“Entrar sin ser visto en el universo ajeno”. Así resume Alejandra Mastro el sentido de su última exposición, montada en Fundación Migliorisi bajo el sugestivo título de El imperio de la mirada.
En su acepción corriente, la palabra “imperio” hace alusión directa a una forma de organización política en la que un Estado extiende su poder sobre otros. En su raíz latina, significa “mando con autoridad”. Por otra parte, “imperioso” quiere decir urgente, ineludible, aquello que debe irremediablemente ser hecho o cumplido.
¿Qué puede significar la palabra “imperio” cuando de una mirada se trata? Ensayemos algunas respuestas.
La mirada de Alejandra Mastro ha visitado reiteradamente el paisaje. Lo ha recorrido y escrutado. Ha detenido el tiempo lento de la nieve -con esa vocación de taxidermia que exhibe en muchos casos la fotografía- y ha indagado en la espesura del silencio. Esta vez, su mirada no se extiende y se posa sobre los seres y las cosas, sino que se “impone” sobre ellos. Lejos de la poética sutil o intensa del blanco y negro y de la delicada escritura en grises sobre tierras baldías, los ojos de Alejandra demarcan, con certeza, un horizonte humano.
La mirada, en esta ocasión, se exhibe a sí misma: evidencia su “impunidad”. Nada se ofrece ella; por el contrario, es ella la que busca, fisgonea, irrumpe y se impone. Impera. Detecta y captura. Devela su poder. Esta mirada sin escrúpulos se desplaza, ya no campo-traviesa o por desahogadas carreteras, sino por los estrechos pasadizos del cotidiano en dos grandes ciudades: París y Buenos Aires.
Como un cazador furtivo que luego ostenta sus trofeos, Alejandra Mastro expone sus imágenes en doce fotografías impresas sobre tela y cinco vídeos. En el primer caso, las escenas –ventanas de edificios vecinos enfocadas a distancia- incitan a completar el escenario, los protagonistas, la trama. Como en un spot rodeado de sombra, el gesto, la espera y el acontecimiento aparecen iluminados, como un destello en la penumbra. El canvas confiere a la imagen densidad matérica, apariencia de obra única, en una suerte de renovado pictorialismo.
En el segundo caso, el abordaje es directo. Los planos cercanos de los videos desnaturalizan la rutina de seres anónimos que repiten sus hábitos sin saberse observados. La intimidad vulnerada por el voyeur genera un goce mediatizado (alimentado por el deseo “imperioso” de escudriñar en el otro) que deja en suspenso las coordenadas de la realidad para estimular construcciones ficcionales: un breve contexto visual basta para especular sobre la cadena de situaciones que preceden o suceden al momento cristalizado por la cámara.
En la frontera lábil de lo prohibido y lo permitido, Alejandra Mastro despliega con elegancia el juego de la intromisión: en el minuto último, la privacidad resulta siempre cautelada. La mirada, en su imperio, ejercita su soberanía en el preciso instante en que decide voltearse.
Texto publicado en El Correo Semanal, Diario Última Hora, Asunción, 24 de marzo de 2012.