Cuando la forma pura pone a nuestra disposición un contenido viviente, se rehace en la figuración el universo de lo humano. Del oscuro lugar donde se había escondido la imagen, el artista/dibujante la rescata para nosotros, transformando su pensamiento en líneas; deseo manifiesto de volver a ver, revisar y comunicar una visión del entorno. Porque el dibujante ve líneas en la naturaleza, todo en su visión se traduce a dibujos, y serán ellos los que construirán su discurso acerca del hombre.
William Riquelme es uno de aquellos creadores que han puesto en el dibujo -forma sensual del lenguaje visual- la totalidad de sus energías; en su obra autográfica se ha retenido la búsqueda perseverante y apasionada de la expresión libre, el pensamiento vivo o la imaginación despierta.
El dibujo nace de un proceso rápido -anotación directa de la imagen- como consecuencia de una acción espontánea, sin ataduras a tradiciones o convencionalismos, opuesto al espectáculo como resultado; deseoso de regresar a tamaños humanos ante la ostentosa explosión de nuevos materiales, es para un artista la penetración en el sagrario interior. En este recinto tan privado -monólogo interior- se entrega el dibujante, libre de deseos ajenos, a escoger, decidir o eliminar su intervención espiritual sobre las cosas.
En el blanco ingrávido del papel -espacio sin referencias, clave del sentimiento solitario- juegan las líneas negras con las que William escribe su incesable narración visual: imágenes lineales, imágenes inventadas y artificiosas relatan la propia percepción del hombre. Estos dibujos gravados con el signo humano, rozan la caricatura, se acercan a veces a las curvas sensuales del modernismo, giran otras hacia los ángulos de vista del cubismo, siguen las huellas de la deformación expresionista a se regodean con alguna abstracción ornamental; dibujos con fuerza de género y con amplia capacidad comunicativa, mezclan en sencillos ademanes la ironía y el humor con otras vivencias interiores como la soledad y la incomunicación.
En esta expedición al universo de la línea, William Riquelme nos enseña, con gran aplomo gráfico, su actividad más íntima y secreta en el poderoso impacto de la simplicidad plástica de sus figuras: cabriolas rítmicas sobre el papel. Mirada crítica que apuesta a favor de la salvación de lo imagen; imagen que se afana en retener su poder comunicante y no viciarse por el cansancio de un lenguaje diluido y carente de significado, para encontrar hechos nuevos derivados de formas originales de repensar el mundo.
De la serie Ejecutivos, dibujo a tinta sobre papel, 1984. |
Texto publicado en el catálogo de exposiciónWilliam Riquelme en blanco y negro,
Centro Cultural de la Ciudad Manzana de la Rivera, Asunción, junio 2003.