Al fenómeno de Arte Nuevo hay que considerarlo desde un contexto relacionado con el «espíritu de la época» o zeitgeist, como dirían los alemanes. Hay que analizar los distintos factores históricos que concurrieron para que ese fenómeno artístico, ocurrido en nuestro país, tuviera lugar en julio de 1954.
Desde 1920 aparece en Latinoamérica una conciencia nueva que trata de superar los anacronismos de la producción plástica en relación con los movimientos de Europa. El indigenismo, en especial lo aportado por el arte precolombino, aparece en México como un elemento fundamental de la identidad americana, que poco a poco se iría amalgamando con los «ismos» europeos, como en el caso de los muralistas mexicanos. Este enfrentamiento de civilizaciones, de culturas autóctonas con lo foráneo iba a dar sus frutos, manifestándose a través de una nueva conciencia artística que trataría de ponerse al día en relación con la producción vanguardista europea.
Las vanguardias, como se sabe, llegaron a nuestras riberas en forma tardía, impulsadas por los movimientos que habían surgido en la Semana de Arte Moderno, de São Paulo (1922), y en los manifiestos de otros países vecinos, como el Martinfierrista (1924) o el Regionalista de Freyre (1926). Nuestros artistas se enfrentaron con la problemática de apropiarse de la nueva estética europea sin dejar de lado su propia esencia, su identidad ante las propuestas extranjeras. Aunque se ha dicho que el repertorio de formas y estilos artísticos es universal (cualquiera puede apropiarse de ellos para sus fines), es necesario que los artistas lo resemanticen y lo adapten a su propio momento histórico. Esa necesidad de definirnos como país ante lo extraño, fue uno de los desafíos que nuestros creadores tuvieron que afrontar de manera más o menos efectiva. La nula influencia del arte indígena hizo que en nuestro medio la cuestión de la identidad sea distinta a la que ocurrió, por ejemplo, en los países andinos o en México. Nuestro arte, en ese sentido, en sus comienzos, nunca llegó a ser mestizo.
Por otro lado, a través de la influencia de pintores brasileros como Portinari, había llegado una conciencia social que afectó en especial a pintores como Olga Blinder y Guevara. En el caso de la Blinder ese cubismo de sus comienzos pronto evolucionó hacia un expresionismo más próximo a nuestra realidad social. Aparecen en sus cuadros mujeres de nuestra tierra en su rol de madres abandonadas y explotadas y seres postergados por la miseria. Un precursor de este expresionismo había sido el polaco Wolf Bandurek, que llegó al Paraguay en 1936.
La inauguración de la Bienal de São Paulo en 1951 fue otro de los hechos capitales que influyeron en la región. La presencia de Brasil fue fundamental para nuestros artistas, a través de la labor de João Rossi y Livio Abramo, que fundaría los talleres del Centro Cultural Paraguay-Brasil. No negamos que la influencia de Petorutti o del uruguayo Torres García no se haya, tangencialmente, hecho sentir en pintores que habían estudiado en el Río de la Plata, como fue el caso de Ofelia Echagüe Vera.
En el Paraguay, desde el punto de vista de una salida del academicismo novecentista, tenemos ya en un Jaime Bestard y en un Delgado Rodas una nueva sensibilidad afín al impresionismo, que terminará finalmente en un post-impresionismo avant la lettre. Aquí se vio también la confrontación entre los que miraban hacia Italia y los que habían tenido la experiencia francesa a través de las becas que se habían otorgado para estudiar en Europa. Estos últimos se hallaban más avanzados que los que habían ido a Roma. En efecto, los discípulos de Alborno, Holden Jara y Jaime Bestard mostrarían estas diferencias en su obra posterior, especialmente en el género paisajístico. El expresionismo iba a aparecer más tarde mostrándonos una notable afinidad entre esa tendencia y la sensibilidad de los artistas nacionales, en especial en el campo del grabado.
La superación del naturalismo académico de los maestros de la pintura paraguaya se realizó de forma un tanto radical. Los temas tradicionales relacionados con los paisajes folklóricos con sus consuetudinarios ranchos y tayi poty fueron abandonados debido a la ruptura que produjo el Grupo Arte Nuevo. Mientras Lilí Del Mónico llevó sus rostros femeninos a la máxima estilización y Josefina Plá y Laterza Parodi dieron a su escultura-cerámica una plasticidad casi abstracta (aunque los contenidos rayaran con lo autóctono), los motivos telúricos comenzaron a aparecer, a veces velados, en la obra modernista del grupo disidente.
En aquella época de cambios y quiebres con los cánones académicos, aparecieron algunos críticos, precursores de los que vendrían después, como fueron los casos de Josefina Plá, Ramiro Domínguez y Miguel Ángel Fernández. Fue justamente Ramiro el que alentó el expresionismo de Aldo Del Pino, y fue el mentor de su obra vanguardista. Lo mismo lo hizo con Carlos Colombino, en quien vio, tempranamente, aptitudes excepcionales.
En cuanto a Josefina Plá, apoyó y fue copartícipe de la obra escultórica y ceramística de Laterza Parodi. En mis asiduas visitas al taller de Josefina, pude constatar cómo el talento instintivo de Parodi era encaminado por su maestra, quien con su intuición y apoyo teórico iluminaba la labor del gran escultor paraguayo. Aparte de la influencia notable que había recibido de Julián De La Herrería, su marido y maestro, Josefina era verdaderamente una mujer muy lúcida y de gran cultura, lo que la convertía automáticamente en portavoz y conciencia crítica del grupo.
Cuando más tarde asistí al Taller Julián De La Herrería para estudiar grabado con Edith Giménez y Livio Aabramo, fui testigo del aporte teórico y técnico de ese gran artista que fue Livio. Yo mismo, en mi adolescencia, había estudiado dibujo con Pablo Alborno, el viejo, cuando éste era mi vecino y vivía en una casa de la calle Paraguarí casi Fulgencio R. Moreno. Había publicado un cuaderno de diseño que traía modelos clásicos para copiar. Él era un gran dibujante de tipo académico -había estudiado en Italia- y fue maestro de algunos artistas que se iban a destacar posteriormente.
Una de las instituciones que se había opuesto tenazmente a los cambios que traería el arte moderno fue la Escuela de Bellas Artes de aquella época. La enseñanza era pasatista y retrógrada, hasta el punto de que en las exposiciones de fin de curso se mostraban los típicos ranchos y las copias de esculturas enyeso. Fue así que en aquella época Josefina Plá me pidió que yo hiciera una reseña crítica de una de estas muestras de fin de año, para ser publicada en la revista Alcor. Este fue mi bautismo como crítico de arte, pudiendo constatar personalmente el convencionalismo novecentista que era el estilo de la institución. Más tarde, por azares del destino, fui nombrado director de dicha Escuela, lo cual hizo posible que se cambiaran, los programas y las enseñanzas perimidas, por una orientación pedagógica más acorde con los tiempos actuales.
En resumen, podemos afirmar que nuestro país se aggiornó con la aparición de este grupo pionero y así pudo participar de ese espíritu epocal que flotaba sobre esta parte del continente.
Texto publicado en Osvaldo González Real, Escritos sobre literatura y arte del Paraguay y otros ensayos, Asunción, Servilibro, 2004.