter, la plier à ce que l’artiste veut exprimer, parviennent-elles à insuffler une telle puissance ? Focillon a fait l’éloge de la main dans La vie des formes. Ousmane SOW fait l’éloge du corps. Et tout en étant hors norme, démesurés par la grosseur des muscles, la profondeur des regards, l’expression des visages, la lourdeur des corps, il se dégage, en même temps, de ces créations,- car NOUBA, MASAI, ZOULOU, PEULH, LITTLE BIG HORN, sont des créations dont chacune se compose de thèmes mettant en scène des personnages, insolites, comme venus d’ailleurs, – une harmonie des formes, une légèreté et une simplicité des gestes, une élégance des postures et attitudes, une sérénité des visages, une gravité aussi qui rassurent. Autant de traits qui, comme un envoûtement, vous aspirent. Vous captivent. Votre esprit s’arrête. Ce qui vous captive c’est l’irruption du corps renouvelé, subitement, sa beauté. L’on ne peut qu’être bouleversé par la puissance de la vérité du réel, la beauté d’évocation, le talent de l’artiste. Le corps une œuvre de beauté, une nouvelle création ! L’émotion qui s’empare alors de notre être nous projette hors de nous-mêmes pour répondre à l’appel au partage, au dialogue qui nous vient de ces créations. Nous atteignons là l’essence poétique de l’œuvre. L’œuvre poétique provoque en soi un choc, au point d’être tiré hors de soi, de s’arracher à soi, d’être jeté dans un rêve ou contraint de descendre au plus profond de soi, à la racine de l’être. Nous sommes prêts à donner à ces sculptures des sentiments humains tant est puissant ce qui s’y exprime d’humain. Ces sculptures bien charnelles, terreuses et majestueuses que nous disent-elles ? Elles « disent la permanence de l’homme, de son corps, de ses désirs et de ses rêves ». Ce qui signifie qu’il y a quelque chose de l’ordre du spirituel qui résonne, qui s’entend. Mais encore faut-il savoir regarder et écouter.

    Une de ses critiques nous invite a reconnaître que l’un des caractères singuliers du travail de l’artiste c’est de dire et de dévoiler l’injustice dans une approche toujours renouvelée de l’expression formelle et spatiale, susciter l’émotion des grands textes immémoriaux qui gouvernent l’humanité. La création ZOULOU, par exemple, évoque le grand chef ZOULOU d’Afrique du Sud CHAKA qui a inspiré plusieurs leaders africains. Senghor lui a dédié un poème dont je me permets de vous lire un extrait, le songe de Chaka, qui a quelque rapport avec notre réflexion.

     

    «Mon calvaire.

    Je voyais dans un songe tous les pays aux quatre coins de

    L’horizon soumis à la règle, à l’équerre et au compas

    Les forêts fauchées les collines anéanties, vallons et fleuves

    Dans les fers.

    Je voyais les pays aux quatre coins de l’horizon sous la grille

    Tracée par les doubles routes de fers

    Je voyais les peuples du Sud comme une fourmilière de

    Silence

    Au travail. Le travail est saint, mais le travail n’est plus

    le geste

    Le tam-tam ni la voix ne rythment plus les gestes des saisons.

    Peuples du Sud dans les chantiers, les ports les mines les

    Manufactures

    Et le soir ségrégés dans les kraals de la misère.

    Et les peuples entassent des montagnes d’or noir d’or rouge

    Et ils crèvent de faim.

    Et je vis un matin, sortant de la brume de l’aube, la forêt

    Des têtes laineuses

    Les bras fanés le ventre cave, des yeux et des lèvres immenses

    Appelant un dieu impossible.

    Pouvais-je rester sourd à tant de souffrances bafouées ?»

     

    Ces sculptures nous parlent, leur forme est parole. Elles parlent à la fois à l’intelligence et à nos sens. Mais l’intelligence ou la raison, devenue orgueilleuse, parce que triomphante, a tendance à vouloir seule chercher à comprendre, en cherchant des proportions, des rapports de grandeur. Elle sera alors toujours déçue, car, ici, tout est beauté, charme, volupté, force et rythme.

    C’est par-là que l’œuvre d’Ousmane SOW rejoint, même s’il ne le dit pas aussi nettement, – « l’essentiel, dira-t-il, c’est d’appartenir à une civilisation à une ethnie, à un pays »,- la statuette africaine, l’Art Nègre selon les écrivains et artistes de la Négritude ou l’Art africain expression qui semble avoir aujourd’hui la préférence. On l’a comparé à RODIN, GIACOMETTI, BOURDELLE, MAILLOL, Camille CLAUDEL. Ils nous introduisent dans un monde de significations, de valeurs, un monde éthique. Il y a, en effet, de mon point de vue, une parfaite continuité entre la statuette africaine et les NOUBA, les MASAI, ZOULOU, PEULH, les Indiens et leurs chevaux. Par leurs formes, également insolites, elles révèlent la vie, la force, le mouvement que Senghor appelle le rythme.

    Nous ne connaissons pas les auteurs de ces œuvres qui existent dans le musée imaginaire de l’art Nègre, dans les pays du Nord et chez les collectionneurs. Certaines de ces créations manifestement n’ont pu être faites que par des artistes qui possédaient aussi une connaissance, certes empirique, de l’anatomie. La fonction sociale de l’art qui avait aussi sa place dans la médecine traditionnelle exigeait quelques compétences. Certains pensent aussi, c’est le point de vue du théoricien de la danse, Alphonse Tiérou , que ces statuettes africaines révèlent, quand on sait les regarder, qu’elles traduisent un mouvement, qu’elles ne sont pas figées, qu’elles ont des pauses de danseurs. Il y aurait donc une correspondance entre la sculpture et la danse. Sculpture et danse glorifient la vie, qui est mouvement, rythme, plénitude.

    Dans un brillant essai sur les rapports de Senghor à la philosophie et à l’art africain, Souleymane Bachir Diagne évoque le texte du Président-Poète « Ce que l’homme noir apporte » dont il résume la pensée : « Découvrir cet apport, en comprenant pleinement ce dont témoignent les formes qu’il sculpte, lorsqu’il est artiste, dans la pierre, le bois, le bronze ou les mots, c’est aller alors à la recherche d’un vrai monde qui existe et non s’en inventer poétiquement un, contrairement à ce que dit Sartre. C’est sur cette voie que Senghor invite à entrer dans un univers tissé de rythmes dont il dit qu’il est ce que découvre la vision de l’artiste africain. » En clair, l’art africain ne se livre à nous que si nous savons regarder, écouter, faire un avec l’objet.

    Ousmane SOW dira du corps qu’il est une architecture. La statuette africaine comme les sculptures démesurées, et nous savons en quel sens il faut l’entendre, sont sous-tendues par une métaphysique, une ontologie de la force et du rythme. Elles révèlent une réalité derrière ou sous les apparences physiques visibles. Cette sous-réalité est la réalité même. D’où la spiritualité de l’objet. Nous sommes donc en présence d’un autre monde, d’une autre humanité, autre parce qu’elle est nouvelle pour nous. Nous la découvrons subitement, humanité que nous cherchons à laquelle nous aspirons, et pourtant présente, une vraie humanité, un vrai monde, qui demande pour être vu que l’on fasse appel au cœur, à l’émotion, à l’intuition au sens bergsonien. L’art a ici une fonction d’éveil, de critique. Il nous rappelle qui nous sommes et ce que nous sommes : matière et esprit, une conscience incarnée.

    La démarche de l’artiste Sénégalais que j’ai tenté de montrer est un appel à une nouvelle revendication humaniste. Avec l’œuvre d’Ousmane Sow, l’art, la création en Afrique ne s’essouffle pas. Elle nous met en garde contre l’orientation prise par la science moderne, les sciences biomédicales, qui la rend incapable de décrire la réalité humaine d’une manière qui soit à la fois scientifiquement rationnelle et philosophiquement respectueux de l’intégralité de son être. Elle nous met en garde contre l’excessive commercialisation du corps dans le monde d’aujourd’hui, manipulé de mille manières Si nous percevons clairement ce que l’anatomie apporte aux Beaux-arts, à la sculpture, mais peut-être que ce que l’art apporte à la science, sur quoi repose le progrès de notre monde d’aujourd’hui mérite-t-il d’être plus explicite. Qu’est-ce que le corps ? Qu’est-ce que le corps humain ? Il n’est pas que matière. Il est plus que cela, langage universel, en tant que reflet de notre âme plongeant ses racines au plus profond de notre culture, de notre propre histoire. L’art parce qu’il est poésie nous touche, parle à notre âme, notre conscience , reflet de la société. C’est à cette question centrale que nous sommes conduits. C’est la même chose que de se demander qu’est-ce que l’homme ?

    C’est donc à redécouvrir notre humanité vraie que nous invite l’œuvre des artistes africains. Elles démontrent par leur dynamisme et leur vitalité que l’art en Afrique n’est pas en crise mais qu’il demeure plus que jamais critique : « appel » et « dénonciation ».

     

    © Aloyse – Raymond Ndiaye

     

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