1. Elogio de la adulteración
La modernidad artística comienza tardíamente en el Paraguay. Oficialmente, lo hace con la inauguración de una muestra del Grupo Arte Nuevo en 1954. Ese mismo año se inicia la dictadura del General Alfredo Stroessner (1954-1989), cuyas sombras planearon durante casi 35 años la historia del país y cuyas marcas signan aún su presente difícil. El arte moderno cumple su ciclo a lo largo de estos 35 años; puesto que puede decirse -si posible fuera establecer una fecha exacta para tales sucederes- que alcanza la culminación de su proceso a fines de la década de los ochenta.
Marcada por las condiciones de su presente adverso, la modernidad surge en el Paraguay bajo un modelo periférico y desarticulado, profundamente contradictorio como en muchos países latinoamericanos. Sobre ese modelo se esbozó el proyecto moderno de las artes en el Paraguay. Sus bases programáticas interpretaban con bastante fidelidad los grandes principios y estrategias de las vanguardias internacionales. Sin embargo, la carga de la historia propia pesaba tanto que, bajo su lastre, aquel proyecto terminó adulterando, cuando no desconociendo, muchos de los supuestos fundamentales de la modernidad.
Ahora bien, esas adulteraciones constituyen precisamente la posibilidad mejor que tuvo el arte periférico de afirmarse como hecho diferente y propio y de escapar así al destino de copia que le tiene asignado el libreto neocolonial.
Derrida dice que lo diferente es también lo diferido: la flamante modernidad paraguaya comienza desconociendo la sintonía de los tiempos modernos: toma los elementos de la modernidad, no según la vigencia de los mismos sino a partir de los requerimientos expresivos y formales de su historia particular. Reproducidos (en contra del ideal de originalidad que está en su principio), diferidos y amortiguados (más allá de sus proclamas de ruptura y de actualización permanente), convertidos en recurso personal (a contrapelo de su original vocación colectiva), tanto los principios de las vanguardias como sus estrategias terminan profundamente adulterados. Y esa saludable transgresión inicial abre muchos caminos propios al arte paraguayo.
2. El nuevo arte
Los antecedentes inmediatos del Grupo Arte Nuevo, que producirá la ruptura con las formas académicas, comienza ya eludiendo supuestos modernos. En contra del guión moderno, impulsado por movimientos colectivos, cada posición posimpresionista es resumida en el Paraguay en la obra de un solo artista. Jaime Bestard se hace cargo del momento constructivo mientras que Wolf Bandurek asume la tarea histórica de fundamentar los contenidos expresivos: el ciclo pre-vanguardístico se cierra y remite al siguiente momento. Integrado por un colectivo de artistas en 1954 se crea el Grupo Arte Nuevo [1], el primero en presentar ciertos rasgos propios de las vanguardias: surge con explícitas intenciones de ruptura y reúne un grupo entorno a un ideario básico definido como «moderno». (La serie de exposiciones que estrena el grupo se llama «Primera Semana de Arte Moderno Paraguayo», en indudable alusión a la brasileña).
Pero el movimiento está dispuesto a sacrificar otros rasgos de la modernidad a las exigencias de su propio tiempo: los artistas toman los recursos y argumentos de tendencias que se adaptan a las «necesidades del medio» independientemente de la vigencia que tuvieren ellos en las (sub)metrópolis (el modelo de la «Primera Semana» paulista tenía ya treinta y dos años). ¿Cuáles son aquellas necesidades del medio? Basado en este caso en el modelo dicotómico moderno que identifica los conflictos presentándolo en oposiciones binarias a ser resueltas, el grupo entiende que la tensión entre la autonomía del lenguaje y la fuerza de la expresión constituye la cuestión central a ser enfrentada. Lo dice en forma escueta y terminante Josefina Plá, la teórica del movimiento: «Unifica a los artistas … su ansiedad sincera por renovar, paralelamente con la forma, el contenido de la pintura paraguaya…»!! [ 2 ]
Esta ansiedad, ya se sabe, constituye uno de los grandes móviles del arte moderno. Ahora, la bisoña modernidad debe conciliar sus términos como puede. Lo hace recordando simultáneamente las lecciones de Bestard y las experiencias de Bandurek, recurre tanto a una controlada organización constructiva y geometrizante como a la apasionada deformación de origen expresionista. El resultado de esa apropiación compleja es una figuración firmemente apuntalada en su construcción y enfatizada en sus sentidos dramáticos: una suerte de expresionismo «cubistizado». O más bien, cristalizado, ya que el cubismo, invocado entonces como referencia, es reinterpretado tan libremente que poco mantiene de su sentido original.
En realidad, el cubismo no tenía misión alguna que cumplir en la plástica paraguaya: no se enfrentaba a una representación naturalista bien afirmada cuyos espacios debía desarmar: sólo debía dar solidez a las formas nuevas y establecer principios ordenadores; vale decir, cumplir con esa necesidad de clarificación estructural propia del arte latinoamericano en momentos distintos de su historia quebrada.
Para concluir, resulta oportuno recordar aquí ciertos condicionamientos que incidieron en la flexibilidad de las nuevas vanguardias periféricas para acomodarse con libertad a situaciones diversas y adulterar con holgura los modelos centrales. El arte moderno creció en el Paraguay como práctica marginal y minoritaria, aislada del resto de América Latina, alejada de las grandes mayorías culturales, ignorada por las burguesías, que no veían en sus formas fuentes de utilidades ni factores de prestigio, y al costado de cualquier interés oficial. Estas situaciones impidieron ciertamente todo tipo de apoyo y fomento a sus manifestaciones e incidieron negativamente en la formación profesional de los artistas y en su proyección internacional. Pero, por otra parte, constituyeron una cierta garantía en contra de la intervención de un Estado autoritario y una burguesía ignorante y presumida.
Notas
[1] El grupo estuvo integrado inicialmente por Josefina Plá, Lili del Mónico, Olga Blinder y José Laterza Parodi.
[2] Josefina Plá, «Movimiento renovador en nuestra pintura», Diario La Tribuna, Asunción, 11.04.54.