Había quedado atrás el apogeo y la crisis que acompañaron a la Modernidad, se había levantado la incertidumbre ante sus valores e ideas: estos componentes anunciaban la Edad Contemporánea en el mundo occidental. América Latina, sin embargo, vivía todavía aquellas “idílicas relaciones» entre el hombre y el mundo tan característica de las sociedades pre-capitalistas. Y mientras el artista europeo, perdido entre las máquinas y las luces de neón, era «el héroe solitario de un nuevo romanticismo», el artista americano trataba de comprender y aprehender las normas de participación en esos extraños juegos estéticos de conjunciones espacio-temporales a cuyos códigos le era difícil acceder y más difícil aún sentir como propios. Y es en ese escenario donde se instala el arte paraguayo de las décadas del 60 y 70.
Los artistas del Grupo Arte Nuevo abrieron ya las primeras compuertas de nuestro encierro y sus promotores establecieron algunos importantes contactos con el lenguaje plástico de la vanguardia, pero es durante estas dos décadas cuando las artes del Paraguay van a acomodar una imagen elocuente y real que ensamble el lenguaje de nuestra cultura híbrida con esa otra realidad que caminaba en sentido contrario y con sensibilidad diferente nos hablaba de una otra belleza que se manifestaba entre yuxtaposiciones y simultaneidades. Es en este momento cuando aparecen dos artistas que marcarán los extremos del péndulo por cuya línea oscilará todo el arte paraguayo contemporáneo: Carlos Colombino y Ricardo Migliorisi.
La obra de Carlos Colombino remarca la tragedia del hombre atorado en medio de las presiones sociales, políticas, religiosas o culturales. El artista compromete su arte con los capítulos de prisiones y condenas que la historia humana va escribiendo y su obra es un canto coral a la vida y la muerte. La poética de Colombino se refuerza en dos aristas, una de geometrías que aluden a momentos de búsquedas metafísicas y otra con referentes de la realidad donde la figura se desgarra por la angustia existencial del poeta/pintor y su relato inscribe en la madera el drama humano que se imprime quemante en el espectador.
La obra de Ricardo Migliorisi toma la historia desde la otra orilla. Su género es la comedia y con ella aparecen como en fiestas dionisiacas los juegos de formas surreales, de ironía y de humor. Poética llena de color y fantasía; figuras que se hibridan en secuencias burlescas; mágicas imágenes diseñadas con la cruel humorada y la desvergüenza de un niño terrible. Oscilando entre estos dos extremos expresivos, entre estas dos versiones de un mismo drama: la tragedia y la comedia para referirnos al hombre y sus historias, un grupo de dibujantes, grabadores y pintores van instalando cada vez con más seguridad todos los nuevos elementos de la nueva figuración: el cubismo, expresionismo, abstraccionismo, la surrealidad, el pop, el simbolismo o las preocupaciones conceptuales y analíticas.
El grabado se desarrolla bajo la mirada y la potencia creadora del maestro Livio Abramo y se suma a un pasado rico en el arte paraguayo. La obra de Edith Jiménez alcanza en estos momentos su máxima calidad técnico-expresiva, el grabado de Olga Blinder ya está consagrado igual que el de Lotte Schuz; se agrega a ellos la producción de Leonor Cecotto, la imagen xilográfica tradicional y el tono popular de Jacinto Rivero y Miguela Vera y las nuevas técnicas mixtas o impresiones de objetos reales que aparecen en las obras de Osvaldo Salernoy Bernardo Krasniansky.
El dibujo se presenta, por su parte, como la catarsis de una sociedad cerrada y timorada. Una figuración fantástica o surreal conforman la obra de Ricardo Yutsman, Luis Alberto Boh, Jenaro Pindú, Selmo Martínez y Lucio Aquino. La escultura sigue en manos de los grandes maestros: José Laterza Parodi y Hermann Guggiari. Y, por fin, a la originalísima pintura de Ignacio Núñez Soler sucede la de Laura Márquez; la pintura de Olga Blinder refuerza su expresividad, surgen los juegos surreales de Mabel Arcondo, las experimentaciones de William Riquelme, Enrique Careaga y Ángel Yegros (Los Novísimos) o las realidades paralelas de Fernando Grillón, Miguel Heyn y Félix Toranzos.
En el espejo del arte aparecen nuevas imágenes del hombre. Diferentes temas, distintos lenguajes y otras formas se debaten entre tradiciones y modernidades. Pero el arte paraguayo se fue alejando así de ser una imitación de la Naturaleza para convertirse en una imposición a la Naturaleza. Las nuevas voces de la belleza habían llegado hasta nosotros para quedarse.
Texto publicado en el catálogo de la exposición Siglo XX: Una interpretación de los artistas paraguayos, Centro de Estudos Brasileiros, Asunción, 1999.