Del impresionismo a la modernidad
MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ

En la última década del siglo XIX aparecen en paraguay las primeras manifestaciones artísticas de la posguerra del 70 con dibujantes y pintores de los cuales a veces queda muy poco más que sus nombres, registrados por la prensa local de la época. Alguno, como el italiano Guido Boggiani, traía un bagaje cultural extenso y sólido; los más sólo son puntos de referencia un tanto vagos para una historia artística incipiente, que sólo en el siglo XX irá adquiriendo una configuración más definida. A Héctor Da Ponte (1879-1956), también italiano, le tocaría desarrollar una actividad más extensa y continua, convirtiéndose en el maestro de un grupo de pintores que en la primera década de este siglo van a continuar sus estudios en Europa, generalmente en Italia.

En 1954, con la exposición colectiva que varios artistas presentaron en vitrinas comerciales de la calle Palma, bajo la denominación de Primera Semana del Arte Moderno Paraguayo, se inicia un movimiento artístico que, un poco tardíamente, afirma la modernidad estética en las artes plásticas del Paraguay.

Con esto no se quiere decir que la modernidad artística ligada a los vanguardismos históricos tiene como hito inicial en nuestras artes la fecha mencionada. En realidad, como ya hemos observado en otras ocasiones, no son pocas las manifestaciones que implican una clara voluntad de modernidad estética en varios artistas paraguayos y extranjeros desde la década del 20, por lo menos, hasta el momento (1954) en que el Grupo Arte Nuevo decide manifestarse colectivamente mediante aquella Semana del Arte Moderno.

De una manera muy tímida -y que no tendrá consecuencias posteriores-, en la primera generación de artistas de este siglo (especialmente en Pablo Alborno y Juan Samudio) aparecen rasgos pictóricos afines al impresionismo. Pero esos artistas, sin excepción, al terminar su período de estudios en Europa, a donde habían ido becados por el gobierno paraguayo, regresan al país y quedan sometidos a la presión del gusto local, reacio a las innovaciones que los jóvenes proponían.

Un poco diferente sería el destino de otro artista paraguayo que, con poca diferencia de tiempo, también se dirige por cuenta propia a estudiar en Europa: Andrés Campos Cervera (1888-1937). El artista recala primero en la Academia de San Fernando de Madrid, donde trabaja con maestros de la talla de Sorolla y otros, se dirige luego a Italia y por último se queda en París durante los años de la guerra del 14. En ese lapso, no sólo practica la pintura sino que también toma conocimiento del grabado en metal, técnica con la cual también realizaría trabajos de excelente calidad, entre los que debe mencionarse su pequeño aguafuerte -quizá heliograbado- El Portalet, Villajoyosa, de 1923.

De regreso al Paraguay, realiza una exposición pictórica en 1920 (en la cual probablemente expuso su cuadro Mercado de Caacupé) antes de viajar nuevamente con destino a España, donde se encontraría con su destino de ceramista un año después. Sin embargo, a pesar de lo absorbente de la nueva experiencia, Campos Cervera (o Julián de la Herrería) siguió pintando y grabando esporádicamente. Las pinturas que se conservan de esos años, nos lo muestran poseedor de una sensibilidad y un refinamiento extraordinarios en el tratamiento del color y la textura, como se constata en óleos como La Salamanca, Pino de Villa Aurelia y Pinar.

En el campo de la cerámica, Julián de la Herrería adopta en su temática los motivos del arte americano prehispánico, trabajando con ellos poco menos que obsesivamente. Pero hacia el final de su vida, en los últimos cuatro o cinco años, descubre en la humilde artesanía del mate una poderosa fuente de inspiración que aprovechará en la realización de espléndidas obras de temática popular, donde las potencias de la vida y el esplendor creativo se aúnan plenamente. Al lado de Julián de la Herrería encontramos, desde 1926, a Josefina Plá (1903-1999), su esposa. Entre sus primeros trabajos, aparece en fechas tempranas una serie de pequeños xilograbados destinados a ilustrar textos literarios propios y ajenos en la prensa local. Los motivos y los recursos formales son diversos, pero entre esos grabados se hallan algunos de clara concepción moderna.

Por otra parte, no pasaría mucho tiempo sin que ella empezara también a trabajar en la realización de piezas cerámicas que con el transcurrir del tiempo irían adquiriendo un sabor cada vez más personal. Entre los ejemplares más antiguos que se conservan de su cerámica de ese período se encuentran piezas que anticipan los nuevos lenguajes que se irían imponiendo después de 1954.

Cuando se constituye el Grupo Arte Nuevo, Josefina Plá se convierte en uno de sus puntales como artista y como crítica y teórica. Su aporte posterior al desarrollo del arte moderno en el Paraguay es conocido.

Otro pintor, Jaime Bestard (1892-1954), se marchó a París en la década del 20, cuando esa ciudad era un centro de efervescencia vanguardista, y allí permaneció cerca de diez años. En su libro La Ciudad Florida ha relatado su vida de bohemio en la capital francesa, pero en ella hay pocas referencias a las cuestiones artísticas. Cuando en algún momento se refiere a las nuevas experiencias estéticas, lo hace con displicencia. No obstante, a su regreso traía algunos cuadros que conservó hasta su muerte (como el Quai D’anjou, de 1929) y que testimonian su inclinación hacia formas postimpresionistas. Años después, cuando se produce el movimiento de 1954, se alinea en el sector academicista. Sin embargo, curiosamente, en la intimidad de su taller estaba realizando en aquellos años pequeños esbozos de una gran libertad y expresividad.

Andrés Guevara (1903-1964) salió del Paraguay siendo muy joven y nunca volvió a radicarse en él. Aquí pintó algunos pequeños paisajes de notable calidad, pero en el exterior su trabajo se concentraría en el dibujo y la caricatura, ganando con ellos una merecida reputación. En su obra la temática social tuvo expresiones de valor, en que supo equilibrar la intención significativa y el rigor formal. Pero más que los artistas nombrados hasta ahora, influyeron en el proceso de renovación del arte paraguayo dos pintores extranjeros: Wolf Bandurek y João Rossi.

Bandurek llegó al país en 1936. Traía de Europa la visión de una realidad estremecida por los conflictos y la creciente intolerancia racial. En el Paraguay, su pintura presenta en su crudo dramatismo los problemas de la realidad humana y social, de suerte que su concepto de la forma (tanto en figuras humanas como en paisajes) se impregna de una carga afectiva que linda con la del expresionismo, aunque sin abandonar enteramente los recursos del aparencialismo tradicional.

João Rossi se incorporó a las actividades artísticas del país, en 1950, como docente de pintura y de historia del arte (tareas que compartía con las de profesor de educación física). Su influencia fue decisiva. Expuso los fundamentos técnicos de la pintura contemporánea y estimuló a más de un artista joven a lanzarse a la aventura estética de la modernidad. Él mismo dio el ejemplo con su arte realizando una serie de finas acuarelas de género paisajístico y bodegones. Rossi regresó a su país, el Brasil, en vísperas del movimiento del 54, que le debe una buena parte de su impulso inicial. Cabe mencionar todavía dos nombres que aparecen poco antes de esa fecha hito.

Ofelia Echagüe Vera que había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires y que realiza su primera exposición en 1946, presentando obras figurativas de sólida composición postimpresionista. Otra figura, Olga Blinder hará su primera exposición individual en 1952, y su catálogo llevará textos de Josefina Plá y de João Rossi que constituyen verdaderos manifiestos de modernidad.

Es historia mejor conocida lo que sucedió después en el arte paraguayo. Aquí solamente se ha querido mostrar lo que desde 1920, o quizá desde antes, se vino haciendo, de modo aislado o marginal, en dirección hacia el arte moderno, y que por su indudable valor merece una mayor consideración crítica.

 

Texto publicado en el catálogo de la exposición Siglo XX: Una interpretación de los artistas paraguayos, curada por Miguel Ángel Fernández, Centro de Estudos Brasileiros, Asunción, 1999.

 

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